miércoles, 25 de julio de 2018

Cosas de la proclamación de la independencia II

El más benemérito de la Patria


Conde de la Vega del Ren.

En ese mismo oficio, el libertador solicitó que las autoridades ediles designaran a quien debía portarlo, para cuyo efecto debían designar a "aquel individuo que al juicio sano de V. E. sea el más benemérito de la Patria y más digno por sus servicios a ella".

En el marco de un cabildo abierto, convocado al día siguiente, autoridades y vecinos de Lima designaron por aclamación al Conde de la Vega del Ren para que cumpliera el honroso encargo.

En el oficio dirigido a San Martín el 25 de julio, el Cabildo informó de su designación "por considerarlo adornado de las recomendables circunstancias insinuadas".

Se trataba del regidor José Matías Pascual Vásquez de Acuña, limeño, Caballero de la Orden de Santiago, Conde de la Vega del Ren, Elector de la Abadía de San Andrés de Tabliega, en Burgos; Patrón de la Capilla de Todos los Santos de la catedral de Lima y del convento de San Pedro, antes colegio de la Compañía de Jesús.

Él había sido alcalde ordinario en 1791, 1792 y 1810; regidor del Cabildo de Lima en 1813 y 1820; teniente coronel de milicias disciplinadas y gentilhombre de Cámara del Rey.

Él se encargó de sacar el Estandarte del Ayuntamiento, dirigirse a Palacio de Gobierno y ponerlo en manos de Pedro José de Zárate, Marqués de Montemira y jefe político-militar de Lima, y conducirlo después a las cuatro ceremonias de proclamación.

 
 Firma del Acta de la Independencia del Perú (a la derecha). En esta recreación están representados Hipólito Unanue, José de la Riva Agüero y Toribio Rodríguez de Mendoza.

También se encargó de organizar la fiesta con que se coronó la histórica jornada; contrató la música y la cena, incluyendo vajilla y personal de servicio, y gestionó que una banda militar del Regimiento 8 alternara con la orquesta e interpretara música militar.

La noche del 28 de julio el Ayuntamiento ofreció un baile de gala que superó con creces la fama de distinción que tenía Lima, para celebrar el acontecimiento. Estuvo encabezada por San Martín, el alcalde y el gobernador de Lima, y el Conde de la Vega del Ren, todos lujosamente ataviados; además de caballeros uniformados luciendo sus condecoraciones, y graciosas limeñas, con elegantes trajes y espléndidas joyas.

La noche siguiente, San Martín retribuyó el gesto con una recepción no menos espléndida en los amplios salones de Palacio de Gobierno.

Un 'ponche' famoso

La cena que ofreció el Ayuntamiento le costó a la ciudad 2,000 pesos, incluyendo vajillas y personal de servicio. El pago se le hizo a Lorenzo Conti.


Recibo por la función de gala.

En la cita, se sirvió un 'ponche' que constituía una 'bomba', apta para pegarse una ídem de Padre y Señor mío.

El brebaje contenía: "36 botellas de vino Carlón, 18 botellas de vino de ron, 18 botellas de vino de cerveza, 24 botellas de vino generoso; arroba y media de azúcar y un peso de limón", que costó 142 pesos, según el comprobante que figura en la relación de gastos en esa fecha.

Víspera y joroba

Retrocediendo algunos días, recordemos que el sábado 21 se publicó un bando anunciando al pueblo que el sábado 28 se proclamaría la independencia del Perú.

El programa de celebraciones, de acuerdo a las disposiciones dictadas por San Martín, y elaborado por el Conde de la Vega del Ren, se inició a las 7 de la noche del viernes 27. A esa hora, el repique de campanas de todas las iglesias, conventos y monasterios, anunciaron el inicio oficial de las celebraciones.

Lima lucía profusamente iluminada (con lámparas de aceite y velas de cera) y adornada por sus cuatro costados con toda suerte de jeroglíficos, inscripciones, arcos, banderas, tapicerías y mil invenciones más con profusión del rojo y del blanco, los colores de la flamante bandera.

