jueves, 21 de junio de 2018

La noche de los siete velos

Por César Augusto Dávila

En algún momento del tormentoso 1917, llegó a Lima, una exótica danzarina que decía llamarse Norka Rouskaya, nombre tan falso como su pretendida nacionalidad rusa, opcionalmente suiza y, en el fondo de la verdad, más argentina que el tango.

  

Norka Rouskaya, escandalizó a Lima luciendo exóticos atuendos estilo Mata Hari y amagando el desnudismo con su 'Danza de los siete velos'.

Hábilmente manejada por su marido, a quien Federico More definiría como 'cafiolo y compadrito', la dama en cuestión se defendía en el escenario, con el gancho de una 'Danza de los siete velos', insinuando que, al despojarse del séptimo, estaría desnuda ante los ojos afiebrados de los limeños de entonces, expertos en manualidades, como diría 'Gabo'.

Con esos argumentos, debutó en el Teatro Municipal y llenó palcos y plateas de espectadores ávidos de ver -quizás por única vez en sus vidas- a una bailarina sin ropa, moviéndose a los compases de un convencional 'cuarteto de cuerdas'.

La  Mise in Scene iba más o menos así: una vez colmado el aforo teatral, se apagaban las luces, la orquesta atacaba un preludio en arpegios 'de cámara', y una engolada voz anunciaba a través de oportuno altoparlante, la aparición de "la exótica y misteriosa bailarina rusa Norka Rouskaya", que a continuación se movería sensualmente ataviada, en lo que podría llamarse 'primer número del programa'.

Los siete velos

Así saludaba la exótica bailarina a su estupefacto público. Luego interpretaba una serie de pasos de danza, siempre sobre temas de afamados autores como Delibes o Saint Sainz, y luego de los quince minutos de intermedio que eran de rigor para todo espectáculo, se anunciaba la 'Danza de los siete velos, que resultaba siendo La piece de resistance, al cabo de la cual, la febril imaginación de los espectadores alucinaba ver a la escultural danzarina como algún pícaro ángel la trajo al mundo, cierta noche. Pero no.


La 'Danza de los 7 velos' de Norka Rouskaya.

Descontando que la Inspección de Espectáculos de la entonces pacata Municipalidad de Lima no lo hubiera permitido, Norka y su astuto manager sabían manejar muy bien el fin de fiesta.

Alumbrada por azulados reflectores, la codiciada bailarina se iba despojando de un velo tras otro para, casi al finalizar el 'solo', lucir a media tinta una ceñidísima malla rosa que aparentaba ser su piel, en tanto se extinguían las notas musicales, descendían las sombras sobre la escena y ella se diluía en  mutis por el foro de los sueños húmedamente frustrados.

Luego, reaparecía para agradecer los estruendosos aplausos, ataviada en recargada bata oriental, haciendo una serie de hondas reverencias, en tanto guardaba el más cauteloso de los silencios, ya que de ruso, ella sabía lo que este escribidor de cantar misa, por supuesto.

Los 'Colónida' al ataque

Por esos tiempos, el Grupo Colónida, animado por José Carlos Mariátegui y Abraham Valdelomar, alborotaba las noches del 'Palais Concert' y sus intelectuales integrantes, pretendían ser 'árbitros de la moda y el acontecimiento', autoproclamándose como "lo único notable que había dejado La Colonia" en nuestras tierras.

En posesión de la noticia que dibujaba a la genial Isadora Duncan danzando desnuda en la noche del Cementerio Pere Lachaise de Paris, concibieron  la provocadora idea de reproducir la hazaña con la falsa rusa de protagonista.

Así, luego de convencer al  marido, manager, 'cafiolo y compadrito', pusieron en marcha la correspondiente estrategia, encomendando la parte crucial -la autorización – a dos de los más grandes palabreadores que por aquellos almanaques se conocía en nuestra tres veces coronada villa: Alejandro Ureta y César Falcón, que visitaron a don José Valega, administrador del camposanto, para venderle el cuento de "la famosa artista que quería visitar el cementerio de noche, antes de partir a Europa, para así llevarse un imborrable recuerdo de tierras americanas".

