En enero último, la Academia de Ciencias de China mostró a dos hembras de macaco, de ocho y seis semanas de edad, que habían sido clonados con la misma técnica con la que se creó la oveja Dolly hace dos décadas. Este logro científico ha reavivado la polémica en torno a la posibilidad que tal procedimiento pudiera aplicarse en el hombre.
Hasta la fecha han sido clonados ranas, conejos o toros, pero esta última clonación es, según los entendidos, un peligroso antecedente.
Es que los humanos, como los macacos, pertenecemos al orden de los primates y por eso esta reciente clonación ha suscitado una gran controversia, aunque los autores del estudio han asegurado que quieren usar la técnica de criar macacos para la investigación biomédica y han recalcado que no tienen ninguna intención de clonar humanos. ¿Será cierto?
Cuando en 1997 se anunció la clonación de la oveja Dolly, muchos gobiernos reaccionaron y aprobaron leyes claras y definitivas de condena y prohibición de cualquier tipo de investigación que condujera a la clonación humana.
En diciembre de 1998 la Licensing Authority de Gran Bretaña aprobó las investigaciones encaminadas a producir células y tejidos para su empleo en medicina experimental y clínica, particularmente en la línea de trasplantes terapéuticos, procedentes de embriones humanos producidos mediante clonación.
Pocos repararon en las consecuencias de esas investigaciones, hasta que un documento del Centro de Bioética de la Universidad Católica del Sagrado Corazón (de Milán, Italia), puso el dedo en la llaga y lanzó la voz de alerta.
Inicialmente, se pensó que podían producirse células y tejidos por clonación de otras células y tejidos, sin considerar que ese procedimiento implicaba necesariamente la generación de embriones humanos, aunque solo fuese en la fase de blastocitos, no destinados a ser trasladados al cuerpo de una madre para su posterior desarrollo, sino únicamente con la finalidad de usar sus células y así destruirlos.
(Un embrión es producto de la concepción durante los tres primeros meses de vida; después de ese tiempo se llama feto. Blastocito es la célula embrionaria todavía no diferenciada, es decir, el óvulo fecundado hasta la tercera semana.)
La iglesia católica considera como ser humano todo producto de la concepción, y un nuevo ser con todos sus derechos la unión de un óvulo con un espermatozoide. En ese sentido, lo que se pretendía hacer en laboratorio, con fines 'terapéuticos', era manipular a un ser humano en sus primeras fases vitales para obtener el material biológico necesario para la experimentación de nuevas terapias.
Según un documento publicado entonces por L'Osservatore Romano, lo que la industria biotecnológica pretendía realizar mediante este tipo de tecnología con fines terapéuticos, era "una auténtica clonación de individuos humanos".
No se trata, pues, de reproducir células idénticas entre sí partiendo de una única célula progenitora, como con los cultivos celulares; ni de producir, con la técnica de la proliferación celular in vitro, tejidos destinados a la implantación, por ejemplo, de tejido cutáneo, óseo o cartilaginoso. En esos casos, no habría objeciones éticas para admitir su licitud.
Aquí lo que se trata es de producir células y tejidos a partir de embriones humanos clonados, es decir, de seres humanos a los que se les va a interrumpir su desarrollo para ser utilizados como fuente de 'precioso' material biológico, destinado a reparar tejidos u órganos degenerados en un individuo adulto.
Ello significaría matar a un ser humano, contradiciendo abiertamente el valor que se busca: salvar la vida (o curar enfermedades) de otro ser humano. Y cambia totalmente el significado humano de la reproducción, ahora programada con fines médico-experimentales y, obviamente, comerciales.
Este proceso tecnológico convierte al ser humano en propiedad de quien, en un laboratorio, es capaz de engendrarlo para su uso. Ergo, altera la figura del progenitor, reduciéndolo al rango de prestador de material biológico para engendrar un hijo-gemelo destinado a ser utilizado como suministrador de órganos y tejidos de recambio.
Además, sanciona una auténtica discriminación entre los seres humanos según la medida de los tiempos de su desarrollo (un embrión vale menos que un feto, un feto menos que un niño y un niño menos que un adulto), y le niega al nuevo ser los derechos humanos que le corresponden.
La ciencia sabe encontrar formas de terapia para enfermedades de base genética o degenerativa, mediante otros procedimientos como la utilización de células estaminales tomadas de la sangre materna o de abortos espontáneos; o extraídas del hígado o de la médula ósea del feto, o de la sangre del cordón umbilical en el momento del parto. Aunque no sean tan valiosas como las de un embrión.
En todo caso, el debate ha sido reabierto. Estemos atentos a lo que venga después.
Publicado en el diario oficial El Peruano el domingo 15.04.18
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