miércoles, 6 de junio de 2018

¿Quién diablos es ‘Asheva’?


Por César Augusto Dávila

En mis andanzas adolescentes, hube de conocer al 'Tuerto Zoilo'. Algo así como "amarrador" de gallos peleoneros en el Coliseo Sandia,  vecino próximo de mi añorado 'Mapiri'.

Dicho semiciego personaje, campeaba por sus respetos, entre bandidos, cotiporras  y otros versos,  merced a sus habilidades de zurcidor de heridas gallísticas, empleando a tal menester jubiladas medias femeninas, arte que se extendía a marcas chaveteras y demás lesiones propias de la malandanza.

Su artesanía quirúrgica, entraba en danza -es un decir- mientras dicho artífice musitaba entre dientes una suerte de plegaria al 'Dios Asheva', que, según afirmaba  el susodicho curandero, sintonizaba "con el Dios Asheva, que protege a los perseguidos y a los heridos de puñalada". Curiosamente, los fakires, bambabrujos y tragafuegos empleaban dicha rezamenda mística, antes de empezar sus números de asombrosa audacia plazuelera, allá en el Parque Universitario, antes del sacramental 'pase de gorra' o –a veces- la venta de talismanes curalotodo o pócimas de 'un solo viaje', para los tristes amantes jubilados.

Andando el tiempo, el misterioso 'Asheva' volvió a materializarse ante mis ojos, nada menos que por cortesía del gran novelista Ciro Alegría, a través de su monumental 'El mundo es ancho y ajeno', que empecé a leer a eso de los 11 años, repitiendo la faena innumerables veces, hasta no hace mucho.

En dicha novela que me marcó el camino para siempre, un bandolero, llamado 'El fiero Vásquez' -no por su descontada bravura sino por las marcas virulentas de su cara que le valían el apodo, en la difícil germanía de los Andes. 'El fiero', herido de feroz cuchillada al disputar el liderazgo de una banda abigea, tocó a medianoche y malherido cierto portón serrano, que al abrirse, mostró esplendente a una piadosa solterona, que lo acogió cristianamente, y al paso de su lenta recuperación le fue enseñando –de memoria- la 'Oración al Dios Asheva', que yo atribuí a invención  literaria y fui dejando caer en el pozo sin fondo del semiolvido, hasta que la adultez me envolvió en la bruma de los recuerdos, y terco, como suelen ser los ayeres vividos, Asheva reapareció ante mis ojos.

Y lo hizo en un viejísimo volumen de un tal 'George de La Forrester', escritor galo que no he logrado encontrar en la Enciclopedia, autor de un tratado de pretendida seriedad, a lo largo del cual dicho autor afirma ser capaz de conjurar nada menos que 'la buena suerte', cuyo reparto -afirma el citado- "es el peor y más antidemocrático que azota a los humanos".

Los métodos recomendados por ese misterioso periodista francés, maltratado por editoriales y memorias, recorren no solo el folklore mágico de todo el mundo, sino las creencias cortesanas del medioevo, e incluso el repertorio demonológico y finalmente la magia sexual' que –asegura- resulta infalible cuando ambos protagonistas del chuculún "vibran en la misma frecuencia y alcanzan el éxtasis al mismo tiempo", pero -otra vez- recitando "la oración al Dios Asheva", a quien el mismo De La Forrester asegura no haber identificado jamás, a pesar de empeñosa búsqueda.

Bueno, a fin de satisfacer la curiosidad de mis graciosos lectores, y haciendo un ejercicio memorístico, que espero me reconozcan, voy a rescatar a jirones el texto de la fabulosa oración –no sé a quién dirigida- pero que parece ser murmurada por poderosos taumaturgos y aficionados a la magia, en todas partes del mundo, aunque usted no lo crea. Y parafraseando a Nicomedes, sentenciaré: "Y dice así":

¡Oh Dios Asheva,/ Veo a mis enemigos venir./ Traen las manos empuñaladas/ Y el corazón amartillado./ No los dejes llegar./ Tengan ojos, no me vean. / Tengan pies, no me alcancen

Y lo demás, no lo recuerdo, pero un 'poderoso' brujo huaringano me dijo que era peligroso 'banderear' mucho esta oración, pues "es secreta". Un alto jefe policial de mis tiempos de reportero, me aseguró que se trata de "un cuento de rateros".

En fin. Usted puede creer lo que quiera, pero el citado De La Forrester afirma en su libro haber vencido una 'jetta' de siete años, recitando esta oración que le enseñó una hechicera francesa. En cuanto a explicarnos qué o quién era Asheva, a quien algunos llaman simplemente 'Sheva', este misterioso convocante de 'La suerte', afirma ignorarlo terminantemente.

Y por mi parte, yo tengo mis cuchufléticas cábalas infalibles al respecto de la 'suerte'. Pero si me preguntan por Asheva, podría jurar que nunca lo he visto y solo conozco de oídas sus tremebundos poderes. ¡Que viva Changó!


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