Por César Augusto Dávila
En mis tiempos de bóxer aficionado, solía concluir mis compromisos (training o mecha firme), en el ring, Puerta 12 del Estadio Nacional; me duchaba intensamente, y luego, empuñando mi maletín deportivo, hacía trote a José Gálvez, cuadra 3, donde me esperaba uno de mis amores de aquellas noches.
Será por eso que se entreveran mis ayeres interbarrios, salpicados de besos calentones y trompadas al dame que te doy. Y dando y dando, voy recordando.
En mis andanzas de la trompada solía entrenarme don Juan Álvarez Alarcón del Atlético Canillitas y, a veces, mi gran maestro, Ángel Bernaola, 'El Chico de La Victoria'; pero cuando ellos no estaban, entraba en acción otro entrenador -cuyo nombre no diré-, el mismo que alternaba sus labores de trainer boxing con su inspiración de compositor criollo. Se deben a su pluma, por lo menos tres graciosas polkas, dedicadas a sendas bellezas bajopontinas, cuyos encantos cantaría también el poeta Lucho Dean en dupla musical como mi tío putativo don Luciano Huambachano.
En fin. El DT que hoy evoco será llamado 'Manuel', y como se hizo mi amigo transó en contarme algunos episodios de su difícil niñez, a lo largo de la cual conoció maltratos de todo tipo, amén de los golpes que suele dar la pobreza. Quizás por eso, había aprendido el arte de la trompada, consolándose además con la poemática popular, en su versión más juguetona.
Un día, colgué los guantes y perdí de vista a mis amigos de gimnasio, a los cuales solo veía de vez en cuando.
Andando el tiempo y ya titulado periodista, por esas quimbas del destino, trabajé brevemente en la Beneficencia Pública, hasta que 'El Mudo de los puentes' me botó quién sabrá nunca por qué. Lo rescatable de la historia es que cierta tarde -en cumplimiento de mis funciones- hube de visitar uno de los asilos que la citada institución administra, y para mi gran sorpresa encontré en uno de sus pabellones, anciano ya, a don Manuel, abandonado de familiares y amigos y esperando como me dijo, en un chispazo de su viejo estilo, "el último round nomás, sobrinito". No resistí la tentación y le busqué la conversa. Así pude saber que había viajado mucho, haciendo de todo un poco, e incluso había trabajado, en Educación Física para una fundación benéfica de cierto país, donde al margen de sus labores formó una pandilla con los wachimanes, la misma que encabezó "para cobrar justicia" con los abusadores de niños huérfanos, o abandonados .
Resulta que estos 'justicieros' emboscaban a los canallas y les daban una fuerte dosis de su propia medicina, mientras las indefensas víctimas del ayer observaban la 'ejecución' desde una camioneta. Ya ustedes juzgarán si el proceso era justo o no. Yo, me reservo el juicio… y por algo será.
Hoy, quién sabe por qué, mientras él pelea su bravo round final, he recordado una de las polkas de mi viejo profe. Esa que ensalza la belleza de una tal Carmen Rosa, a quien conocí en otro tiempo. Y puedo jurar que, como proclama la alegrona canción, sí, pues, "era, la más hermosa de todo el Rímac, mi Carmen Rosa".
Perdón por la ternura, chiquilla de mis recuerdos, donde quiera que te encuentres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario