Cuando llegue a nuestro país, el papa Francisco tendrá la oportunidad visitar y recorrer una iglesia tan antigua como Lima, ya que fue fundada el mismo día, una tras otra, con menos de una hora de diferencia entre ellas.
En efecto, el 18 de enero es recordado siempre solo como fecha de fundación de la Ciudad de los Reyes. Muy poco se recuerda que ese mismo día se extendió la partida de bautismo de la Iglesia Catedral, con la colocación de su primera piedra; construcción de sus primeras instalaciones con piezas de madera, y celebración de la primera misa, en el mismo lugar que ocupa hasta hoy.
Como demostración de su profunda religiosidad y misticismo, los trece conquistadores españoles -aventureros corajudos e incansables; autores de épicas hazañas; de curtido rostro y poblada barba-, que presidieron el acto de fundación de Lima, lo primero que hicieron apenas terminada la breve ceremonia, fue señalar el lugar que ocuparía la iglesia.
El propio conquistador Francisco Pizarro delineó los contornos de la Plaza Mayor, en el descampado triangular donde se realizó la ceremonia (formado por el palacio del curaca Taulichusco, el templo de Puma Inti y una huaca rodeada por un corral de llamas, y atravesado por una acequia). Eligió la parte delantera del templo incaico, dispuso abrir zanjas para colocar las primeras piedras y sobre éstas asentó una cruz de madera.
Según los cronistas e historiadores, el mismo Pizarro cargó los primeros maderos, pasado ya el mediodía, y dio inicio a la construcción de lo que en un principio llegó a convertirse en un pequeño y muy modesto templo.
Tras la colocación de la primera piedra, se desarrolló la ceremonia de bendición de la futura iglesia "a la que puso por nombre Nuestra Señora de la Asunción", y se ofició la primera misa, ambos actos a cargo del cura Alonso Tinoco.
Sillería del coro y vista de la nave central.
Sucesivas bulas del Papa Paulo III (1534-1549) elevaron la iglesia al rango de catedral y crearon el arzobispado de Lima (1545). Su primer obispo, Fr. Jerónimo de Loayza, confirmado el 31 de mayo de 1541, mandó demoler la iglesia y edificar otra más amplia y de mejor fábrica, concluida en 1551.
En 1564, el maestro mayor Alonso Beltrán levantó los planos de la nueva iglesia, a imitación de la catedral de Sevilla. Y en 1572, con apoyo del virrey Francisco de Toledo, el Cabildo Metropolitano, la Real Audiencia, el clero y vecinos notables de la ciudad, se inició la construcción de la tercera iglesia, con muros y pilastras de piedra de granito. Un año antes, el arzobispado de Lima había sido declarado primado del Perú.
No estaba concluida totalmente, cuando en 1609 un fuerte terremoto sacudió la capital, y dañó seriamente sus elevadas bóvedas.
De a pocos, la nueva iglesia fue concluida y consagrada el 25 de octubre de 1625, al cabo de 90 años de trabajos interrumpidos y reiniciados sucesivamente, y tras haberse invertido más de 600,000 pesos en ella. Para la obra se trajeron mármoles de Recuay, y desde Panamá, las piedras de sus cimientos y paredes. Comprendía entonces cinco naves, adornadas con una serie de joyas arquitectónicas y obras de arte, atribuidas principalmente al arquitecto español Pedro Pablo Noguera, quien invirtió 30 mil pesos en esa tarea.
Altar mayor. Vista interior.
La obra duraría menos de un siglo, pues el terrible terremoto de 1746 la trajo por los suelos. Se salvaron los muros exteriores y las piedras de la fachada principal, lo que permitió su reconstrucción en nueve años de intensos esfuerzos. Así, el 29 de mayo de 1755, la Iglesia Metropolitana volvió a abrir sus puertas y a lucir tal como se conserva hasta hoy, a excepción de sus torres, modificadas posteriormente.
La monumental fachada de piedra de cantería ostentaba un escudo real, hoy sustituido por el Escudo Nacional y dos elevadas torres, en una de las cuales se colocó un reloj valorizado en 2,000 pesos. Como todas las catedrales, tiene tres puertas: del Perdón (al centro), de la Epístola (derecha) y del Evangelio (izquierda).
Ayer como hoy, el interior deslumbra por la riqueza y suntuosidad de sus vestidos y alhajas, destacando la gran custodia de oro del altar mayor, donada por el arzobispo Loayza y valorizada en 30,000 pesos; la imagen de la Virgen, obsequio de Carlos V; el "Dignum crusis", que donó el papa Urbano VIII; y el coro, con 75 sillas de cedro, llenas de tallados y molduras, estatuas a medio relieve y un gran facistol.
Mausoleo de Francisco Pizarro con escudo de Lima. Virgen de la Evangelización.
Resaltan también, la sacristía y sus cajones de cedro y nogal, coronados con esculturas de los apóstoles talladas en la misma madera, y su gran espejo de marco de ébano; las 19 capillas y sus capellanías fundadas y dotadas por los conquistadores, dignidades eclesiásticas, clérigos y nobles adinerados, llenas de reliquias y primorosas obras de arte.
Entre las últimas, son dignas de mencionar los bustos de Santa Isabel y la Virgen María, enviados por Felipe II, y la imagen de Nuestra Señora de la Asunción, grabada a medio relieve en una lámina de plata guarnecida de ébano, donada por el arzobispo Lobo Guerrero, valorizada en dos mil ducados de oro, prueba de su majestuosidad y magnificencia.
Ni qué decir del tabernáculo de plata del altar mayor, y de la urna en la que la Universidad Mayor de San Marcos invirtió 4,200 pesos; de las dos lámparas, de cerca de mil marcos de plata, pertenecientes al altar de Nuestra Señora de la Antigua, y de las 16 capillas, herederas de las anteriores y tan bien tenidas como ellas.
Virgen de la Asunción, primera patrona de Lima. Sacristía mayor.
En los tiempos modernos, el Presidente Leguía dispuso su completa transformación, y la construcción del suntuoso Palacio Arzobispal, hoy una de las joyas urbanas, de bello y sugestivo estilo morisco, que atrae la atención de los turistas.
Nuestra Catedral es, pues, todo un monumento a la religiosidad de nuestro pueblo cuyos interiores expresan con elocuencia la grandeza, el poderío y el fausto de que disfrutó nuestra tres veces coronada Lima. Y desde ahí se ejerce la dirección espiritual de nuestro país.
Púlpito del ala izquierda. Museo religioso.
Actualmente, luce en todo su esplendor gracias a los trabajos de restauración realizados recientemente, que incluyó la reparación del reloj de su frontis y que le permite, en la más amplia extensión de la palabra, dar la hora a toda hora. En buena hora.
Publicado en el diario oficial El Peruano el sábado 13.01.18
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