miércoles, 22 de agosto de 2018

Cuentos que caminan

Por César Augusto Dávila  

El 'Che' Guevara, se refería a estas historias, llamándolas 'cuentos de caminos' y es que en efecto, uno se las encuentra por todos los rumbos de la vida, enriquecidas por diferentes matices, aunque en el fondo, con el mismo mensaje o, si se quiere, similar inasible  moraleja.

Relata el genial Gabriel García Márquez que cierta noche madrileña vio venir hacia él un taxi -al parecer ocupado- por un viajero sentado junto al piloto, en eso que los españoles, llaman 'El sitio del muerto", anda tú a saber por qué.


Conforme se aproximaba el vehículo, el gran escritor y Premio Nobel advirtió, sin embargo, que la imagen del supuesto pasajero se iba diluyendo hasta perderse en la nada, por lo cual alzó la mano y detuvo el coche.

Ya a bordo -como buen conversador- Gabo no perdió el hilo y refirió su visión al piloto. Este, como quien sigue la corriente, preguntó a su vez por las señas del visionado. Ni corto, ni enjabonado, el  especialista en 'realismo mágico' describió al sujeto como "muy serio, encorbatado, algo pálido y con la mirada, como perdida".

"Es mi hermano -apuntó el taxista- me lo mataron los franquistas, pero él siempre me acompaña por las noches".

De ahí en adelante, la conversa se perdió entre leyendas de Aracataca y la viejísima historia de la mujer de blanco que aborda el coche de los viajeros solitarios de todo el mundo para de pronto desaparecer en  las cercanías de un cementerio, o al borde casi de cierto punto carretero, alguna vez escenario de un atroz accidente.

Yo he escuchado esta historia recogida de boca de convulsionados taxistas, e incluso precisada  en versión de algunos policías, que siempre han tomado el asunto como un "tema de borrachos", o "gente que ha dormido poco", y por lo tanto, sueña demasiado.

Incluso, hay relatos coloniales que ambientan el asunto en calesas rococó y los hacen protagonizados por caballeros galantes, que incluso habrían comprobado al día siguiente de la aventura la identidad de la nínfula que, por testimonio de familiares, habría muerto -para entonces- largo tiempo atrás.

 Hablando en prima, en mis inolvidables noches de 'cierre de edición', la conseja ha llegado a mis oídos más de una vez, con detalles ligeramente variados. Pero, oiga usted, nunca me imaginé que la iba a gozar  en vivo, en fantasma y tan de cerca.

Era algo así como la medianoche -para estar a tono con el cuento- y yo esperaba taxi allá por la avenida Salaverry, viejo territorio de duelistas y conspiradores, cuando en eso se apareció entre la sombra un moderno taxi que venía a rescatarme del desoriente.

Estuve a punto de desilusionarme, pues a la diestra del conductor se advertía claramente la silueta de un acompañante, o quizás viajero contertulio.

Iba ya a desistir del abordaje, cuando el vehículo se detuvo y pude comprobar que estaba libre. Es decir, que nadie más que el chofer viajaba en él.

Confiado el tema al taxista, este no se asombró en absoluto. "Es mi compadre Pepe", me dijo muy seriamente. "Él murió por el estallido de un coche bomba, en tiempos del terrorismo… pero siempre viaja a mi lado", remató.

 "¿Ah si? -retruqué incrédulo.-¿Y qué le cuenta del más allá?" "Bueno. No me dice nada, solo me acompaña por varias horas… y después se va. Yo le rezo un Padrenuestro y eso es todo", me dijo el pata, para concluir con un: "Llegamos, señor", antes de cobrarme el viaje.

La explicación del asunto no la tengo, pero mis amables lectores no dudarán en prodigarle la que mejor les acomode, para luego  seguir en sus cosas de este mundo.

Sin embargo, puedo aportarles la opinión del gran escritor, erudito ocultista y afamado religiólogo Umberto Eco, quien sentencia crudamente que, siendo las estructuras cerebrales similares en todas las etnias del planeta, no es para nada sorprendente que historias como el Diluvio Universal y sus cuarenta días de duración, los asombrosos seres fundacionales, que vienen 'del cielo' para enseñar a los pueblos a trabajar, politiquear  y guerrear, amén de las epifanías de santos, vírgenes, diablos y otros versos semejantes que, concebidos por la creatividad popular, luego se  incorporan a la leyenda, firme o bamba, mi estimado.

Será pues,  aunque  desde el punto de vista de los creyentes quizá existan otras dimensiones que  algún día la orgullosa ciencia -en honroso empate con magos, hechiceros y alquimistas de hace milenios- nos lo explicará en dos papazos, matando a la volástica a Papá Noel y a todas las hadas madrinas de los enamorados.

Mientras tanto, observe con cuidado 'el sitio del muerto' antes de tomar un taxi a la medianoche. Y, porsiaca, piense si algún demonio del más acá, no estará escondido en la maletera, dispuesto a pegarle el sustazo de su vida y desplumarlo de pasache.

Porque, mi estimado, fantasmas o cogoteros, lo cierto es que hay apariciones que pueden resultar muy peligrosas, como bien afirman las historias que caminan.

 Y esto, "lo dice el Diablo que todo lo sabe, compadrito", concluía mi padre, con su reconocido humor fino en guiño hacia el misterio.

 

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