La vandálica conquista de Constantinopla
Ocupación y saqueo de Constantinopla.
También se la denomina como la Cruzada mercantil o comercial, por haber sido desviada de su propósito original por el duque de Venecia, Enrico Dandolo quien llevó a los cristianos a saquear la ciudad de Zara (actual Zadar, Croacia) y luego Constantinopla, donde fundaron el Imperio Latino de Constantinopla. Estos acontecimientos causaron una brecha o distanciamiento definitivo entre la Iglesia Católica romana y la Iglesia Ortodoxa.
Tras la tregua firmada en la tercera cruzada y la muerte de Saladino en 1193, se sucedieron algunos años de relativa paz, en los que los Estados francos del litoral se convirtieron en poco más que colonias comerciales italianas. En 1199, el papa Inocencio III decidió convocar una nueva cruzada para aliviar la situación de los Estados cruzados. Esta cuarta cruzada no debería incluir reyes e ir dirigida contra Egipto, considerado el punto más débil de los estados musulmanes.
Papa Inocencio III y Enrico Dandolo, dux de Venecia.
En 1198, fue investido como Santo Padre de la iglesia católica, Inocencio III, hombre con un talento político no igualado hasta ahora por ninguno de sus herederos en el trono de san Pedro. Casi todos los monarcas europeos (de Portugal, Aragón, Inglaterra, Irlanda, Suecia, Noruega y norte de Italia) se reconocieron sus vasallos.
Sin embargo, pese a su clarividencia política Inocencio III no dejó, de cometer algunos errores de monta. Uno de ellos fue el de promover la Cuarta Cruzada. Desde que asumió el trono pontificio creyó su deber repetir las expediciones cristianas con el mundo mahometano.
Predicando la Cuarta Cruzada.
La nueva Cruzada, que tendría como caudillos, entre otros, a Bonifacio II de Monferrato, Simón de Monfort y Balduino IX, conde de Flandes, comenzó a ser predicada en 1202 por un ejército de predicadores, encabezados por un cura llamado Fulco de Neuilly, con autorización papal.
Pero solo los franceses acudieron al llamado y tomar la cruz para una empresa que sería totalmente distinta a las anteriores expediciones, debido a los bajos instintos de sus conductores y de los aventureros que los seguían, que la transformaron en una lucha político-comercial, controlada por Venecia, la opulenta república de mercaderes.
Los conductores: Bonifacio de Monferrato, Balduino de Flandes y Simón de Monfort.
A mediados del siglo XX, Venecia era conducida por el dux Enrique Dandolo, se había liberado de los bizantinos y construyeron una gran flota, que hacia el año 1000 la convertiría en la mayor potencia marítima, por lo que se la conocía como 'La reina del Adriático'.
A fines del s. XII, el comercio veneciano era entorpecido por el emperador bizantino. Dandolo y su Consejo de los Diez, con calculada astucia, decidieron convencer a los cruzados a cambiar de meta. Como casi la totalidad de los participantes en la Cuarta Cruzada eran franceses y por razones de proximidad geográfica se concentraron en Venecia, a fin de trasladarse a Egipto en naves de esta república.
Los cruzados contrataron con el dux, quien se comprometió a alimentarlos y trasladarlos a Oriente, pero a cambio de la suma de 85,000 marcos de oro, suma que estaba fuera de sus alcances pues se habían quedado sin recursos. De esta circunstancia se aprovechó Dandolo pasra proponerles aplazar el pago de su deuda a cambio de que en lugar de rescatar a Jerusalén con una incursión a Egipto, como era el plan original, ayudaran a los venecianos a reconquistar la ciudad de Zara (actual Zadar, Croacia), ciudad cristiana frente a las costas de Iliria.
Los guerreros franceses aceptaron la oferta, invadieron y conquistaron la isla, y se la entregaron al duque veneciano, que logró así dominar todo el mar Adriático.
Al informarse del hecho, el papa condenó enérgicamente la secularización de la Cuarta Cruzada y excomulgó a los líderes venecianos.
Sin embargo, ese fue solo el inicio de la desvirtuación de los fines de la Cruzada. Al campamento de los cruzados llegó el príncipe Alejo, hijo del destronado emperador de Bizancio, Isaac el Ángel, quien les propuso atacar a Constantinopla, para restaurar el poder de su padre, a cambio de recibir 200,000 marcos para financiar los gastos de la expedición a Egipto, unir a las dos iglesias cristianas y emprender con las fuerzas bizantinas la guerra contra el Islam.
