¿Recuerda alguien cómo fue el primer adoratorio que tuvo nuestro Cristo de Pachacamilla, antes de contar con el recién reparado altar y su majestuosa iglesia, construida alrededor del santo muro con su venerada imagen?
Como Jesús de Nazaret que nació en humilde pesebre, el Cristo Crucificado pintado por un esclavo angoleño, tuvo por primer albergue una tosca ramada, donde cada viernes los negros de la vecindad se reunían para celebrar ruidosas reuniones, calificadas entonces como indecentes.
Después de los vanos intentos por borrar la imagen, y comprobado este hecho por el virrey Conde de Lemos en persona, este dispuso limpiar el lugar, adecentarlo y cubrirlo con esteras. Así, el 14 de setiembre de 1671 se celebró la primera misa en el lugar, en presencia del gobernante.
El vizcaíno Sebastián de Antuñano, mayordomo del lugar y devoto de la sagrada imagen, adquirió en propiedad el terreno, y dispuso de sus bienes para erigir la 'Casa y Santuario de la Santísima Trinidad y Santo Cristo de la Fe y Maravillas'. (Antuñano fue quien dispuso sacar una copia de la imagen y sacarla en procesión, por primera vez, en octubre de 1687.)
En 1718, gracias a la colaboración de los devotos vecinos de Lima, se logró erigir una iglesia con tres altares, con el principal de ellos delante del muro pintado.
Sumóse a esos esfuerzos la llegada de doña Antonia Maldonado, fundadora, por 1680, del Beaterio de Beatas Nazarenas, grupo de devotas mujeres que hacían vida de reclusión y penitencia, y vestían como hábito una túnica morada y una soga pendiente del cuello con un nudo delante del pecho. Tuvo esta congregación un local en Monserrate, con el nombre de Instituto Nazareno, y después, en 1702, pasó al Santuario del Santo Cristo edificada por Antuñano en Pachacamilla.
Duro fue el batallar de la superiora Antonia Maldonado y, a su muerte a los 63 años, de su sucesora, Josefa de la Providencia, para superar el riguroso trámite canónico y obtener la autorización papal para fundar el monasterio.
Con ayuda de los vecinos, se hicieron mejoras en el santuario y concluyó la edificación del convento, que fue oficial y solemnemente inaugurado el 18 de marzo de 1730 como Monasterio de las Carmelitas Descalzas Nazarenas, con aprobación del Papa Benedicto XIII. Ellas se encargarían, desde entonces, de rendir culto, cuidar y velar al Cristo de Pachacamilla.
Hermanitas Descalzas al cuidado del Señor de los Milagros.
Para esa fecha, la iglesia ya contaba con retablo, altares, coros alto y bajo, y sacristía, y así subsistió hasta 1776, en que comenzó la edificación de un templo más sólido y de mayor capacidad. Los fondos fueron recaudados en una colecta realizada frente a la iglesia de los Desamparados el sábado 3 de mayo de 1760. Hasta allí fue llevada la imagen en procesión. Lo recaudado ese solo día fue de 10,500 pesos, entonces una fortuna para una ciudad empobrecida como era Lima.
El nuevo templo fue inaugurado el 20 de enero de 1711. Aun cuando ha sido modernamente decorado con no muy buen gusto, como dice el historiador Rubén Vargas Ugarte, el templo aparece bien proporcionado, destacando la concha con que remata su retablo mayor, la forma de su púlpito y, sobre todo, la disposición de las rejas de su coro alto, único en nuestra capital.
La fachada sencilla pero noble, formada por cuatro columnas de piedra de granito de los Andes, de estilo corintio; y en su centro tiene esculpidos sobre piedra las armas del virrey Amat, durante cuyo gobierno fue inaugurado, y a los lados los escudos carmelitano y nazareno.
El templo es de una sola nave, observándose una gran uniformidad y derroche de lujo en su decorado, dentro de los cánones del barroco español, en el que destacan sus pinturas al óleo. Lo más impresionante es su altar mayor, de casi 10 m de alto por 15 de ancho, de madera de caoba y cedro tallado, que ocupa toda la pared del fondo. En la parte central destaca el escudo de la hermandad con una corona imperial rodeada de ángeles esculpidos y pintados de color natural. Largo sería describir la belleza de este altar y de sus seis altares laterales pareados, hoy remozados.
Altar mayor de Las Nazarenas, con pintura original.
Lo mejor es apreciarlo directamente, y recordar que esta bella obra fue fruto del esfuerzo de un hijo de Vizcaya, de las superioras Nazarenas y de la primera priora y fundadora del Monasterio, María Fernández de Córdova, que no escatimaron esfuerzos para hacerla realidad.
A ellas, y a todas las Hermanas Carmelitas Descalzas Nazarenas, que se sumaron al esfuerzo, nuestro homenaje y nuestro reconocimiento por su precioso legado.
Publicado en el diario oficial El Peruano el 7.19.17
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