lunes, 26 de febrero de 2018

La séptima Cruzada (1248-1254)


La VII Cruzada fue llamada también la Primera Cruzada de san Luis, pues fue liderada por el rey Luis IX de Francia.

Luis IX llega con sus tropas a la puerta de Damieta.

 Tras el final de los diez años de tregua del año 1229 (Firmado en la VI Sexta Cruzada), la ciudad de Jerusalén fue tomada por los turcos. En 1240 una expedición militar cristiana, dirigida por Ricardo de Cornuailles y Teobaldo IV de Champagne, se dirigió a Tierra Santa y recobró los santos lugares. Pero en septiembre de 1244 el sultán egipcio Malek-Sadel, tras una cruenta batalla en Gaza, volvió a recuperar el Santo Sepulcro. 

Batalla de Gaza.

La noticia conmocionó al papado y al mundo cristiano y se decidió organizar una nueva expedición a la cruzada de Tierra Santa. En 1245 el papa Inocencio IV convocó al Concilio de Lyon, que resolvió organizar una nueva cruzada. Solamente rey Luis IX de Francia, , posteriormente canonizado como san Luis, declaró su intención de tomar la cruz, ratificando su compromiso asumido en diciembre del año anterior, cuando se hallaba gravemente enfermo de malaria, a cambio de recuperar la salud.

Luis IX parte a la cruzada, en el verano de 1248.

Los preparativos de Luis fueron largos: tardó tres años en estar listo para empezar la campaña. Luis partió de París el 12 de agosto de 1248 y el 25 del mismo mes zarpó con un poderoso ejército, estimado en unos 35  mil hombres bien armados y 2,800 caballos, de los puertos de Marsella y Aigues-Mortes (Aguas Muertas). Lo acompañaban la reina, dos de sus hermanos, dos primos y otros destacados miembros de la nobleza francesa.

 

Luis IX en la VII Cruzada; con el rey de Chipre, Enrique I, y unos emisarios.

Luis IX decidió asestar un golpe a los musulmanes en Egipto. El invierno de 1248 lo pasaron en la isla de Chipre, pero estalló la peste, numerosos cruzados murieron, otros retornaron a su país y los demás quedaron en la miseria.  Federico II de Alemania, excomulgado por el papa, remedió la crítica situación de los cruzados enviándoles una remesa de granos.

 

Papa Inocencio IVy san Luis rey de Fancia.

En junio de 1249, los cristianos recuperaron Damieta, cuyos habitantes cedieron casi sin combatir. La ciudad serviría como base de operaciones para la conquista de Palestina.

En el otoño se dirigieron hacia el sur y sitiaron la ciudad de Mansurah. Los musulmanes se defendieron tenazmente. Dada la situación, el agonizante sultán de Egipto propuso la paz e intercambiar Damieta por Jerusalén, pero Luis IX, aconsejado por sus hermanos, no aceptó.

Llegada de los cruzados a Damieta el 5 de junio de 1249.

Finalmente, en febrero de 1250, los cruzados pudieron irrumpir en Masurah. No obstante, los musulmanes encerraron a los invasores dentro de la misma ciudad, y aniquilaron a los caballeros que no habían logrado ingresar a la fortaleza. Varios centenares de guerreros fueron muertos, entre ellos Roberto Artois, hermano del rey Luis IX. El acoso a los cruzados aumentó, con ataques a los que se alejaban del campamento. La conquista de Masurah resultó desastrosa para los cruzados, pues sus fuerzas quedaron debilitadas. A fines de febrero, los egipcios hundieron la flota cruzada frente a Mansurah y separaron a los caballeros bloqueados en esa ciudad de sus compañeros en Damieta.

Tropas del Islam rodean a los cruzados en Mansurah.

Amenazados de morir de hambre y diezmados por las enfermedades, la disentería y el tifus principalmente, los cruzados decidieron emprender la retirada por mar y tierra, siempre hostigados por sus adversarios. Tardíamente, el rey decidió aceptar la oferta del fallecido al-Salih que antes había rechazado, pero para entonces los egipcios, conocedores de la debilidad de sus enemigos, se negaron a ello.

Captura de Luis por los ayubíes en abril de 1250.

Una gran cantidad de caballeros y escuderos, cayó prisionera, entre ellos el propio Luis IX. Las huestes cruzadas, tuvieron que rendirse a los egipcios el 6 de abril. Luis tuvo que acceder a pagar un millón de besantes y devolver Damieta el 30 de abril para recuperar la libertad. Su libertad y la de los nobles lo logró el sultán Malek-Mohadan II, que había ocupado el cargo después de asesinar al sultán, mediante la entrega de Damieta y más de un millón de besantes de oro, pacto que fue respetado por el jefe de los mamelucos.

Pese a los consejos de regresar a la patria, formulados por la mayoría de los nobles, Luis IX decidió continuar la cruzada. Utilizando todos los medios posibles, los restos de las fuerzas cruzadas se concentraron en Acre, donde inútilmente esperaron refuerzos de Francia, que nunca llegaron.

Luis IX pasó cuatro años en el Reino de Jerusalén en un vano intento de revivir la unión cristiana. Se mantuvo en Palestina, con el apoyo de unos 1,400 soldados, rescatando esclavos cristianos, fortificando las plazas que quedaban y pacificando a los cruzados. Ante la nueva amenaza de los mamelucos, comenzó una política de alianzas, cuyo único resultado fue un acercamiento entre los principados de Antioquía y el reino armenio de Cilicia.

El soberano francés consiguió que los egipcios liberasen a todos los cautivos –más de tres mil- y  prometiesen entregarle los territorios hasta el Jordán a cambio de trescientos prisioneros musulmanes y la alianza contra los ayubíes de Damasco. Los últimos cautivos quedaron en libertad en marzo de 1252.

Finalmente la paz entre los egipcios y los sirios, obtenida por mediación del califa abasí de Bagdad y firmada en abril de 1253, puso fin a la inútil alianza franco-mameluca.

La grave situación en Francia, agudizada tras la muerte de su madre, la regente Blanca de Castilla, obligó a Luis a retornar a su reino. El 24 de abril de 1254, zarpó de Acre y, tras diversas peripecias, alcanzó Francia en julio.

Luis y su esposa embarcándose en Acre para regresar a Francia en 1254.

Con el retorno del rey a sus tierras, la cruzada concluyó en un fracaso para los europeos; sin embargo, el prestigio de Luis aumentó. Más tarde protagonizaría un nuevo intento de retomar Tierra Santa que acabaría también en fracaso.


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