domingo, 27 de mayo de 2018

La casa de mi compadre Pepe


Conocí al cantautor, e investigador de nuestro folklore costeño, José 'Pepe' Villalobos, en una súper jarana del 'Callejón del Buque', predio del jirón Luna Pizarro, en La Victoria, cuando aún nos alumbraba con su presencia, la gloriosa Hada Madrina del Criollismo, la 'tía Valentina', quien con su gracia inolvidable motivó aquellos versos de Alicia Maguiña que la retrataron diciendo: "No hay jarana que no enciendas/ Tin, Tin, Tina, Valentina".

Por entonces, yo vivía el esplendor de mi bohemia, y gracias al generoso cariño de personajes como el inolvidable Rodolfo Espinar, enorme periodista y mejor amigo, entre otros versos, pude asomarme a los mejor guardados secretos de nuestra canción popular, sus artes y hechizos.

En una de esas noches de canto, danza y requiebros, Pepe y yo nos hicimos compadres, bautizando -a la usanza  de 'San Callejón'- un juego de muebles, que Norma -hija de Valentina- había adquirido en el surtido jirón Hoyos del Barrio Chino.

Y desde aquella jarana consagratoria, Pepe, nuestro más importante autor de los mejor movidos festejos y tremendo conocedor de la canción criolla, y este modesto escribidor, nos hemos comprendido a la maravilla, a la usanza de la fraternidad más cierta y cariñosa.

Hace unas noches, mis hijos, bajo la batuta de 'Agatha Lys', decidieron celebrar mi cumpleaños, con fiesta de mi preferencia, y desde luego lo hicieron en 'La Casa de Pepe Villalobos', donde se come, canta y baila a la manera de "esta Lima que se va".

Desde luego, no pudo estar más acertada mi querida 'brujita', pues al calor de la noche, pude abrazarme como siempre, con mi compadre  y conocer, a un magnífico conjunto criollo, que muy pronto se hará famoso, integrado por Bruno Lara, un muchachón virtuoso de la guitarra, el caballeroso Christian Loveday, que no se queda atrás, y la criollaza voz de Jorge Villanueva, que le pega al cajón, como lo hacía el ya mitológico 'Ganchito' Arciniegas. Es decir, como las propias rosas, cantando, además, un repertorio, que para mi asombro, me resultó desconocido, lo cual, no me hubiera perdonado el Maestro Óscar, que debe estar jaraneando en el cielo de los criollos y haciendo bailar hasta a los angelitos, con la magia de su tundete.

Este sensacional trío se llama: 'Encanto de Jarana', y vaya que lo es, a la franca, como se decía en mi viejo Mapiri.

Hay quienes creen que el canto nuestro va rumbo a la extinción, ante el auge de extraños ritmos que encandilan estos tiempos. Bueno, pues. Yo me permito dudar y vacilarme de ese cuento. Y a quien quiera saber por qué, lo invito a visitar 'La Casa Pepe Villalobos', para que sepa lo que es divertirse rico.

Ahí he visto bailar a señoriales parejas de marinera y festejo y escuchado cantar a los ya citados muchachones, como lo hacían los añejos bohemios de nuestra Lima.

Animado por la nota, también entoné un valsario de Escajadillo y hube de aprobar el entusiasmo de mi hijo Willy que me imitó en la aventura.


Si usted quiere pasar una tarde –o noche- inmerso en el embrujo de nuestra canción costeña, le recomiendo visitar a mi compadre Pepe, en su acogedora casa de Lince. En cualquier sorpresivo momento… ¡Ahí nos vemos!

César Augusto Dávila

 


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