Por César Augusto Dávila
Una vez hechos a la mar, el extrañadísimo gordo David Odría anunció bajo el palo mayor un sorteo de algunas 'cosillas', como licuadoras y cámaras fotográficas, de cajón nomás, para los sapos.
Frente a un ánfora chocolatera, de las que se usaban para cantar la quina, el buen gordis solicitó a voz en cuello: "!A ver!... ¡Una mano virgen!"… a lo cual un inmediato Arturo 'Apa' Morales, respondió también en alta voz: "¡No hay!", con la consecuente autoconfesión del carcajeo.
Entonces quedó sobre el tapete la bíblica historia de los diez zanahorias que pidió a Noé para suspender el Diluvio el buen Jehová, que a la hora de ajustar cuentas, era más verde que el tío Elidio, que ahora ronca en lares trujillanos. Así conminado, el cocho Noé, que además de haber inventado el vino, bailaba tolaca de vez en cuando según sacros relatos, salió a peregrinar en busca de esa década de feligreses más castos y santurrones.
Nelson Pinedo, mi estimado. No encontró ni unito, ni con cabito de vela, por lo cual el buen Señor desató un chubasco de la gran seven, abriendo los celestiales caños, desagües included, para que no te la pierdas, compadre.
Pero cotejando estos hechos, saltando a la garrocha todos los tiempos y testimonios, hemos de concluir, pues que 'mano Virgen', sencillamente no hay, conforme proclamara en su momento, mi llorado hermano Apanao, hombre-espectáculo de El Mercioco, que debe estar vacilándose a la franca con los mataores del más allá.
En lo que respecta al yate y el sorteo, recuerdo que no gané nada. Como encargaron la chocolateada de la urna a una sensacional chibola en bikini, ya al final del cuento, me ofrecí a llevarla a casita, en mi 'veloz corcel' súper sport de aquellos dichosos días.
Naturalmente los envidiosos -que nunca faltan- murmuraron que era "un levante del pendenciero" de Perro Mundo.
Nel, carreta. Solo se trató de un cortés viajecito, mientras le explicaba a tan deslumbrante nena la importancia histórico-cuchuflética de una inexistente 'mano Virgen'.
Tiempo después, ella se casó y hasta me invitó a su boda… ¡para que sufran los ayayeros!
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