Claudio Ciofi, biólogo y profesor de la Universidad de Florencia trabaja para aumentar las probabilidades de sobrevivir de los dragones del Parque Nacional de Komodo (KNP), que incluye las islas de Komodo, Rinca y otras más pequeñas de Indonesia en las islas menores de la Sonda, en el archipiélago malayo. Ello, debido a los conflictos del siglo XXI que los acechan.
Aunque pueden medir hasta 3 m y pesar 90 kg, los dragones del KNP son vulnerables a los problemas que castigan a tantos otros animales, desde la desaparición de su hábitat hasta el cambio climático. Aunque no existen datos fiables, parece que la población de dragones ha disminuido en los últimos 50 años. El gobierno de las islas de estableció leyes de protección en respuesta a la presión de los conservacionistas y consciente del valor económico del turismo relacionado con los dragones.
Dentro del KNP los dragones están protegidos de cualquier ataque humano. Es más, también las presas de las que se alimentan están protegidas: está prohibido cazar ciervos. En la actualidad los científicos se preguntan si estos lagartos podrán seguir adelante. Su salvación depende en gran medida de algo tan mundano como la gestión del territorio. Pese a las reservas naturales, los habitantes de Flores queman tierras para transformarlas en huertos y pastos, fragmentando así el hábitat de los reptiles. Además, aún hay quien caza ciervos y jabalíes, tan apreciados por los dragones como por los perros salvajes. Y los científicos sospechan que esos perros pueden perseguir, y hasta matar, a las crías de dragón, que pasan el primer año de vida encaramadas a los árboles pero después bajan al suelo.
Así pues, los dragones de Flores están sitiados: por los aldeanos, los pastos, los arrozales, el mar y los perros. Eso significa menos territorio y menos presas. A largo plazo, supondrá también el declive de la especie. El futuro del lagarto más monstruoso de la Tierra es incierto
Una fabulosa lengua bífida. En Rinca, una isla que forma parte del Parque Nacional de Komodo, una hembra de dragón utiliza la lengua para detectar olores y sabores en el aire. Cada uno de los dos extremos de la lengua capta moléculas de presas o de carroña y las traslada a un órgano sensorial de la boca, que le marcará el camino a seguir.
Un dragón adulto merodea cerca de la aldea de Komodo. Con población humana viviendo dentro del parque nacional, cuyo objetivo es proteger a este lagarto en estado salvaje, y con las fronteras del hábitat de la especie mal delimitadas, los encuentros con el dragón son inevitables. La mayoría termina sin daños.
Con dos hilos de saliva colgándole de la boca, un dragón de Komodo exhibe sus andares en Rinca durante la bajamar. Su saliva es venenosa, pero las presas suelen morir por los desgarros o, si logran huir pese al mordisco, por la infección de las heridas.
Los biólogos atrapan un dragón atrayéndolo con carne de cabra, luego le extraen sangre para un análisis genético y a continuación lo sueltan. El objetivo es reunir una información que permitirá que vivan en armonía con los isleños.
Los dragones recién salidos del cascarón suben rápidamente a los árboles, donde permanecen la mayor parte de su primer año de vida. Allí comen insectos, huevos de ave y otros lagartos, una buena forma de practicar la caza de presas más grandes que deberán realizar una vez abandonen la seguridad del follaje.
Durante la época de apareamiento, dos machos de dragón de Komodo cuyos territorios son vecinos se enfrentan entre sí por el derecho a aparearse con una hembra. Son luchas de poder, no batallas a muerte. Los perdedores se marchan y los ganadores transmiten sus genes.
Dos machos adultos se reparten una cabra en la isla de Komodo. Los dragones comparten las presas si hay alimento en abundancia, pero se pelean si este escasea. Pocas veces acaban gravemente heridos. Al igual que todos los animales venenosos, los dragones de Komodo son inmunes a su propia mordedura tóxica.
El olor a comida atrajo a un joven dragón hasta la cocina de una oficina del Parque Nacional de Komodo. Lo sacaron azuzándolo con palos. Aunque este tipo de encuentros suele resolverse sin problemas, los guardas forestales reubican a los reptiles reincidentes. Ellos, sin embargo, a menudo encuentran la manera de regresar.
Nubes de tormenta oscurecen el cielo de Rinca durante la estación lluviosa (de diciembre a marzo). Esos meses bastan para mantener los bosques que sustentan a las presas de los dragones.
Fuente: National Geographic
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