Un trasplante facial histórico
Las imágenes de este artículo son duras. Pero se trata de una hazaña médica practicada en una joven que se sometió a un trasplante facial, con todos los antecedentes y consecuencias que de ello se derivan. El hecho revela algo profundo sobre nuestra humanidad. El nuevo rostro que luce la joven, que en algún momento intentó suicidarse, expresa quiénes somos, mostrando miles de emociones. Es nuestra puerta al mundo sensorial, lo que nos permite ver, oler, gustar, oír y sentir la brisa. ¿Somos nuestro rostro? Katie Stubblefield perdió el suyo a los 18 años. A los 21, los médicos le dieron uno nuevo. Esta historia habla de traumas, identidades, resiliencia, devoción y milagros médicos increíbles.
Katie se ha convertido en la persona más joven sometida a un trasplante facial en Estados Unidos. Su trasplante, el tercero del hospital y el cuadragésimo de los que existe constancia en el mundo, fue también uno de los más amplios. Durante el resto de su vida Katie será un sujeto de estudio de una cirugía todavía experimental.
El hecho es también una demostración de lo que algunas personas deciden hacer por el prójimo: donarles el corazón, el hígado, en este caso el rostro. El doctor Frank Papay, veterano cirujano plástico, se emocionó cuando, con las manos enguantadas, cogió la bandeja con el nuevo rostro a trasplantar, y se dirigió al quirófano 20, donde aguardaba Katie Stubblefield.
Las imágenes, difundidas hoy por National Geographic, son impactantes y pueden herir algunas susceptibilidades. Pero permiten conocer el avance de la ciencia médica y la operación realizada hace dos días en la Cleveland Clinic de Ohio, Estados Unidos.
Esta es la cara que tenía Katie hasta 2013 antes del accidente que la desfiguró.
Un año y 2 días antes del trasplante. 1) Durante uno de los ingresos hospitalarios de Katie, Alesia la limpia y la consuela después de comer. Katie bebía de un vaso con boquilla porque, al no tener labios, los líquidos se le salían de la boca.
2) Aprovechando el buen tiempo primaveral, Katie y sus padres, Robb y Alesia Stubblefield, disfrutan de una siesta en un parque próximo al Cleveland Clinic. Con Katie en una silla de ruedas, los tres exploraron el parque paseando entre árboles en flor y trinos de pájaros. Era el primer día que Katie salía tras un mes en el hospital. Para reposicionarle los ojos, los cirujanos le habían implantado un distractor. En los tres años previos al trasplante Katie tuvo más de 12 ingresos hospitalarios.
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