Surgido de la nada en medio de un desierto tan árido que fue bautizado con el nombre de 'Cuarto vacío', el emirato de Dubái es el más rico y opulento del mundo
El 20% de las grandes grúas para la construcción existentes en el mundo están ocupadas en este pequeño país, uno de los siete estados asomados al golfo Pérsico que forman la federación de los Emiratos Árabes Unidos. En el país, quien teme una burbuja especuladora es despachado con sonrisas de compasión. Es una carrera perenne por superarse: los 321 metros del Burj Al Arab, el hotel con forma de vela convertido en símbolo de la ciudad (igual que la Torre Eiffel lo es de París), quedan eclipsados por los 800 metros del Burj Dubai, la torre más alta del planeta.
Vivir para comprar
La actividad más vistosamente practicada en Dubai es la que antaño se denominaba comercio. El shopping es a Dubai lo que el críquet a Inglaterra: el deporte nacional al que se dedican no solo los habitantes, sino también muchedumbres atraídas desde todos los puntos cardinales por el easy spending ('gasto fácil') Hay incluso un Shopping Festival que se celebra cada año, en enero.
Fotografía del interior de una sección del mall.
El festival es anual, pero la fiesta es cotidiana. Quien entra en el Mall of Emirates se siente como Alicia entrando en la madriguera del Conejo Blanco y saliendo en el País de las Maravillas. Oriente y Occidente concurren en él atraídos por el shopping sin fronteras, por ese alegre delirio que impulsa cada día a decenas de miles de personas a deambular por los 600,000 m2 y los 400 puntos de venta de todo tipo que el centro comercial alberga.
La nieve del desierto
Un poco menos concurridas están las perfumerías tradicionales, que exhalan aromas a almizcle, ámbar y algalia propios de los harenes. Chanel, Dior, Armani y las demás marcas europeas han salido ganando, al ser sus fragancias más adecuadas para los abrigos de visón que llevan las mujeres en el Snow Park del mall. Allí, en una estructura que desde el exterior parece una nave espacial de plata, los espejismos del Golfo se materializan en una pista de esquí cubierto, con 600 m de auténtica nieve y de falsos abetos, skilift y un restaurante a la entrada que sirve raclettes (quesos de origen suizao) junto a una chimenea con fuego simulado sobre una pantalla ultraplana, mientras fuera, en el aparcamiento para 7,000 coches, arrecian 45 húmedos grados a la sombra.
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