Este martes, 3 de abril, se conmemora en nuestro país el 129 aniversario de la llegada de los primeros 790 inmigrantes japoneses a tierra peruana, fecha que es recordada como Día de la Amistad Peruano Japonesa. Fue una soleada mañana de un día como hoy de 1899, a bordo del barco Sakura Maru ('navío de los cerezos', en español).
Esos ciudadanos provenientes del país del sol naciente, fueron contratados por cuatro años, para realizar labores relacionadas con la labranza en haciendas y fábricas de azúcar, a cambio de 2.5 libras esterlinas mensuales, trabajando 10 horas diarias, con atención médica y alojamiento. Los primeros trabajadores japoneses tenían entre 20 y 45 años.
Ninguno de ellos desembarcó en el Callao. Al día siguiente, la nave enrumbó a los puertos norteños de Ancón, Chancay, Supe, Salaverry, Pacasmayo y Eten, donde descendió la mayoría de inmigrantes; para luego regresar hacia el sur, hasta Cerro Azul, donde desembarcaron los últimos pasajeros.
Posteriormente, el flujo de ingreso de los inmigrantes japoneses aumentó en forma vigorosa, y en 1923 se contabilizó a 18,258 personas, de ellas 2,145 mujeres y 226 niños. Ese año se suspendieron los contratos entre hacendados y las compañías japonesas.
Pero no todo fue color de rosa, pues a principios de los treinta, se hicieron campañas contra los japoneses, que terminó en 1936, cuando el entonces presidente Benavides limitó el ingreso de inmigrantes. Sin embargo, ya se había una colonia japonesa establecida en el país.
Con motivo del centenario de la inmigración japonesa, en 1999, el Fondo Editorial del Congreso publicó el álbum fotográfico 'La memoria del ojo. Cien años de presencia japonesa en el Perú', una historia gráfica de la aventura que empezó aquel 3 de abril de 1899.
La obra nos recuerda cómo los miembros de esa primera generación de inmigrantes, llamados isseis ('primera generación'), echaron raíces, construyeron un distinto método de vida y, juntamente con sus familias y descendientes, establecieron una nueva forma de amar a su nueva tierra, su nueva patria, su nuevo hogar: el Perú.
En el álbum se destacan los hechos y aspectos más relevantes de la vida colectiva pasada y presente de la población japonesa; su acontecer cotidiano, su vida interna, los cambios ocurridos en ella y su desenvolvimiento dentro de la sociedad peruana.
Al rememorar la presencia nipona en nuestro país, nos invade la nostalgia al encontrarnos con 'el chino de la esquina', como se le decía a todos los bodegueros de origen oriental, y sus frascos repletos de caramelos para la famosa 'yapa' que recibíamos de niños, a veces por solo preguntar la hora.
Y nos llena de indignación y vergüenza, las imágenes sobre el saqueo de que fueron víctimas los japoneses y sus descendientes aquellos fatídicos 13 y 14 de mayo de 1940, pese a que no habíamos nacido aún. ¡Cómo no conmovernos viendo esos locales vacíos, destruidos o incendiados por una turba desenfrenada! ¡Y cómo no indignarnos por las persecuciones lanzadas en su contra durante la Gran Guerra, en los años subsiguientes!
Tras lo sucedido en la Segunda Guerra Mundial, en donde Japón fue protagonista, la comunidad japonesa en el Perú continuó con sus actividades, mediante la práctica de tradiciones heredadas de sus ancestros, como el Año Nuevo (Shinnenkai), el Día de las Niñas (Hinamatsuri), el Día del Niño (Kodomo no Hi), el Matsuri, festividades budistas como el Obón y el Ohigan, entre otras.
Hoy los japoneses se han compenetrado tanto con los peruanos que ya no hay ninguna diferencia entre ambos, salvo los ojos rasgados que, como decía Sofocleto, parecen mirar como espiando.
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