jueves, 5 de abril de 2018

A Pendejo, Pendejo y Medio

Columna de Rafo León en CARETAS

Moche, 25 de marzo de 2018

El racismo peruano es un gas que se mete por debajo de todas las puertas sin que muchas veces nos demos cuenta siquiera, para atontarnos, para diferenciarnos unos de otros mediante el mecanismo más tribal y primario, el del rechazo al diferente y el de la alianza absoluta con el igual.

Moisés Mamani

No hay oportunidad mala para el racismo, y los acontecimientos políticos recientes han sido un jardín abonado para su florecimiento, gracias en gran medida a la presencia de Moisés Mamani como protagonista de una suerte de puntillazo final clavado al gobierno de PPK. No creo que haya sido casual la elección de Mamani como carnada para la trampa que le pusieron a Kenji. Mamani es aymara, no tiene siquiera primaria, no sabe expresarse y luce el aire abatido y servil connatural al cliché racista del serrano. Presa fácil para unos criollos pendejos que se lo iban a pasear de lo lindo, cambiándole su voto contra la vacancia por almuerzos de la csm en palacio, piqueítos incluidos, además de impunidad a la hora de tratar el tema de obras con alcaldes, los famosos cinco palos que te llegan sin hacer nada.

El tono con el que tratan a Mamani en esa reunión es el del capataz de la hacienda que quiere sacarle algo al cholo, paternalista, de arriba abajo, condescendiente. Ni Kenji ni Bocángel ni Bienvenido ni el impresentable Aragón ni Borea pudieron salir del terreno de sus prejuicios para por lo menos sospechar que Mamani era el caballo de Troya que venía no solo con una cámara de video en la manga sino con la renuncia de PPK incorporada. Más pudo el racismo que la lucidez.

Días más tarde aparece un audio con una conversación entre Bruno Giufra y Mamani. El primero, de la estirpe de Cayetana, de Susana de la Puente, de Olaechea, del mismo PPK, a pesar de haber tenido un programa en la televisión de apoyo a los emprendedores, nunca pudo bajarse del sillón de cortesano acostumbrado a moverse en un mundo marcado por jerarquías en mucho perfiladas por el fenotipo. Da vergüenza escuchar tanto a un Giufra dirigiéndose a su mayordomo, como a un Mamani haciéndose pasar por el mayordomo. Y al escuchar el audio es cuando entendemos a esa señora borracha que causó un accidente de tránsito y se quiso librar de la policía gritando, "¡soy una Giufra!"

Ese despliegue de prejuicios racistas describe un lado del fenómeno. Hay otro igual de tenebroso, el de quienes están tratando de presentar a Mamani como un héroe de la lucha anticorrupción, el David Mamani que se tiró abajo a Goliat Kuczcynski. Las redes sociales, acequias para la simplonada y el pensamiento único, inmediatamente difundido el video comenzaron a emitir posts, memes y otros mensajes elevando a Mamani a la categoría de un justiciero. ¿La base? Otra vez, el fenotipo, el apellido, la etnia de pertenencia, la ignorancia, el analfabetismo funcional. Todos rasgos diferenciales del pobre cholo en el código racista más convencional. Ideología SINAMOS recargada, casada con antaurismo.

Por momentos el endiosamiento de Mamani por ser Mamani hacía recordar a ciertas posiciones feministas que pasan por alto cualquier cosa si la actante es mujer. Mujer, indígena, gay, discapacitado, se convierten en pasaportes diplomáticos que permiten el libre desplazamiento por cualquier terreno sobre la idea de una superioridad moral infusa, propia de la condición.

Los mamanistas pasan por alto el que su Túpac Katari haya negociado por lo bajo 29 millones de soles con el Estado, que dirija una telaraña de empresas mafiosas con las que se ha vuelto rico, que haya engañado al país en su postulación al Congreso cuando ocultó que nunca había asistido al colegio. Lo particular es que estos delitos, sumados a un apellido, a un tipo físico y a una actitud, pasan a transformarse en rasgos virtuosos: el cholo pendejo que le dio vuelta al blanco que se las quiso dar de pendejo.

Nicomedes Santa Cruz fue mucho más que un recopilador y cultor del arte negro peruano; también compendió y difundió una serie de expresiones culturales que llevamos bajo la piel, de laya racista. Nicomedes sabía de lo que hablaba pero lo sublimó con su arte. Así, tiene una copla que expresa la mirada del blanco sobre el cholo, que me ahorra crearle un final a esta nota:

Esa fingida humildad/Con que el serrano obedece/Al punto desaparece/Si le dan autoridad.




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