domingo, 29 de octubre de 2017

Cosas de la vida real II

En Lima como en Moscú

            Hace unos días, un hombre de mediana edad, mal vestido, con la barba crecida, una criatura en los brazos y una receta médica en la mano, se me acercó en la sexta cuadra de la avenida Alfonso Ugarte. Quería dinero para comprar las medicinas que figuraban en el papel que me mostró, "muy urgentes" para su esposa "recién operada" en el hospital Arzobispo Loayza.

               Como recién había cobrado un dinero, le pedí que me acompañara para comprarle las medicinas, porque efectivo no acostumbro dar a ningún (real o supuesto) menesteroso.

               No me sorprendí cuando cerca a la farmacia el tipo me sujetó del brazo y me dijo que, en realidad, no necesitaba las medicinas y que había recurrido a esa patraña para obtener dinero. Así de simple. Por supuesto, le reproché su conducta y no le di nada.

               La anécdota me hizo recordar otra anterior junto a mi amigo ruso Nikolay K. Boyev, entonces recién llegado a nuestra capital como tercer secretario de la embajada rusa en Lima y a quien había conocido fortuitamente.

Nikolay ignoraba casi todo sobre Lima, mucho más sobre el Perú, y estaba ávido de informarse sobre el país donde debía hacer sus pininos diplomáticos. Un día lo acompañé a recorrer el centro de Lima, le enseñé la ciudad y sus costumbres; y almorzamos en un restaurante criollo de La Colmena, donde probó diversos platos y conoció lo ácido y picante de nuestra comida.

               Estábamos en plena charla de sobremesa, cuando se nos acercó una mujer vestida como campesina, luciendo largas trenzas y sombrero serrano, y haciéndole capacho a un bebé. Había ingresado al local, aprovechando que el guachimán dejó su puesto para ir al baño.

               La mujer estiró su mano pidiendo dinero. Detuve la intención de Nikolay de meterse la mano al bolsillo, y pregunté a la mujer para qué pedía limosna. "Para comprarle leche a mi hijo", fue su respuesta. Fiel a mi costumbre de no dar dinero: "Voy a ir a comprarle dos tarros de leche; espéreme aquí", le dije e hice el gesto de ponerme en pie.

               ¡Para qué! La inesperada reacción de la mujer, los gritos que lanzó y sus airadas imprecaciones, llenas de lisuras, llamaron la atención del guachimán que retornaba a su puesto, y terminó por desalojarla del local, sin leche y sin dinero.

               La mujer se sintió ofendida porque había "desconfiado" de ella, al no darle dinero en efectivo, que es lo que quería, no la leche.

  

               El hecho, sin embargo, tuvo la virtud -si cabe el término- de darnos pie para una larga conversación, que se prolongó toda la tarde, para explicarle al novel diplomático el significado de los "peruanismos" pronunciados por la mendicante; y, a su vez, él me enseñara palabras en ruso con similar significado, y las que empleaban sus compatriotas para insultarse.

               Tuve que explicarle también los esfuerzos de autoridades e instituciones benéficas para erradicar la mendicidad de nuestras calles y alimentar a las personas sin recursos económicos, casos del Programa del Vaso de Leche y, en ese entonces, el proyecto de las fichas TIPS (hoy una realidad que merece mayor difusión, dicho sea de paso), entre otros.

               A su turno, el amigo ruso me explicó que lo mismo ocurría en las calles de Moscú y en plena Plaza Roja, donde los mendigos prácticamente asaltaban a los turistas. Con la diferencia que allá la policía multaba a quienes daban limosna, pues está absolutamente prohibido hacerlo. Al fin y al cabo, tanta culpa tienen los que piden como los que dan limosnas.

               Según Nikolay, en la capital rusa las personas sin recursos son internadas en centros donde reciben techo, alimentación y entretenimiento, y se les enseña a cultivar minigranjas para su autoconsumo. Pero, acostumbrados a estirar la mano y vivir sin trabajar, dichas personas suelen escaparse y retornan a las calles para seguir mendigando.

               A ambos nos fue difícil explicarnos el porqué de esta costumbre que, por lo visto, se practica no sólo en Lima sino también en Moscú y, sin duda, en casi todos los países del mundo, como se ve en las películas.

Muchas veces nos hemos preguntado si en Lima sería posible prohibir terminantemente dar limosna a los mendigos, y multar a quienes lo hagan. Como, según el amigo Nikolay, se hace en Moscú. Podría ser, es un decir, una forma de mejorar la imagen de nuestra vieja Lima. Y hacer más grata la estadía de quienes nos visitan.

 

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