Por César Augusto Dávila
Dicen que no todas las fiestas son para cantar y bailar. Y será cierto, quién sabe. Y para saberlo, 'Paiche', así llamado en el penal de 'primarios' por su origen charapa, su modo de hablar característico y por las leyendas brujas que solía contar a sus compañeros de encierro, cuando agarraban patio y conversa.
Él, desde luego, tenía oficio, y juraba por su madrecita que volvería a la mecánica, en cuanto los señores jueces lo dieran por rehabilitado, luego de comprender, "pues, doctorcitos", que dieciocho meses son muchos por el solo choreo de una llanta de repuesto. En fin.
Un 28 de julio llegó el gran día. Y la brava batería de su pabellón le batió palmas y le quemó la frazada "para que no vuelvas nunca, compadrito". Y el Paiche, tranquilo nomás, suave Camay, caballero, volvió a la lleca.
Es decir, a la casa de "una su tía", donde se bañó a la franca, agarró viaje con una pilcha de "un su primo" y se fue a buscar a "su flaca". La chinita cumbiambera, que se había negado a visitarlo "en ese sitio tan feo, donde las tombas machonas paletean a la visita".
Pero, ya, pues. Ahora, todo sería distinto. Y en prueba de cariño, el Paiche le traía collar y pulseras de estrellitas trabajadas, de esas que se trabaja en el taller de presos y-a veces- nos venden a Sol, a quienes viajamos en micro.
"No para vender, tío, sino para la chelfa, la firme, la costía, pe", me hubiera dicho el palomilla desembarcado.
No la encontró en su casa. Se había ido de tono con una tegen del barrio. El Paiche llegó a la pollada, y al toque entendió la nota. Ella, su enamorada de los días locos, cuando todo era vacilón y chapaditas al abrigo de umbrales de portón y callejas sin lumbrera, ahora se vacilaba con otro. Con el pata ese, que la besaba al compás de la bailanta. Y así, pues, el Paiche se fue engorilando con esa chela bamba, a la que chapean 'venenosa', y cuando los celos y el trago hicieron lo suyo, apuñaló a la chinita ingrata, usando a la mala su herramienta canera, mi estyimado.
Y ya, cuando la poli se lo iba llevando al arrastrón, miró una de joyas fule, estrellita sin destino, ahí aventadota por ahí, en el suelo, como un sueño roto o su fatal pasaje firme de retorno a la jaula brava, que también le dice, oiga usted.
"¡Paiche al agua!", coreó la collera saludando su regreso.
Ahora él, ha vuelto a modelar estrellas, pero… ya no cree en el amor, ese que alienta al 'Tío Palomo', que compone versos en el pabellón de faites, alucinando a la mujer que -cree, dice, sueña- lo está esperando hace diez años.
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