Hace unas semanas el Congreso de la República aprobó un proyecto de ley orientado a establecer un marco normativo de protección de los derechos de las personas de talla baja.
La propuesta nos hizo recordar los revolucionarios años sesenta, cuando los estudiantes primariosos de entonces solíamos burlarnos unos de otros a causa de nuestra baja estatura, casi generalizada. Chapas o apodos como "inspector de zócalos", "domador de pulgas", "chinchón del suelo", "feto" y otros eran utilizados a modo de saludo, recordándonos a cada momento nuestra condición de chatos. Los afectados nos defendíamos asegurando que los mejores perfumes venían siempre en frascos chicos.
Los publicistas de entonces se regodeaban promocionando ciertos aparatos, llamados 'super-astalto', o algo por el estilo; una no muy bien ponderada Emulsión de Scott, jarabe a base de aceite de hígado de bacalao, dizque para hacer crecer a los niños en pocos días; y la escultural 'Charles Atlas', a cuya figura todos debíamos alcanzar. O soñarlo, al menos.
Decían algunos escépticos abuelos que quien nació para chato no ha de crecer así lo cuelguen de manos con varios ladrillos atados a los pies. Porque, quiérase o no, somos una sociedad de bípedos tamaño económico, o talla small, aunque hayan muchas excepciones ('Gaby' Pérez del Solar, los hermanos Duarte o los jugadores de básquet, por ejemplo).
Lo cierto es que la estatura promedio de los peruanos siempre fue, es y, sin pecar de pesimista, será siempre baja. Recordemos, en todo caso, lo que dicen los historiadores respecto a la talla de nuestros antepasados imperiales.
De acuerdo con ellos, los incas no eran altos, y sorprendieron a los conquistadores mostrándose cargados sobre una litera por otros hombres, con un vestuario impresionante que los hacía ver más altos de lo que en realidad eran.
Atahualpa y Pachacútec no fueron altos ni espigados, como señalan algunos cronistas. Se dice que el primero se empinó para que su rescate aumentara y así satisfacer la codicia de sus captores; al segundo, se le 'veía' grande por sus grandezas y sus conquistas; y Titu Cusi Yupanqui, causaba impacto… porque estaba subido de peso.
Hace 1,300 años, dicen los investigadores, la población peruana tenía una estatura promedio de 1.53 m. Los hombres 'se aproximaban' al 1.55 y las mujeres 'descendían' al 1.50 m, aunque cada etnia mostraba variaciones muy propias, según el lugar que habitaban.
Así, el Señor de Sipán, con sus aproximadamente 35 años a cuestas, no superaba el 1.66 m, y (la momia) Juanita de Ampato, una quinceañera, apenas raspaba el 1.48 m.
Restos humanos encontrados en Lauricocha, permiten establecer una estatura promedio de 1.60 a 1.65 m. Con el paso de los años (siglos, mejor), el promedio bajó a 1.59 entre los hombres, y a 1.52 entre las mujeres, según los restos hallados en las huacas Pando, en el Valle del Rímac (500 a 700 años a. C.)
Sin embargo, el hombre de la antigua Paracas tenía una estatura por encima del 1.70 m, cosa que se atribuye a su cercanía al mar y a la buena alimentación que recibía de este.
En el 2014, un estudio de la OMS determinó que la talla promedio de los peruanos era de 1.65 m y de las mujeres 1.52 m., las más bajas de Sudamérica, dicho sea de paso. Esto significaba un incremento de 10 cm, en promedio, en los últimos cien años.
Hoy, con optimismo, se dice que con una buena alimentación y una dura batalla contra la pobreza, el promedio estándar de nuestros futuros descendientes puede llegar a 'subir' a 1.65 y 1.55 m. En una palabra, lo que se necesita es comer (bien) para crecer (más).
Si así ocurriera, ¿dejaremos de ser un país de chatos? Ver para creer, dijo Santo Tomás.
Publicado en el diario oficial El Peruano el sábado 4.11.17
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