Cuando las madres tiraban a sus hijos al río
En mayo de 1945, cuando en Demmin, un pueblo de Mecklemburgo, en la provincia de Pomerania Occidental, supieron que Alemania había perdido definitivamente la guerra y el Ejército Rojo se aproximaba, cerca de 2,000 de sus 15,000 habitantes decidieron hacer lo mismo que su führer en el búnker de la Cancillería de Berlín: suicidarse.
Unos se arrojaron con sus hijos pequeños a las aguas del río Peene, uno de los tres que corren por el lugar, con sacos de piedras a modo de lastre; otros decidieron quitarse la vida disparándose o colgándose de las ramas de los árboles.
Tras el macabro ritual, los cuerpos cubrían toda la orilla del río. En las casas se amontonaban los cuerpos de familias enteras. Los pocos ciudadanos que decidieron vivir fueron testigos del drama y tuvieron que recoger a sus vecinos en carretillas para llevarlos a las fosas comunes, excavadas de emergencia. Muchos ni siquiera pudieron ser debidamente identificados, eran muchos cadáveres y muy poco tiempo para enterrarlos.
Alemania recuerda la oleada de suicidios en los últimos meses de la II GM.
Bärbel Schreiner, entonces una niña de 6 años, estuvo a punto de caer víctima de esa locura colectiva. Pero su hermano consiguió que su madre no hiciera con los dos niños lo que tantos padres hacían esos días. "Mamá, nosotros no, ¿verdad?", recuerda Schreiner que dijo su hermano, mientras observaba el río Peene, repleto de cadáveres. "Todavía me acuerdo del agua enrojecida por la sangre. Sin esas palabras, estoy convencida de que mi madre nos habría ahogado a los dos", asegura con la voz entrecortada esta mujer, hoy de 79 años.
Bärbel Schreiner, con su madre y su hermano en Demmin en 1944.
El caso de Schreiner no fue excepcional. Una ola de suicidios recorrió Alemania entre enero y mayo de 1945. No existen cifras exactas, pero los historiadores calculan en alrededor de 100,000 el número de personas que tomaron esa decisión. Al quitarse la vida, era habitual que los adultos se llevaran también a sus hijos. Es lo que hizo Joseph Goebbels, ministro de Propaganda y canciller del III Reich, cuando él y su mujer, Magda, envenenaron a sus seis hijos.
Se ha escrito mucho sobre la inmolación de los líderes nazis. Además de Hitler y Goebbels, también se quitó la vida el jefe de las temibles SS, Heinrich Himmler. Pero no se había prestado demasiada atención a los ciudadanos de a pie que siguieron el destino de sus fanáticos líderes. Precisamente ese desconocimiento sobre la tragedia que vivieron miles de personas anónimas llevó al historiador Florian Huber a escribir el libro Hijo, prométeme que te vas a disparar, publicado en 2015 y convertido en best seller.
Es un documento estremecedor, repleto de nombres acompañados de la fecha y el motivo de su muerte. Elegida una al azar, aparecen varias familias fallecidas: Gaut, Schubert (madre e hija), Rienaz (madre e hija)… Todas el mismo día: 8 de mayo de 1945. Todas por una causa: suicidio.
Pero, ¿qué es lo que llevó a esos hombres y mujeres de a pie a pegarse un tiro, colgarse de un árbol o a tirarse al río más cercano? ¿Miedo a las represalias de los vencedores? ¿Fanatismo nazi? ¿O sentimiento de culpa por las tropelías de 12 años de nacionalsocialismo y seis de guerra? "Una mezcla de todos estos factores. También influyó un efecto psicológico que convierte el suicidio en algo contagioso, casi como una infección", dice el autor.
Registro de fallecidos de Demmin, en el Museo Regional. Ciudad de Demmin hoy
Huber habla de una "histeria colectiva" y subraya la influencia que tuvieron sobre aquellas personas y su terrible decisión las palabras reiteradas en diferentes discursos radiofónicos por Goebbels, insistiendo en que "es mejor la muerte que caer en manos de los rusos". También las noticias de saqueos y violaciones masivas que llegaban desde ciudades cercanas a Demmin llevaron a muchos vecinos a pensar que "un final rápido era el mal menor".
La epidemia suicida se extendió por muchos rincones de Alemania, ¿pero por qué afectó sobre todo a algunas zonas, muy especialmente a lugares como Demmin? Rodeada por tres ríos, forma una especie de península. En su huida, los jerarcas nazis dinamitaron los tres puentes existentes. Así que cuando llegaron los soviéticos, no podían seguir huyendo.
El mismo día en que Hitler se pegaba un tiro en su búnker en Berlín, los soviéticos quemaban Demmin y cundía el pánico. Los años de guerra, las ganas de revancha y la bebida que corrió esa noche fomentaban la violencia de los soldados rojos. El resultado fue tremendo. Huber asegura que los ríos hicieron de cementerios durante semanas; y que los trabajos para sacar los cuerpos del agua se alargaron entre mayo y julio de ese año.
El sufrimiento de los civiles alemanes durante la guerra -sean las violaciones de mujeres o los bombardeos de ciudades como Potsdam- es un tema complejo.
En su libro, Huber recoge testimonios de aquellos que asociaron a sus propias vidas el fin del nacionalsocialismo. Como el profesor Johannes Theinert y su mujer Hildegard, que comenzaron a escribir un diario en 1937, al año siguiente de casarse. La última entrada está fechada el 9 de mayo de 1945. "La crisis se acaba. Las armas callan", anota Hildegard. Ese mismo día, Johannes disparó a su mujer y después a sí mismo. La última entrada del diario, que alguien encontró tras su muerte, decía: "¿Quién se acordará de nosotros, quién sabrá cómo hemos acabado? ¿Tienen estas líneas algún sentido?"
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