El 27 de septiembre de 1960, víctima de un infarto, murió Raúl Porras Barrenechea, y a su sepelio el gobierno cubano envió una ofrenda floral en memoria de su brillante intervención, tres semanas antes, en la VII Reunión de Cancilleres de la Organización de Estados Americanos, en San José de Costa Rica.
En efecto, el 23 de agosto de 1960, como ministro de Relaciones Exteriores, Porras encabezó la delegación diplomática peruana que acudió a la cita convocada para coordinar una acción conjunta frente al recién instaurado gobierno revolucionario de Cuba.
A su turno, pronunció un brillante discurso con el cual, en armonía con nuestra tradición internacional, defendió el principio de no intervención en los asuntos de otro Estado.
Gobernaba el Perú Manuel Prado, y Porras era senador de la República, cargo al que accedió como miembro del Frente Democrático Nacional, en una formula liderada por José Gálvez, representante del liberalismo, con el apoyo de los votos del partido aprista.
En su discurso, el diplomático de origen pisqueño dijo que los países americanos deberíamos "vivir sin temor, en el alto plano de la amistad, haciendo prevalecer el espíritu de razón y de conciliación, contra toda forma de fanatismo, de miedo y de pasión"; y rechazó de plano "cualquier imposición dogmática del poder de la fuerza o del dinero".
Por esa posición, fue obligado a renunciar. Y aunque luchó solo y perdió la batalla, ganó la admiración de los demócratas del continente y del mundo entero.
Así era este hombre que enalteció la diplomacia, las letras y la historia, con su labor en el campo de las relaciones internacionales, sus trabajos de investigación y sus escritos, en todos los cuales afirmó su profunda vocación por lo nuestro, convirtiéndose en un personaje digno y ejemplar para las generaciones pasadas, presentes y futuras del Perú.
Hijo de Guillermo Porras Osores y Juana Barrenechea y Raygada, había nacido el 23 de marzo de 1897, en la localidad de Pisco, al sur de Lima.
Estudió en el colegio 'San José de Cluny' y de los Sagrados Corazones, hasta 1911, e ingresó a la Universidad de San Marcos, en 1912. A la par que estudiaba, se desempeñaba como amanuense en las facultades de Letras y de Ciencias Políticas y Administrativas.
En sus años mozos, editó las revistas Ni más ni menos (1913) y Alma Latina (1915), y contribuyó a la formación del Conversatorio Universitario de 1919, en la que participaron destacados intelectuales de la época.
Se graduó de abogado (1922) y doctor en letras (1928); cooperó con los iniciales movimientos de reforma universitaria, y participó en la organización de la Federación de Estudiantes, en el Congreso Nacional de Estudiantes (Cusco, 1920).
En 1919 fue incorporado al servicio del Ministerio de Relaciones Exteriores como secretario del titular de esa cartera, Melitón Porras. Luego ocuparía las funciones de auxiliar y jefe del Archivo de Límites; bibliotecario; asesor de la delegación peruana para el plebiscito de Tacna y Arica, y luego para ver el asunto de Leticia; y redactor de la Exposición presentada a la Comisión especial de Límites sobre las fronteras Norte y Sur del territorio de Tacna y Arica, para reivindicar el usurpado territorio de la provincia de Tarata, esforzándose por impedir la ratificación del tratado Salomón-Lozano.
Ejerció la docencia en los colegios 'Anglo Peruano' y 'Antonio Raimondi' y en las universidades de San Marcos y Católica; fue ministro consejero en España e integró la delegación acreditada ante la Liga de las Naciones, como Ministro Plenipotenciario; y organizó la conmemoración del IV centenario del descubrimiento del río Amazonas (1942) y el I Congreso Internacional de Peruanistas (1951).
Miembro de la Academia Peruana de la Lengua y del Instituto Histórico del Perú, embajador del Perú en España (1948-49), canciller (1958-60), entre otros importantes cargos, Porras Barrenechea apoyó también la creación de la Academia Diplomática, para que esta labor tuviese un sentido de misión trascendente y pusiera de manifiesto los principios de justicia y amor al Perú.
Su actividad investigadora y literaria fue tanto o más trascendente, y le valieron los premios nacionales de Cultura y de Historia (1945), y de estudios históricos y de ensayos literarios (1956).
Las obras de su amplia producción bibliográfica son consideradas verdaderas piezas literarias, por su estilo depurado, y 'clásicos ejemplos del buen decir'.
Con su muerte, víctima de un infarto el 27 de septiembre de 1960, el Perú perdió al gran humanista, intelectual honesto, político no comprometido, personaje de corazón noble y generoso, y, por sobre todo, al maestro que enseñó a amar a la patria que lo vio nacer.
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