sábado, 7 de abril de 2018

Recordando a Gabriela Mistral

Un día como hoy, el 7 de abril de 1889, nació en el pueblo chileno de Vicuña Gabriela Mistral, una de las poetas más notables de la literatura chilena e hispanoamericana, considerada una de las principales referentes de la poesía femenina universal y quien por su obra obtuvo en 1945 el primer Premio Nobel de Literatura para un autor latinoamericano.


Maestra de escuela primaria y diplomática, fue bautizada como Lucila de María del Perpetuo Socorro Godoy Alcayaga, y adoptó su seudónimo inspirada en la obra de Gabriel D'Annunzio y Fréderic Mistral.

Su padre la abandonó cuando ella tenía 3 años de edad; sin embargo, nunca le tuvo rencor y se dice que gracias a unos versos que encontró escritos por él, se despertó su pasión por la poesía. También se considera como gran influencia el suicidio Romelio Ureta,  funcionario de ferrocarriles y con quien sostuvo un romance desde 1906 hasta 1909.

Antes de graduarse en la Escuela Normal de Santiago y de obtener el título de profesora de castellano (Universidad de Chile), trabajó como maestra en muchas escuelas ganando sueldos bajos. Nunca abandonó la docencia, y son numerosas sus obras de carácter pedagógico.

Salió de Chile, al que ya solo volvería en contadas ocasiones. En 1922 fue invitada por el gobierno mexicano para colaborar en la reforma educacional de ese país. Ese mismo año publicó Desolación, que supuso el principio de su fama internacional. En México publicó Lectura para mujeres en 1924, año en que viajó a Estados Unidos, Italia, Suiza, España y Francia. Aunque añoraba su lugar de origen, seguiría viajando durante toda su vida.

En 1938 publicó Tala, una de sus obras cumbre, y cedió sus derechos de autor a los niños víctimas de la guerra civil española.

Nunca se casó, pero logró satisfacer en parte su deseo de ser madre acogiendo a un sobrino, Juan Miguel Godoy, hijo de un medio hermano. El niño ('Yin Yin', como ella lo llamaba) creció junto a ella considerándola su verdadera madre. Vivieron hacia 1940 en Brasil, donde ella ocupaba el cargo de cónsul, primero en Niteroi y más tarde en Petrópolis. Fue una época feliz en la que tuvo muy buenos amigos, entre ellos Estefan Zweig y su esposa, ambos judíos que habían huido de la persecución nazi, que vivían también en Brasil. En 1945 Stefan y su esposa se suicidaron, y Yin Yin murió violentamente. Ese mismo año ganó el Premio Nobel de Literatura, siendo la única mujer de lengua española que lo tiene hasta la fecha. Obtuvo el galardón como un justo reconocimiento por su producción poética y también  por su labor, pues había dedicado su vida a la difusión de la cultura y a la lucha por la justicia social y los derechos humanos. 

En 1951 recibió el Premio Nacional de Literatura en Chile; e 1954 publicó Lagar.

Gabriela Mistral falleció el 10 de enero de 1957 en un hospital de Nueva York. El gobierno chileno decretó duelo oficial durante tres días y dispuso el traslado de sus restos a Montegrande, como fue su deseo en vida. Ese lugar fue bautizado en 1991 con su nombre.

El 5 de marzo último, la presidenta Michele Bachelet inauguró la Biblioteca Regional Gabriela Mistral de La Serena.

Entre sus obras figuran: Desolación (1922), Lecturas para mujeres. Destinadas a la enseñanza del lenguaje (1923), Ternura. Canciones de niños: rondas, canciones de la tierra, estaciones, religiosas, otras canciones de cuna (1924), Nubes blancas: poesías, y La oración de la maestra (1930), Tala (1938), Antología (selección de la autora, 1941), Los sonetos de la muerte y otros poemas elegíacos (1952), Lagar (1954), Recados, contando a Chile (1957), más una treintena de ediciones póstumas.


Busto a la poeta en Guayaquil, Ecuador. 

(El siguiente es un poema extraído del poemario Los sonetos de la muerte y otros poemas)

Del nicho helado en que los hombres te pusieron,

te bajaré a la tierra humilde y soleada.

Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,

y que hemos de soñar sobre la misma almohada.

Te acostaré en la tierra soleada con una

dulcedumbre de madre para el hijo dormido,

y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna

al recibir tu cuerpo de niño dolorido.

Luego iré espolvoreando tierra y polvo de rosas,

y en la azulada y leve polvoreda de luna,

los despojos livianos irán quedando presos.

Me alejará cantando mis venganzas hermosas,

¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna

bajará a disputarme tu puñado de huesos!


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