jueves, 3 de mayo de 2018

A propósito del periodismo actual

Por César Augusto Dávila


Con mis disculpas a los estimados 'intelectuales', así como a los advenedizos -damas y caballeros de las diferentes profesiones, oficios y ocupaciones que hoy invaden nuestras páginas y pantallas- debemos recordar, o acaso establecer, que el periodismo es, esencialmente, un servicio público, cuyas finalidades clásicas son: informar, orientar, interpretar y entretener.

Hasta donde se sabe, no tiene otra misión, salvo las añadidas por gobiernos totalitarios o 'revolucionarios' -que si no es lo mismo, es algo peor- que pretenden concientizar a los consumidores de la prensa, en favor de sus fanatismos, absolutamente desprestigiados por el acontecer histórico reciente.

Los 'opinólogos' -género parásito recientemente enraizado en el periodismo- solo debe entenderse como la 'opinión' de respetables damas y caballeros, encaramados en los medios por el 'amiguismo', que es uno de los males sociales de nuestra patria y la tribuna que les brinda –quién sabe quién- para que 'opinen' sobre temas de este y otros mundos, constituyéndose, a base de simplezas y generalidades, en una suerte de pontífices de la 'opinión pública', navegando en barco pirata con bandera de tontudos, mientras nos salpican a todos. Y resulta que gracias a la credibilidad que les otorga el periodismo, resultan, no solo impresionando al 'público en general', sino logrando imponer sus criterios huachafísticos, a decisiones  de la clase política y aun a los dictámenes del Poder Judicial, como hemos visto recientemente merced a  una campaña, orquestada no sé por quién, que convirtiendo en verdaderos monigotes a diversos habitantes de nuestra abigarrada farándula, consiguieron que el homicida culposo de una modesta señora, atropellada sobre la vereda, por un conductor que en posible estado inecuánime y manejando a excesiva velocidad, le quitó la vida, se negó a pasar la prueba toxicológica -tal vez no se la solicitaron "con la debida cortesía"- pasó a la clandestinidad, nunca concurrió a las citaciones judiciales, cambió once veces de abogado y en fin, hizo cera y pabilo con la administración de justicia, para finalmente, gracias a una campaña -desde luego pagada- en la televisión, obtener la "sentencia suspendida" que machaconamente exigieron los monigotes parlantes, algunos de los cuales, ahora sostienen, que se prestaron a la grabación "sin saber de qué se trataba". Es decir.

Y lo grave, es que no solo 'la opinión pública', que nunca opina nada, sino algunos prosopopéyicos abogados, culpan de la liberación del causante de la muerte de una pobre señora, "a la presión mediática", o sea, en otras palabras, al periodismo prostituido por parientes o 'amigachos' del irresponsable conductor, que muy pronto,-si no ahora mismo- volverá a las pistas –y a sus andadas-como si no hubiera pasado nada.

Me gustaría saber quién pagó la factura de los citados abominables spots, que indudablemente cobraron los empresarios, aunque el bochorno se atribuirá por siempre al periodismo.

El tema no es nuevo. Hace cierto tiempo, una actriz, cuya conducta no soy quién para calificar, asumió una acalorada defensa de cierta joven sospechosa de complicidad en el asesinato de su señora madre. Y lo hizo con tal denuedo, que sus apasionadas opiniones se impusieron a las investigaciones policiales, judiciales y periodísticas, lo cual concluyó en la liberación de la inculpada -que comparte aficiones con la promotora- por encima de lo que presumía la policía y mal probaron los jueces. Y, naturalmente se culpó de tal despropósito al periodismo, como puede imaginarse.

El sensacionalismo

El sensacionalismo es un género periodístico, nacido en Gran Bretaña hace más de doscientos años y explotado en su versión perversa por William Randolph Hearst, a mediados del siglo XX -incluso desencadenó una guerra entre Cuba y España- mediante la poderosa cadena que hasta hoy lleva su nombre.

La truculencia triunfal del 'estilo Hearst', encandiló a numerosos brillantes periodistas de todo el mundo y, naturalmente, el Perú no habría de ser una excepción al respecto. Dos talentosos periodistas peruanos, me refiero concretamente a Raúl Villarán Pasquel y Guillermo Thorndike Losada, asumieron el sensacionalismo negro como bandera de tiraje y no solo fundaron y/o encabezaron más o menos ocho de los tabloides que conocemos, en los cuales se formaron sucesivas generaciones de hombres y mujeres de prensa que eventualmente emigraron a la TV, llevando en la mochila, las ideas de estos dos "precursores al calco".

La extrema degeneración de este sensacionalismo que, como su nombre lo indica, debió ser la exaltación de las sensaciones, mediante la explotación  detallada de ciertos aspectos de la noticia, se expresa –en nuestro país- en la llamada 'prensa chicha', que tuvo su auge prostituido durante el poderío de Vladimiro Montesinos y el hoy victimizado Alberto Fujimori.

Y las expresiones de este mal llamado 'periodismo', podemos recordarlas como las más oscuras versiones panfletarias que ha conocido nuestra patria.

Hoy, algunos intelectuales -a los cuales, como de costumbre se endiosa pasajeramente- dicen que "el periodismo está corrupto" y que "la televisión embrutece al pueblo".  Permítanme, estimados sabihondos, aclararles que nadie está obligado a consumir 'comida chatarra' ni a intoxicar su mente con las vistosas necedades que hoy programan ciertos canales. Cada quién compra y consume lo que quiere… o aquello que se le parece. Y dice un sabio proverbio esotérico: "Conforme son tus actos, será tu destino".

Lo que sucede es que nuestro país, y lo que en él sucede cada día y se refleja en el periodismo escrito o televisado, está en proceso de descomposición. Algo que huele muy feo y se expresa desde los niveles más altos de la política, hasta la invasión indetenida de la delincuencia, y, desde luego la conducta aberrante de -digamos, algunos- jueces y policías.

¿Por qué habría pues, de culparse al periodismo por reflejar lo que sucede… o participar de este vil proceso generalizado?

Esto, es algo que debemos analizar los ciudadanos en pleno  llamándonos a meditación sensata, en busca de una solución que nos libere de esta peste… antes que sucumbamos  ahogados en su nauseabunda vorágine.


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