viernes, 22 de junio de 2018

Duelo de ‘caballeros’

Por César Augusto Dávila


Para mí, el duelo -desafía pro limpieza del honor- era, hasta hace tiempo, solo un chiste. Además de haberlo visto en algunas películas de capa y espada, lo había gozado periodísticamente cuando el arquitecto FBT, se batió con 'Tedy' Watson, y cuando Beltrán rehusó hacerlo con Carlos Miró Quesada, el recordado 'Garrotín', denunciando a su retador en la comisaría de Monserrate, lo cual motivó un comentado bochinche de 'Sofocleto', quien repartió el cuento de que: "El licor Beltram (una especie de ponche preparado, muy popular por aquellos tiempos)… no tiene huevos y no se bate".

No quiero olvidar a don Celestino Manchego Muñoz, sempiterno senador por Huancavelica, quien se batió, nada menos, que catorce veces con rivales surtidos, tanto a sable, como a pistola, siendo su último desafío, el que ya anciano lanzó contra el ya también cocho senador Protzel, de las tiendas pradistas, quien se rajó en las trancas y no quiso entrar al pleito, cuando ya el veterano duelista se aprestaba a darle chicharrón.

Bueno, pues. Yo creía que el dichoso duelo, no era más que una anacrónica payasada, hasta que me tocó vivirla en loco y en directo, por obra y gracia de alguien que se tomó cierta broma dominical demasiado en serio.

Siempre los terremotos, y la posible predicción de los mismos, han sido buen material para los magazines y, en tal virtud, comisioné a mi entrañable amigo Mario, el 'Gordo', Campos, a fin de que entrevistara a un supuesto experto en tan estremecedor asunto.

Mi entonces redactor de Estampa cumplió a cabalidad el encargo laboral, y fiel a su estilo hizo algunos requiebros graciosos a las respuestas del entrevistado y, sobre todo, a la cara que ponía, al disparar sus prosopopéyicas sentencias.

A mí me pareció okey, y tras editarlo convenientemente ordené que se publicara el reportaje, ilustrándolo con fotos del 'cliente' que, a decir verdad, tenía cara de lo que el 'Gordo' afirmaba, lo cual no era culpa de nadie, aparte de la genética y la vida, pues, como se dice, en las mejores familias, oiga usted.

El lunes siguiente, muy de mañana, se aparecieron por mi oficina, dos atildados caballeros, que exigían hablar, no con mi chistoso redactor, sino conmigo 'en persona', que era -como algunos recuerdan- el jefe de Redacción del dominical del cuento.

Yo los recibí saludándolos muy cortésmente, sin imaginar lo que se traían entre manos.

Resulta que venían por encargo del mayor retirado, protagonista del asunto, el mismo, que sintiéndose ofendido, me exigía, "en el campo del honor", una reparación por la vía de las armas.

Al principio, lo tomé al cachondeo. Luego, pedí disculpas por intermedio de estos dos acuciosos padrinos, ofreciendo -como se estila o estilaba en otros tiempos- la consabida rectificación, pero finalmente comprendí que la cosa no estaba para cochineos. El pata quería el duelo sí o sí, más rápido de lo que canta un loro.

Entonces, asumiendo mi condición de caballero sin caballo, pero exsoldado de caballería, eso si, precisé ya algo amoscado: "En tal caso y apelando al Código del Marqués de Cabriñana, me reservo el derecho de elegir las armas".

"Bueno -me apuntaló el padrino namber guan- el retador ha pensado en el sable a primera sangre".

 "No, no, caballeros -puntualicé- exijo mi derecho de desafiado y quiero que el lance se ejecute con pistola y a veinte pasos. Y debo precisar por mi historial de exsargento de caballería, que mi especialidad, es poner la bala entre ojo y ojo."


Añadí que nombraba como mis padrinos a don Ángel Hernández León (un exactor y gran trafasista, más conocido como 'Mascafierro') y a mi bohemio tío putativo Andrés Archimbaud y Meave, poeta y trompeador de los bravos, que siempre me honró con su cariño.

Se fijó fecha y hora. Un viernes, a las 4 de la mañana, como mandan los cánones. Escenario: el bosque de Matamula, campo de honor adecuado a nuestros pergaminos, mi estimado.

Naturalmente, yo no tenía intención alguna de escabechar a mi retador por más desubicado que estuviera, y mucho menos dejarlo probar suerte a ver si me atinaba un plomazo aunque fuera de chiripa.

Le verdad era que 'Mascafierro' atesoraba desde sus tiempos teatrales, un par de pistolones fanfa, con caja de madera y todo, los mismos que se cargaban por la embocadura, con algo de pólvora que se taqueaba con tarugazos de algodón, de modo que al disparar hacía un escándalo de la gran seven, pero a veinte pasos era imposible que matara ni a una mosca.

Ese era mi truco falsamente valentín.

Ya en el campo del rufufú, ataviados para la ocasión, tenida negra, capa y chambergo bombín, mi padrino 'Pichón de Pato' se daba maña de rato en rato, para acercarse al terreno rival y proclamar: "Según el Código del Marqués de Cabriñana, de dos clientes que se baten en el campo del honor… ¡uno queda!", lo cual, como se entenderá, crispaba los nervios de mis ocasionales contendientes.

La noche anterior, mis 'padrinos' y yo habíamos comentado jocosa y espirituosamente los acontecimientos, de manera que el vacilón estaba anticipadamente asegurado.

Finalmente, en un adorno pinturero de la faena, propuse a mi retador resolver el conflicto al estilo 'karamanduka'; es decir, a puño limpio y a tres asaltos interbarrios. Tampoco quiso.

Y cuando vio los trabucazos de 'Mascafierro' y atisbó de pasache el ánimo no solo combativo, sino cachimbero que me impulsaba, terminó por arrugar.

Los belicosos desafiantes, se me acercaron dando por zanjada la cuestión de honor y exhortándonos a una conciliación caballerosa, lo cual acepté over the pucho por no prolongar la astracanada, y también porque en aquellos lujuriosos días mi vida era una fiesta y yo no estaba para perder el tiempo tiroteando judokos, con chimpunes bamba, en tanto lances más rikachá me aguardaban justo a unas cuadras del presagioso bosque amanecido.

Lo dicho: en materia de duelos y payasadas, más sabe el viejo Diablo… y, a veces, lo cuenta, oiga usted.

 

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