Apreciado papa Francisco,
os abajo firmantes -chilenos y peruanos, en su mayoría-, nos dirigimos a usted con la esperanza de que, en esta visita que está realizando a Chile y Perú, dos de los países que han protagonizado los mayores escándalos sexuales en América Latina (nos referimos a los casos Karadima y Sodalicio), luego de México (en alusión a Marcial Maciel y sus Legionarios de Cristo), sea el espacio propicio para escuchar un anuncio importante de su parte. Un anuncio orientado a enfrentar esta enfermedad que pareciera haber hecho metástasis en toda la estructura eclesial.
Durante sus casi cinco años de pontificado, lo hemos escuchado y visto en reiteradas oportunidades lamentarse profundamente, acoger a algunas víctimas de abusos de poder y de violaciones sexuales a menores de edad, pregonar a toda plana políticas de "tolerancia cero", crear comisiones que bregarían por la protección de los niños y que combatirían la pedofilia clerical.
"Dios llora. Los crímenes contra menores no pueden ser mantenidos en secreto por más tiempo. Me comprometo a la celosa vigilancia de la Iglesia para proteger a los menores y prometo que todos los responsables rendirán cuenta", dijo en Filadelfia, Estados Unidos, hace un par de años.
No obstante, los hechos, la realidad, las denuncias periodísticas, nos muestran que si algo ha hecho usted desde su altísima posición, ello no ha sido suficiente. Porque el problema subsiste. Los abusos continúan. Los encubrimientos por parte de la clerecía y de las autoridades eclesiásticas prosiguen. El silencio se mantiene. La revictimización de las víctimas persiste como una constante. En síntesis, la impunidad se perpetúa y no se aprecia aun ningún protocolo de rendición de cuentas que transparente los crímenes y delitos que perpetran los miembros de su institución.
Creemos que la única forma de garantizar que no vuelvan a cometerse estos atentados abominables y abyectos es cumpliendo con las recomendaciones que le hizo el Comité de Derechos del Niño, en febrero de 2014, el que, entre otras cosas, le encomendaba el establecimiento de mecanismos de alto nivel, equipados con recursos humanos y financieros, que tengan el mandato y la capacidad para coordinar el ejercicio de los derechos de los menores en todos los dicasterios y consejos pontificios, además de las conferencias episcopales, así como en las instituciones de naturaleza religiosa que dependen de la Santa Sede; el establecimiento de protocolos independientes de vigilancia con el mandato de investigar las denuncias que se presenten en todas aquellas organizaciones relacionadas con la Iglesia Católica.
Pero, sobre todo, enjuiciar y sancionar a los autores de los abusos con penas acordes con la gravedad de las fechorías cometidas, y velar por que todas las víctimas obtengan reparación y tengan el derecho efectivo a una indemnización. Así las cosas, debe garantizar que las personas responsables de violaciones y atropellos sean denunciadas ante las autoridades judiciales nacionales. Y, si ello supone enmendar el derecho canónico y las leyes del Estado de la Ciudad del Vaticano, pues entonces debe realizarlo, y, ante todo, llevarlo a la práctica. Al crimen y al delito debe tratarlo como tal, y no como una simple infracción moral. Asimismo, propiciar el secretismo en lugar de la transparencia, es favorecer a los depredadores sexuales en lugar de ponerse en los zapatos de las víctimas.
En síntesis, papa Francisco, conscientes de que existen otros temas que le preocupan y estas visitas a Chile y Perú marcarán su inicio del año 2018, le exhortamos a que no deje de lado el tópico que le comentamos, pues consideramos de vital importancia dar los primeros pasos para la instauración de la verdad sobre los casos de abusos de poder y de escándalos sexuales ocurridos en el pasado, y que siguen sucediendo en el presente, debido a la ausencia de medidas eficaces que eviten que se repitan estos crímenes seriales y execrables.
Todas las formas de violencia y de abuso contra los menores de edad, son inaceptables. Ergo, consentir y tolerar que sigan ocurriendo, es aún peor, pues, de esa manera, será imposible cerrar las heridas de las víctimas de estos atroces delitos que hemos presenciado con horror en nuestros países y que fueron ocultados durante, por lo menos, cincuenta años.
Rendición de cuentas y justicia para las víctimas. Sobre eso quisiéramos que se pronuncie, papa Francisco. De eso trata esta carta. Ojalá la lea y haga algo.
Enero de 2018
(Sigue un centenar de firmas de ciudadanos, profesionales –abogados, periodistas, psicólogos, médicos, etc.-, congresistas, escritores, artistas y representantes de organizaciones de derechos humanos, entre otros, de Chile (40), Perú (30), Asia, África, Argentina, México, Polonia, Francia, EE. UU., etc.)
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