En este nuevo objetivo de las cruzadas, estaban comprometidos los poderosos intereses económicos e Venecia, pues se trataba de obtener el monopolio del comercio con Bizancio, desplazando a los genoveses, que habían desplazado de allí a sus rivales.
Comprendiendo las ventajas que le significaba semejante acuerdo con el príncipe austriaco, Enrico Dandolo supo ganarse la anuencia de los cruzados, con el compromiso de que una vez restaurado Isaac en el trono, proseguiría la cruzada contra Egipto. Así, el 3 de abril de 1203 los cruzados partieron hacia Oriente.
Inocencio III comprendió el peligro inmenso que esta nueva aventura encerraba, pero se encontró con un hecho consumado e inevitable: había puesto en movimiento una potente fuerza que ya no podía controlar.
La ciudad de Constantinopla, a orillas del Bósforo había sabido rechazar hasta entonces a todos los habían intentado conquistarla, pero esta vez estaba muy debilitada a causa de luchas partidistas internas. Así, al cabo de muchas disputas y complicaciones, Constantinopla fue tomada por asalto el 13 de abril de 1204, fecha luctuosa en los anales de la civilización.
Hasta ese día, las obras maestras del arte griego habían hallado refugio en Bizancio, pero la furia destructora de los asaltantes se ensañó con aquellas bellezas únicas a insustituibles. Las estatuas fueron convertidas en monedas y, por puro vandalismo, las de piedra –entre ellas las de Lisipo, Fidias y Plaxíteles- fueron hechas añicos y arrojadas al mar.
El saqueo de la ciudad fue terrible. Los ávidos cruzados no espetaron nada, y durante tres días de desenfrenado pillaje, desvalijaron y destruyeron mansiones, palacios, iglesias, bibliotecas y la propia basílica de Santa Sofía. Se dedicaron a violar a las monjas y mujeres de la nobleza, para luego asesinarlas junto con hombres, ancianos y niños. Europa occidental recibió un aluvión de obras de arte y reliquias sin precedentes, producto de este saqueo.
Un historiador reseñó lo ocurrido en esos tres trágicos días:
"El saqueo de Constantinopla no tiene parangón en la historia. Durante nueve siglos, la gran ciudad había sido la capital de la civilización cristiana. Repleta de obras de arte que habían sobrevivido de la antigua Grecia, conservaba también obras maestras de sus propios y exquisitos artistas. Los venecianos, en efecto, conocían el valor de tales cosas. Siempre que podían, se apoderaban de tesoros y los llevaban para adornar sus plazas e iglesias y los palacios de su ciudad. Pero los franceses y los flamencos estaban llenos de ansia de destrucción. Se precipitaron, en turba aullante, por las calles y hacia las casas, arrebatando cualquier cosa brillante o destruyendo lo que no podían llevarse, y solo se detenían para asesinar o violar o para abrir las bodegas de vinos. No se libraron los monasterios, las iglesias ni las bibliotecas."
ªEn la misma Santa Sofía podían verse soldados borrachos deshaciendo las colgaduras de seda y derribando el gran iconostasio de plata, que se hizo pedazos, al tiempo que los libros sagrados y los iconos eran pisoteados. Mientras ellos bebían alegremente de los copones del altar, una ramera se sentó en el sitial del patriarca y empezó a cantar una obscena canción francesa. Las monjas eran violadas en sus conventos. Igual los palacios que las chozas eran asaltados y destruidos. En las calles agonizaban mujeres y niños. Durante tres días continuaron las horribles escenas de saqueo y derramamiento de sangre, hasta que la enorme y hermosa ciudad no era más que un matadero. Incluso los sarracenos habrían sido más indulgentes, exclamaba el historiador Nicetas; y con razón."
Luego del saqueo se decidió crear un estado llamado Imperio Latino de Constantinopla, que sería sucesor del destruido imperio bizantino. Solo duraría hasta 1261 cuando fue disuelto por Miguel VIII Paleólogo, fundador de la dinastía de los Paleólogos que reconquistó la ciudad y transformó el Imperio de Nicea en un imperio bizantino restaurado.
Entretanto se había sembrado el odio entre las cristiandades oriental y occidental. Las lisonjeras esperanzas del papa Inocencio y las complacidas jactancias de los cruzados, que creían haber terminado con el cisma, nunca se realizaron. En lugar de ello, su barbarie dejó un recuerdo que nunca se les perdonaría. En los corazones de los cristianos orientales el cisma fue completo, irremediable y definitivo.
Miguel VIII Paleólogo reconquistó Constantinopla.
Próximo capítulo: La Cruzada de los Niños.
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