Esta nueva aventura cristiana a veces se la agrupa con la octava, o se le considera parte de ella; y es comúnmente considerada como la última gran Cruzada medieval a la Tierra Santa.
El príncipe Eduardo de Inglaterra (después Eduardo I) se unió a la cruzada de Luis IX de Francia contra Túnez, pero llegó al campamento francés cuando el monarca galo ya había fallecido.
Luego de pasar el invierno en Sicilia, Eduardo decidió continuar con la Cruzada y comandó sus seguidores, entre mil y dos mil, hasta Acre, a donde llegó el 9 de mayo de 1271. También le acompañaban un pequeño destacamento de bretones y otro de flamencos, mandados por el obispo de Lieja, que abandonaría la campaña en invierno ante la elección como nuevo papa (Gregorio X).
Papa Gregorio X y rey Eduardo I de Inglaterra.
El rey de Inglaterra, Enrique III, había hecho votos hacía tiempo de participar en una cruzada pero, ya anciano, permitió que lo hiciera su hijo y heredero, el vital y despiadado príncipe Eduardo, veterano de las guerras con los vasallos de su padre.
La caída de Antioquía le decidió a emprender los preparativos necesarios.
El príncipe partió en el verano de 1271 hacia Tierra Santa con apenas un millar de hombres. Lo acompañó en el viaje su esposa, Leonor de Castilla. A las fuerzas de Eduardo se unieron meses después algunas tropas más, que llegaron mandadas por su hermano Edmundo de Lancaster. Como complemento de los soldados ingleses viajó también un contingente bretón acaudillado por su conde y otro de los Países Bajos, mandados por el obispo de Lieja.
El plan inicial de Eduardo había sido el de unirse a Luis IX de Francia en Túnez y seguir con él hasta Tierra Santa. Sin embargo, para cuando llegó allí, el monarca francés había muerto y las huestes francesas se alistaban para volver a su tierra, lo que desbarató el plan. Eduardo pasó con sus fuerzas a Sicilia, donde pasó el invierno antes de cruzar el resto del Mediterráneo en la primavera de 1279. Tras hacer escala en Chipre, arribó a Acre el 9 de mayo. Allí se le unieron Bohemundo de Antioquía y Hugo III de Chipre.
Bohemundo de Antioquía y Hugo II de Chipre.
Eduardo era consciente de la debilidad de sus propias fuerzas para enfrentar por sí solo al sultán egipcio, por lo que contaba con reunir en torno a sí a los cristianos de Levante y aliarse con los mongoles del Ilkanato (una de las cuatro divisiones del Imperio mongol) para hacerlo. Al llegar a Levante, se encontró con las rencillas que dividían a los distintos señores de la región, a los vasallos del rey de Chipre con su soberano y con el floreciente comercio que venecianos y genoveses mantenían con el sultán. A pesar de todo, el ilkan prometió enviar fuerzas para colaborar con los cruzados.
En el invierno de 1271-1272, el obispo de Lieja abandonó la campaña y regresó a Europa, ya que se le había elegido papa -escogió el nombre de Gregorio X-. Sus posteriores esfuerzos para organizar nuevas cruzadas resultaron infructuosos.
Mientras tanto, Eduardo se limitó a realizar algunas correrías fronterizas. En octubre por fin cruzaron la frontera diez mil jinetes mongoles de las fuerzas que el ilkan tenía en Anatolia. Esta hueste rodeó Aintab y derrotó a las tropas turcomanas de Alepo, cuya guarnición huyó a Hama. Las fuerzas mongolas continuaron avanzando hacia Apamea.
Sin embargo, cuando Baibars, que se hallaba en Damasco, reunió un gran ejército, con refuerzos venidos de Egipto, y marchó hacia el norte a enfrentarse a los invasores. Estos, incapaces de hacer frente a las enormes fuerzas del sultán, se replegaron al norte y cruzaron la frontera del Éufrates.
Mientras esto sucedía, Eduardo trató de talar la llanura de Sharon y conquistar la pequeña fortaleza enemiga de Oaqun, que le cortaba el camino. La cabalgada, escasa de fuerzas incluso para esta pequeña empresa, resultó un fracaso.
Finalmente, tras un año de conflicto, el príncipe Eduardo comprendió que con tan exiguas fuerzas estaba perdiendo el tiempo.
La cruzada acabó con la firma de una tregua entre el rey de Chjipre y Baibars por diez años y diez meses el 22 de mayo de 1272 en Cesarea. El pacto se vio favorecido por la actitud de las partes: Eduardo estaba convencido de la inutilidad de continuar en el Levante sin refuerzos; y el sultán, de poder acabar con los restos de los Estados cruzados en cuanto se desvaneciese la amenaza mongola.
Por su parte, el rey de Jerusalén, Carlos de Anjou, que sirvió de mediador, coincidió con la conveniencia de mantener el Levante en manos cruzadas, pero sin reforzar demasiado a su posible rival futuro, el rey Hugo. El armisticio debía proteger el reino de Jerusalén, reducido a la zona costera entre Acre y Sidón, de los asaltos del sultán. El otro territorio cruzado de tierra firme, el condado de Trípoli había firmado ya un pacto similar en 1271.
No obstante, era conocida por todos la intención de Eduardo de volver en el futuro al frente de una cruzada mayor y más organizada, por lo que Baibars intentó asesinarlo mediante los hashshashin* (asesinos), uno de los cuales apuñaló al príncipe con una daga envenenada el 16 de junio de 1272. La herida no resultó mortal, pero Eduardo estuvo enfermo varios meses, hasta que su salud le permitió partir de vuelta a Inglaterra el 22 de septiembre de 1272. Para entonces su anciano padre había fallecido y Eduardo ocupó su puesto.
En conclusión, a la tregua de diez años se sumarían casi veinte años de supervivencia de los reinos cristianos en Oriente. Pero luego de concluidas las treguas. Los mamelucos traerían abajo a los estados cruzados, y en 1291 conquistarían todos los territorios cristianos en Siria.
El período de las Cruzadas a Jerusalén 'Tierra Santa' terminaba así, después de 177 años desde que el papa Urbano II predicara la primera cruzada de estas guerras santas.
Tras casi dos siglos de iniciada con el lema '¡Dios lo quiere¡', las primeras y subsiguientes huestes cruzadas, poderosamente armadas, no pudieron doblegar a los musulmanes, mamelucos o islamistas (o como quiera denominárseles), y estos lograron mantener su dominio sobre la ciudad más venerada del mundo, Jerusalén, cuya posesión es hasta hoy centro de controversia internacional.
* Los nizaríes, cuyos detractores nominaron hashshashin o asesinos, eran una rama de la secta religiosa chií-ismaelita de los musulmanes en Oriente Medio.
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