Dígase lo que se diga, en nuestro país no hemos desterrado, ni quizás lo desterremos en el breve plazo, las manifestaciones de racismo, que no sólo se expresan en nuestras relaciones y tratos con las personas de raza negra y de procedencia indígena o campesina, sino también con las extranjeras.
A toda hora y en cualquier lugar, no dejamos de expresar, aunque a veces en forma no muy abierta, nuestro rechazo o aversión a quienes no pertenecen a 'nuestra' raza, o no tienen nuestras características físicas, intelectuales ni morales. Y lo hacemos, pese a declararnos públicamente a favor de la igualdad de los derechos de todos los seres humanos, sin distinción de ninguna índole.
Nuestro racismo, además, se manifiesta acompañado con una extraña mezcla de chovinismo y de xenofobia mal entendidos, lo que hace que rechacemos a nuestros semejantes no sólo por considerarlos de una raza inferior -racismo "clásico"- sino, también, por pertenecer a una raza superior -racismo a la inversa- que "pretende imponerse a la nuestra y hacernos desaparecer" (?).
Lo decimos porque hace poco escuchamos un comentario sobre Valentina Shevchenko, peruana de origen soviético, campeona mundial de muay tai, que aspira al título mundial de boxeo peso gallo.
El argumento: ella no representa el Perú porque no tiene apellido peruano.
Lo mismo se dijo cuando hace varios años se informó que dos arquitectos peruanos fueron los encargados de remodelar y reestructurar el Museo de Bellas Artes André Malraux de Le Havre, Normandía. Sus nombres: Sandra Barclay y Jean Pierre Crousse, ambos egresados de la no menos peruana universidad 'Ricardo Palma'.
Por iguales razones se llegó a cuestionar la nacionalidad del expresidente Fujimori y del actual, apellidado Kuczynski.
Recordemos que los peruanos no somos, nunca hemos sido, ni seremos jamás, una raza pura ni superior; ni somos, tampoco, más ni menos que cualquier otro ser humano. Somos, por si alguien lo ha olvidado, producto de una mezcla de razas, culturas e inteligencias, procedentes de casi todo el planeta.
No olvidemos que a los españoles de la conquista se sumaron los negros del África, y después chinos y japoneses; que alemanes, holandeses, tiroleses y otros europeos, formaron colonizaciones en diversos puntos del país, y no solo se mezclaron con los naturales de estas tierras, sino que, además, sus descendientes empezaron a mezclarse entre sí, hasta llegar a formar una mezcla de genes y sangres, cuyo resultado -el hombre peruano de hoy- es un 'multihíbrido', permítasenos el término, de origen incierto. Esto llevó a decir al sabio Antonio Raimondi, que los peruanos éramos hijos de siete leches. Y a Ricardo Palma, que "quien no tiene de inga tiene de mandinga". O "de todas las sangres", según Arguedas.
En el siglo pasado, los europeos que llegaban al Perú -atraídos por su historia y sus paisajes- no podían menos que admirarse por la multiplicidad de razas y la diversidad de características físicas de sus habitantes. Lo dice un cronista de fines del siglo XVIII, menos duro en la expresión que el científico italiano: "Los hombres que poblaban el Perú, en el tiempo de la Perricholi, eran más cambiantes que el paisaje".
Y explica: tres razas habían proporcionado los tres colores fundamentales de esta paleta humana: la raza india, arraigada en el suelo; la raza africana, trasplantada de ultramar, y la raza española, llegada antes en tren de conquista. La amalgama de estas tres razas amplió singularmente la gama del colorido humano, y pintó al tipo peruano de siete colores, como el espectro solar. Estos eran: el blanco del europeo; el moreno, del criollo; el rojo, del indio; el oliváceo, del mestizo o cholo; el negro, del negro; el gris, del mulato, y el chocolate, del zambo. Colores que se repartían en forma desigual en el tejido del hombre peruano, como poncho multicolor, con predominio del oliváceo.
Pero esta mezcla de razas, sangres y colores, no solo se dio en las características físicas -¿estaremos descubriendo la pólvora?-, sino también en los nombres y apellidos de los nacidos en estas tierras, pero de padres extranjeros.
De ahí, pues, que los peruanos de hoy apelliden no solo Mamani o Condorcanqui, sino también Shevchenko, Barclay y Crousse y sean bautizados con toda la gama de nombres provenientes del santoral, rescatados de un listín cinematográfico o copiado de cualquier personaje de la historia o de resonancia mundial.
Cebicheros: Shevchenko, Barclay y Crousse, Trasegnies, Shack, Rostworowski , Reiche...
No nos extrañemos, por ende, que si hoy tenemos apellidos como Fujimori, Trazegnies, Meier o cualquier otro en el candelero público, dentro de poco también empecemos a escuchar apellidos como Trump, Putin, Clinton, Yeltsin, Milósevic, May, Mandela o Blair, en personas más peruanas que la papa con ají.
¿Por qué no?
Publicado en el diario oficial El Peruano el 5.08.17
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