sábado, 11 de noviembre de 2017

Feria de Octubre, el reino de los toros

Llegó a Lima con los españoles, se enraizó en nuestro medio y se convirtió en una tradición que se mantiene viva por más pese a los 477 años transcurridos.

Nos referimos a la lidia, es decir, a las corridas de toros que cada año convocan a la afición taurina y a los mejores diestros de habla hispana que ven en nuestra más que bicentenaria Plaza de Acho un centro de consagración por el riguroso conocimiento que tiene sobre la lidia el respetable que congrega.

 

Plaza de Acho: grabado de 1867: ayer y hoy.

La cosa fue propicia y alentada inicialmente por el propio conquistador y fundador de Lima, Francisco Pizarro, marqués de Atavillos, quien inauguró las lidias enfrentándose a un astado traído de España en el coso improvisado en la Plaza Mayor.

La primera corrida tuvo lugar el 29 de mayo de 1540, cinco años después de fundada la ciudad capital, con motivo de la consagración de óleos del arzobispo fray Vicente Valverde.

Para el efecto, delante de la fachada de la casa del marqués se construían tabladillos desde los cuales las autoridades, con el virrey de turno a la cabeza, presenciaban las corridas. Se cercaba la plaza e instalaban graderías en sus ocho bocacalles, con el toril en la de la calle Judíos (segunda cuadra del jirón Huallaga).

Por aquel entonces, la lidia consistía en lancear a los toros desde la montura de un corcel, esquivando hábilmente al astado, azuzado y enfurecido por un grupo de gentes de a pie o 'peones'- El derrumbamiento del jinete era cosa común.

Se celebraban nueve corridas ordinarias con un cartel de doce toros. Aunque por lo simple de la faena hubo casos en que se mataron 35 toros en una sola tarde.

Además, se toreaba los lunes para lo impedir que la gente cumpliese con la liturgia religiosa domin9ical, y se organizaban para celebrar cualquier acontecimiento importante, como la llegada de un virrey o la independencia, por ejemplo.

La última corrida realizada en la Plaza Mayor ocurrió en 1816, para celebrar la llegada del virrey Pezuela.

La costumbre se mantuvo en el mismo lugar hasta la inauguración –el 30 de enero de 1766, por el virrey Amat- de la Plaza de Acho, rendez-vous en octubre de los toreros más famosos del mundo. (Acho o hacho, 'lugar alto en la costa desde donde se observa el mar'.)

En octubre, seguido de noviembre actualmente, Lima se engalanan; sus bellas mujeres sacan lo mejor de sus roperos; los hombres se acicalan y preparan su parafernalia taurina (largavistas, botas de vino, gorros vascos); las ganaderías entregan sus mejores astados; los toreros se encomiendan a todos los santos para no fallar, demostrar su valentía y su arte, y hacerse merecedores del preciado Escapulario del Señor de los Milagros.

 

Albero de Acho y convite a lidia de toros con muñecones (acuarela de Pancho Fierro)

El domingo de lidia el albero de Acho espera sol abierto, los tendidos se aprestan a recibir al respetable, los taurófilos llegan de todas partes. Todos aguardan una linda tarde, un buen espectáculo; toros prestos, embestidores y con trapío; banderilleros de lujo; picadores certeros y refinados; matadores de mano firme y acertado puño.

En la antigua arena rimense se inicia la tarde. Suenan los clarines. Se abre paso el tradicional paseíllo, encabezado por el alguacil engalanado a la usanza del siglo XVIII. La siguen matadores y banderilleros, monosabios y mulilleros. El respetable saluda con olés y aplausos. Se retiran los burladeros. Salen, uno a uno, los bichos adornados con una escarapela por único jaez.

Esta tarde puede haber de todo. Buenos capotes afarolados o veronicados. Banderillas de lujo, bien clavadas en el lomo de la bestia. Un picador certero que no motiva la pifia ni esquiva el blanco. Se sucederán naturales y pases de pecho, chicuelinas y revoleras, derechazos y molinetes, manoletinas y desplantes. Toros con pitones sin afeites, que embistan y no escarben la arena, que se comporten como la naturaleza les manda y se hagan merecedores a un indulto para prolongar su bravura y regenerar su trapío.

En el decurso de la tarde se sucederán los aplausos y los olés, las pifias y los silencios, la buena música y el atinado bocinazo. Saldrán a relucir pañuelos blancos pidiendo prendas o se escuchará el silencio castigador.  Unos saldrán entre silbidos, otros con pitos y matracas; unos, en hombros del aficionado; otros, con la mirada gacha del perdedor. Algunos lo harán en camilla y con las huellas de una cornada que nadie quiso ni previno. Por eso es tarde de sangre en la arena.

 

Alameda de Acho en el siglo XIX (Acuarela de Prendergast). Tarde de lidia.

La lidia vuelve, pues, a reinar en Lima. La ciudad se engalana. Los turistas se vuelcan a Acho. Los diestros se preparan y la afición espera ser complacida. Olé por todos ellos.

 

Publicado en el diario oficial El Peruano el sábado 11.11.17

 

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