El gran papelón
El mayor papelón mundialista no correspondió a un jugador sino a un réferi, el inglés Graham Poll, quien dirigió el choque entre Croacia y Australia en el Mundial de Alemania 2006. Durante el encuentro jugado el 22 de junio en Stuttgart, por el Grupo E, Poll mostró tres tarjetas amarillas al defensor croata Josip Simunic (ver fotos). El zaguero vio la primera amonestación en el minuto 61, y la segunda en el 90, pero continuó en el campo sin que el réferi ni sus líneas advirtieran la irregularidad. Recién en el minuto 93 el mismo Simunic protestó un cobro del árbitro y se ganó la tercera amarilla que, ahí sí, fue seguida de una colorada.
A la tercera fue la vencida.
Cuestión de peso
"Su atención por favor, damas y caballeros. ¿Hay un carpintero en el estadio?" La voz que salía de los parlantes el 31 de marzo de 1974 en el estadio Saint Mel's Park de Irlanda era el toque de comedia que faltaba a una situación insólita.
Ese día, el equipo local Athlone Town recibía a Saint Patrick Athletic. Aburrido por el notable dominio del equipo local, su arquero, Mick O'Brien, empezó a colgarse del travesaño de madera para matar el aburrimiento, y hasta llegó a sentarse sobre el 'horizontal'. Pero el madero, algo gastado, no soportó su peso y se partió.
El arquero quedó tendido encima de la red de la valla destruida, y el árbitro, que había observado la reprochable conducta de O'Brien, le mostró la tarjeta roja.
El encuentro continuó media hora después luego de que un carpintero local arreglara el madero quebrado.
Mick O'Brien: destructor de arcos.
Fue en Burdeos, Francia, el 12 de julio de 1938, en un partido de segunda ronda del Mundial de ese año entre Checoslovaquia y Brasil, un encuentro que se conocería como 'La Batalla de Burdeos'. El protagonista: Frantisek Planicka, arquero y capitán del equipo checo.
La historia del guardameta: Frantisek Planicka
Fue un partido con muchas broncas, en parte por la permisividad del árbitro húngaro Von Hertzka. Se sucedieron faltas muy duras y cuando el árbitro comenzó a expulsar gente era demasiado tarde. Acabaron en la calle dos brasileños (Machado y Procopio) y un checo (Riha). (Nunca antes habían sido expulsados tres jugadores en un partido mundialista y este hecho no se superaría hasta el Mundial 2006 de Alemania, en un partido en Nuremberg entre Portugal y Holanda, donde el ruso Valentin Ivanov expulsó a los lusos Costinha y Deco y a los neerlandeses Boulahrouz y Van Bronckhorst, amén de sacar 16 amarillas.)
En Burdeos, ese día, se lesionaron varios jugadores. Los más graves, el checo Nejedlý y nuestro protagonista de hoy. El primero se rompió una pierna y tuvo que dejar el partido. Planicka, se rompió un brazo y se lesionó en la clavícula (algunas fuentes dicen que también se la rompió) tras un choque con el brasileño Perácio (los medios brasileños dijeron que fue tras chocar con un poste). Pero en vez de abandonar el partido, Planicka jugó parte del segundo tiempo y la prórroga con el brazo roto y no encajó ningún gol. El partido acabó 1-1. Desde aquel día, Planicka entró en la historia. Tras ese partido, se retiró. Luego se jugó un replay y los brasileños ganaron 2-1.
Planicka, lesionado, en acción: en su país le llamaban Kocka v Praze (el Gato de Praga).
El arquero brujo
Apodado el 'Yashin negro', Robert Mensah es para muchos el mejor portero de la historia del fútbol africano. Estaba tan loco que se echaba encima a las aficiones rivales poniéndose a leer el periódico en medio de los partidos, y de él decían que hacía vudú a los rivales con su gorra mágica. Su leyenda nació el 2 de noviembre de 1971, cuando fue asesinado en extrañas circunstancias.
No en vano, el Robert Mensah Stadium, de Ghana, con capacidad para 15,000 personas, recuerda no solo a la mayor leyenda que nunca salió del club, sino al portero más heterodoxo, misterioso y extraño de la historia del fútbol.
Gigante negro vestido siempre de negro como el legendario portero ruso Lev Yashin, 'La Araña Negra', encerraba en sí tantas excentricidades y misterios que convertía en un acontecimiento cada salida al campo. Solía enervar a las hinchadas rivales con provocaciones poco sutiles (hacía ostentación de un gran bostezo cuando el equipo rival no atacaba, o sacaba un periódico que fingía leer mientras se jugaba), tanto que en 1970, en Liberia, fue atacado por unos proyectiles lanzados desde un fondo que casi se lo llevan por delante.
Pero, sobre todo, lo que infundía era un extraño miedo. La razón, decían, era una gorra blanca que le había legado su abuelo, un brujo, en su lecho de muerte, y que jamás se quitaba debajo de los palos. Decían que con ella hacía vudú. Los rivales, incluso, trataban de arrebatársela durante los partidos. Nadie lo conseguía, porque antes se llevaba una buena serie de puñetazos.
Cuenta la leyenda que en un partido en Kinsasha, en el antiguo Zaire, a su equipo de entonces, el Asante Kotoko, le estaba robando el árbitro. Aun así ganaba 1-2, pero al final le pitaron un penalti tan escandaloso que el entrenador del Asante decidió retirar al equipo. Mensah se negó: pararía el penalti. Cuando llegó a la portería, el árbitro le hizo un pedido increíble: debía quitarse la gorra. Prueba de que, efectivamente, atendía a todo lo que le pedía el equipo rival.
Arquero con gorra blanca embrujada.
Mensah montó en cólera, gritó, amenazó y pataleó; pero, al final, tuvo que quitarse la mágica gorra. Tal era su enfado que se fue hacia el rival que debía lanzar el penalti, lo miró fijamente y caminó hacia la portería haciéndole gestos amenazadores. Tanto le temblaban las piernas al pobre delantero que acabó tirando la pena máxima cinco metros por encima del larguero.
Cuando Mensah estaba en su mejor momento, en 1971 (acababa de ser finalista del premio al mejor jugador africano y contaba con unos 31 o 32 años, no se sabía muy bien), su proverbial indisciplina le llevó a un bar de mala muerte mientras sus compañeros se concentraban para un importante partido a 300 kilómetros. Tres tipos mal encarados discutieron con él, o quizá se metió donde no lo llamaban, y acabó con una grave herida producida por una botella rota.
A su entierro fueron miles de personas. Los que le querían y los que le temían. Fue enterrado con su gorra, la que, decían, su abuelo le había legado para que hiciera vudú a los temblorosos delanteros.
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