Algo debió olerse el señor Valega en este queso que se pudría en Dinamarca, pues luego de lidiar un buen rato con ambos chamulladores, se quitó de encima la papa caliente y los derivó al Inspector del Cementerio, instalado en un severo despacho de la Beneficencia Pública.

Don Pedro García Irigoyen escuchó a ambos vehementes solicitantes, se negó en principio y luego de aburrirse con el palabreo, aceptó con la estricta condición de que solo se trataría de "un paseo nocturno y en compañía del señor Valega", porque tampoco, tampoco, ¿no?

Vencida  la gran barrera administrativa, 'Los Colónidas' se aprestaron a escenificar el  número central de su macabro programa.

De creer a Federico  More, que solía juguetear a las escondidas con la vieja verdad, integraron el equipo de 'excursionistas' Mariátegui, Valdelomar, Ureta, Falcón, Juan Vargas Gamarra, Luis Emilio León, dos o tres que escapan a la cita y el  músico Agustín Cáceres, tercer violín de la Sinfónica, nada menos.


La Rouskaya con el Grupo Colónica (Mariátegui y Valdelomar, entre ellos).

A eso de la 1 de la madrugada del domingo 4 de noviembre de aquel 1917, descendieron de dos coches de plaza los inusuales visitantes del reino de los muertos, que a partir de entonces, habrían de escandalizar Lima, desde las páginas de La Prensa, La Crónica, El Universal y, desde luego, el revoltoso Libertad de Francisco Loayza, que se había animado a editar el primer tabloide que conoció el Perú, manejándolo, además, como un diario 'sensacionalista'.

La hora de los fantasmas

Y ahora sí, llegamos hasta el límite del Cementerio Presbítero Matías Maestro, más allá de la medianoche. Veamos ahora, lo que sucedió después.

Todos los 'excursionistas' vestían amplios abrigos, prenda que en el caso del músico Cáceres servía, además, para ocultar el violín que habría de aparecer como 'El fantasma de la ópera' en el momento menos imaginado.

Al principio, y si bien el señor Valega no las tenía todas consigo, el asunto se limitó a un silencioso paseo por las bien trazadas avenidas del Presbítero Maestro, hasta que los  paseantes llegaron ante el mausoleo erigido en memoria de  Los Héroes de La Guerra del Pacífico.

Allí, de golpe y porrazo, Cáceres desnudó el instrumento, en tanto sus colónidas cófrades encendían velas, Norka se desnudaba a medias con las notas de 'La danza fúnebre' de Chopin, acariciando el sueño de los sepultados.

La falsa rusa inició la danza y el señor Valega puso el grito en el cielo, exclamando: "!Esto es una burla…una profanación!"… hasta que llegó la policía y se llevó a todo el mundo a la Comisaría de Los Barrios Altos.


¿Profanación o 'palomillada'?

Al día siguiente, estalló la escandalera. El prefecto de Lima interrogó personalmente a los implicados en el asunto y el arzobispo de la ciudad anunció una ceremonia de 'reconciliación', sospechando profanación del camposanto. Pero, como al final del cuento no había ley que tipificara el agravio y la bella Norka solo aceptó haber dado "unos pasos de baile, sin ánimo de ofender a nadie", el evento quedó como "otra de las palomilladas del Grupo Colónida".

Tras una breve detención, cada quien marchó a lo suyo, mientras Norka y su marido-manager se embarcaban en un vapor que supuestamente los devolvería a Rusia.

Según palabra del memorioso Aurelio Collantes, 'La voz de la tradición', la exótica pareja solo llegó a Buenos Aires, donde andando el tiempo la pretendida Norka Rouskaya, murió envuelta en los siete velos del alcohol y los paraísos artificiales.

Haya paz sobre su danza.


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