Fue la fallida campaña militar que el rey francés Luis IX llevó a cabo en Túnez en 1270. El objetivo, que no se alcanzó, era la conversión al cristianismo del emir de la ciudad y la extensión de esta religión por el territorio limítrofe. La expedición militar fracasó, en ella falleció el monarca francés y constituyó el penúltimo esfuerzo de la Europa cristiana por salvar el reino de Jerusalén.
Entre los años 1265 y 1268, los mamelucos egipcios acaudillados por el sultán Baibars (o Bibares) había capturado Nazaret, Haifa, Torón y Arsuf en el litoral Palestino. Aprovechó la oportunidad después de la guerra que enfrentaba a la ciudades de Venecia y Génova uno contra el otro entre 1256 y1260, dejando en abandono los puertos sirios que ambas controlaban.
San Luis IX de Francia, y Baibars, sultán de Egipto.
Baibars resultó el mayor azote de los cruzados desde los tiempos de Saladino y selló la eliminación del Levante, que vivía una época de anarquía entre las órdenes religiosas que debían defenderlo, así como entre comerciantes genoveses y venecianos.
El rey de Francia Luis IX, perturbado por los acontecimientos en Siria, convocó a una nueva cruzada en 1267, aunque hubo poco apoyo en esta ocasión.
Los preparativos duraron tres años, y juntamente con su hermano Carlos de Anjou, Luis IX decidió atacar Túnez primero, cuyo califa, el emir Muhammad I al-Mustansir (o Muley-Mostansah), estaba dispuesto a abandonar el islam y convertirse al cristianismo, lo que le permitiría ganar un aliado y contar con una sólida base para atacar luego a Egipto.
Esa táctica era el mismo enfoque que la cruzada anterior de Luis IX y la Quinta Cruzada habían puesto en práctica, y las condujo a la derrota.
La inmensa expedición partió de Aguas Muertas el 1 de julio de 1270. Acompañaban al rey sus tres hijos, su yerno Teobaldo II de Navarra, su sobrino Roberto de Artois y varios condes. La escuadra arribó frente la costa tunecina el 17 de julio de 1270, tomaron la fortaleza de Cartago el 18 de julio, y se dispusieron a esperar los refuerzos al mando de Carlos de Anjou, tras enterarse de la falsedad de la promesa del emir al- Mustansir, quien no se convirtió al cristianismo, sino que se aprestó para defenderse de la invasión, con el apoyo del sultán Baibars, a quien se había aliado.
Las epidemias causaron estragos entre los cruzados.
Mientras tanto, el verano magrebí se abatió sobre los cruzados. El clima y las epidemias diezmaron pronto las huestes de Luis IX. Gran parte del ejército se enfermó a causa de falta de agua potable, y el propio rey procuraba aliviarles y prodigarles cuidados, pero fue víctima del contagio y murió de un flujo en el estómago el 25 de agosto, "con fortaleza y conformidad cristiana". La cruzada quedó totalmente desorganizada.
Cuando Luis IX agonizaba y dos de sus hijos yacían también moribundos, Carlos de Anjou llegó con refuerzos el mismo 25 de agosto. Muerto el rey, Carlos de Anjou proclamó al hijo de Luis IX, Felipe III, como nuevo rey de Francia, pero debido a la juventud de este, el mismo Carlos se convirtió en líder de la cruzada.
Felipe III, hijo de Luis IX, y Carlos de Anjou.
Los cruzados libraron con éxito varios combates contra Muhammad I al-Mustansir, pero ante la inminencia de la llegada de refuerzos a este, Carlos de Anjou consideró inútil continuar la lucha contra Túnez.
Ante esa situación, a fines de octubre el nuevo rey, Felipe II el Atrevido y Carlos de Anjou firmaron un tratado de paz con el sultán, por el cual este debía renovar y duplicar el pago de tributos al rey de Sicilia, retribuir los gastos militares sufridos por los reyes cristianos y garantizar la seguridad en Túnez de los comerciantes súbditos de Sicilia. Hecho esto, el joven monarca volvió a Europa.
Carlos de Anjou también se embarcó con su ejército, pero una tempestad causó el hundimiento de numerosas naves y la muerte de cuatro mil cruzados.
La Octava Cruzada puede considerarse como un éxito parcial, pues el citado acuerdo, además, creaba garantías definitivas para el normal desarrollo del comercio entre Túnez y Sicilia, con lo que los cristianos gozarían de libertad de comercio, y la residencia de los monjes y sacerdotes en la ciudad estaba garantizada.
Después de enterarse de la muerte de Luis y de la evacuación de los cruzados de Túnez, el sultán Barbais de Egipto canceló su plan de enviar tropas egipcias para luchar contra Luis en Túnez.
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