lunes, 26 de febrero de 2018

Para todos los gustos

            Ponerle nombre, o nombres, a un bebé recién nacido suele convertirse en un problema de no muy fácil solución para los autores de la criatura, sobre todo cuando tratan de satisfacer sus propios deseos y, al mismo tiempo, los de los abuelos, tíos, hermanos y otros miembros de la familia que desean llamar al nuevo ser por el nombre que a ellos mejor les parece.

               Nuestras abuelas -y abuelos- no se hacían problema a la hora de bautizar al nuevo miembro de la familia, pues se limitaban a consultar el santoral –que antes figuraba en cada almanaque- y clavarle al inocente el nombre del santo del día en que llegó al mundo.

               Así, se explica que entre familiares y amigos haya quienes fueran bautizados como Melanio, Florencio, Elizenda, Fortunata, Generosa, Gastón y otros nombres similares, poco populares y no muy difundidos, aunque colocados en segundo o tercer lugar, casi "escondidos" después de otro más socialmente aceptable (?).

                La costumbre fue dejada un poco de lado cuando en los años 20 surgieron personajes políticos de gran arraigo popular, cuyos nombres fueron copiados para bautizar a los nuevos críos. Así, se hicieron harto repetitivos los Víctor Raúl y los José Carlos, lo que, dicho sea de paso, permitía conocer la preferencia política de sus progenitores.

               Posteriormente, con la masificación del cine y el avance de los medios de comunicación, se cambió la fórmula y optó por bautizar a los niños con el nombre del artista que más emocionaba por su actuación en el ecran, o con el del personaje (político, científico, escritor, deportista o cantante) de turno, no importando su procedencia ni si jugaba o no con nuestros apellidos autóctonos.

               Entonces pudimos ver --hasta ahora vemos-- abundancia de nombres como Vivian, Jacqueline, Clark, Katty, Christopher, John, Vladimir, William, Elizabeth y muchos otros, acompañados de apellidos tan peruanísimos como Mamani, Fiestas, Choquehuanca, Rojas, Condori, Huamaní, Yupanqui y muchos más. Lo que demuestra, en todo caso, que el proceso de transculturización no tiene límites ni fronteras de ninguna índole.

               Con el avance de la tecnología y la globalización en todos los campos, ya casi nada sorprende a la hora de elegir nombres para los hijos, aprovechando que éstos no tienen voz ni voto en asunto que les concierne directamente, pues sus pataleos (¿innata forma de protestar?) se calman con un  chupón. Por eso, hay quienes les ponen (o imponen) nombres como Jet, H20 o Neurona, u otros, a cuál más estrafalario o extravagante.

Los padres de cierto ex parlamentario y ex primer ministro, resolvieron un problema de nombres, en forma por demás salomónica. Ellos habían elegido dos nombres, a razón de uno cada uno, para su heredero. Pero he ahí que los padres de ambos, es decir, los abuelos, eligieron también sendos nombres, sin que hubiera quién les diera la contraria. El resultado: un personaje con seis nombres y dos apellidos compuestos: Javier Ricardo Maximiliano Alfredo Augusto Hipólito Valle-Riestra González-Olaechea (¡uf!). Para los amigos, simplemente, Javier Valle-Riestra.

               Hubo funcionario, quizá muy sensibilizado por el asunto, que quiso poner coto a estos excesos de amor paternal. Con tal fin, dictó una nunca vigente disposición para impedir el uso de nombres ajenos a los cánones racionales, y limitar el uso de sólo dos nombres, enviando a las catacumbas la libertad de los padres para poner tres o más nombres a su prole.

               Para evitarse problemas, bueno sería retornar al uso del santoral, siempre vigente e incrementado cada cierto tiempo. Por ejemplo, Juan Pablo II, en sus 26 años y medio de pontificado incluyó  482 nombres a la lista de santos de la iglesia y 1,395 beatos; y el actual Francisco ha proclamado a 885 santos (883 de ellos los mártires de Otranto) y 1,121 beatos, a los que pronto se sumarán otros 28 beatos. Es decir, 3,891 nuevos nombres para escoger.

               Sin embargo, habrá siempre quienes prefieran consultar las páginas de espectáculos, los listines cinematográficos o la guía telefónica, que siempre traen novedades y nuevos nombres.

               Al final de cuentas, por copiar un nombre no hay que pagar derechos de autor. Felizmente.

 

Publicado en el diario oficial El Peruano el domingo 25.02.18

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