Gremios y corporaciones prendieron castillos de fuegos artificiales en todas las plazas de la ciudad, mientras en el local del Ayuntamiento una orquesta contratada deleitaba con los ritmos de moda: minués, contradanzas, valses, música de cámara y otros aires.

El sábado 28, un sol radiante apareció desde muy temprano, para sumarse a los festejos. Personas de toda condición social, venidas de los pueblos, aldeas y haciendas cercanas; y vecinos madrugadores, hombres y mujeres, niños y ancianos, todos luciendo sobre el pecho la recién instituida escarapela bicolor, se volcaron a las plazas, mientras familias enteras copaban balcones, ventanas y azoteas para desde allí presenciar y aplaudir el paso de la comitiva oficial.


La heroica y esforzada ciudad...

Bien temprano la Plaza Mayor quedó copada por una multitud, calculada en 16 mil almas por testigos de la época, que no cesaba de vivar a la independencia, al Perú, a Lima, a América y a San Martín; elegantes damas ocupaban la galería del Ayuntamiento, mientras regimientos militares con aires marciales desfilaban por la Plaza hacia sus emplazamientos, precedidos y acompañados por numerosos chiquillos.

Antes de las 10 horas, el alcalde, regidores y funcionarios, y el portaestandarte oficial, se dirigieron a Palacio de Gobierno para invitar a San Martín, su Estado Mayor y al jefe político y militar de Lima, Pedro José de Zárate, Marqués de Montemira, a iniciar la ceremonia.

Poco después, salieron todos sobre "briosos caballos ricamente enjaezados", para dar un paseo por el entorno de la Plaza antes de dirigirse al tabladillo oficial, ubicado delante del Callejón de Petateros (hoy Pasaje Olaya), precedidos en todo momento por el Estandarte de la Libertad, ante cuya presencia la multitud se descubría con respeto y devoción.

Después de las memorables palabras pronunciadas por el Libertador y Protector del Perú, que la multitud escuchó en el más absoluto silencio, se desató el júbilo general, mientas las campanas eran echadas al vuelo, resonaban los aires marciales de las bandas militares y las salvas de artillería ensordecían con sus estampidos.

Aunque oficialmente las celebraciones culminaron la noche del domingo 29, las fiestas familiares continuaron por varios días, haciendo célebre aquello de serenata, santo, joroba, corcova, recorcova, respinguete y andavete, siete días (o más) de jarana ininterrumpida con que se solía celebrar cada cumpleaños en nuestra vieja Lima.

Los olvidados  


General Ignacio Álvarez Thomas.

En esta fecha tan memorable, pocos recuerdan a un ilustre peruano, que desempeñó un papel de gran trascendencia en las luchas libertarias. Recordemos.

La República de Argentina celebra la declaración de su independencia de España el 9 de julio; el Perú conmemora la suya cada 28 de julio.

En esa fecha los peruanos rendimos homenaje a un general argentino que independizó Chile, proclamó la independencia del Perú y nos gobernó, en la etapa republicana inicial, con el título de Protector.

Los argentinos, en cambio, recuerdan al general peruano que luchó por la independencia de Uruguay y de Argentina, gobernó esta última con el título de Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata; convocó al congreso en que estas proclamaron su independencia de España, y organizó y aprovisionó al Ejército Libertador, que liberó a Chile y Perú.

Se trata de Ignacio Álvarez Thomas, nacido en Arequipa el 15 de febrero de 1787, hijo del brigadier Antonio Álvarez Jiménez, gobernador intendente de la corona española en Lima; y la barcelonesa María Isabel Thomas Ranze.

Asumir la posición independentista le costó caro al general Álvarez Thomas. Sus actos en pro de nuestra independencia le ocasionó el rechazo de su madre y de su propio padre. En sus 'Memorias', escritas en 1839, él recuerda que su madre le espetó: "De qué te ha servido derramar tu sangre, estar cubierto de heridas, si ahora te cubres de infamia."

Sobre su padre, rememora el momento en que, tras abrazar la causa independentista, aquel le dijo: "Olvídate de quien te dio el ser después de Dios", y le dio la espalda.


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