En el reciente coloquio sobre 'La presencia italiana en el Perú' se abordó una serie de temas relacionados con el aporte de aquellos inmigrantes europeos a nuestra cultura, la industria, el comercio, las ciencias y las artes, entre otros. Omitieron, sin embargo, referirse a su contribución al enriquecimiento de nuestra habla familiar y local, vía la asimilación de términos propios de la península.
Para empezar recordemos que los primeros italianos que llegaron a nuestras costas, vía Callao, se decían baciccia entre ellos, aunque lo pronunciaban bachicha. Los peruanos empezaron a usar el término bachiche, como apodo de italiano, y ambos términos quedaron consignados como peruanismos.
Baciccia hacía referencia al sobrenombre genovés de Giambattista o Battista, por referencia a San Juan Bautista patrono de Génova.
Llegada de italianos al Callao.
Sigamos. Más de una vez hemos expresado ¡école!, o su apócope ¡eco!, como interjección de aprobación, utilizándolo en el sentido de 'exacto, precisamente'. Pues bien, la palabrita proviene del italiano eccolo o eccola, que quiere decir 'helo, hela allí'.
No olvidemos a nuestros figurettis, esos personajes de la farándula o del espectáculo que, literalmente, copan la pantalla chica con su exagerado afán de figuración, y cuya denominación tiene también origen italiano.
Recordemos mejor el término pichín, que proviene del italiano piccino, pequeño, y que es el sobrenombre cariñoso que en el Perú se aplica a los hijos de italianos nacidos en nuestro país, como niséis a los hijos de los japoneses de primera generación.
Por extensión, hoy llamamos 'pichín' al dependiente de una pulpería, y a todo empleado subalterno u oficial de tienda, despacho, etcétera.
Sin olvidarnos de decir pichinote al mozo italiano, robusto y de maneras toscas.
No obstante, el mayor aporte de los italianos a la lengua peruana está relacionada con la comida, como diciendo que todo se adquiere mejor por el estómago.
Para empezar, tenemos al más popular de los platos, nuestro doméstico menestrón, esa sopa de menestras varias, acompañado de un buen trozo de carne de res (sancochado o pecho, por lo general) y a la que se agrega la salsa verde de los tallarines de igual nombre.
El término deriva del italiano minestra, castellanizado como menestra y que es un guisado compuesto con diferentes hortalizas y legumbres, y a menudo con trozos de carne o jamón.
Si ya entramos al tema, recordemos que nuestros tallarines verdes, o en salsa verde, es la versión nacional de los tallarines al pesto; y el spaghettis bolognesa se denomina entre nosotros tallarines en salsa roja.
Sumamos a esos términos otro peruanismo: fugaza, especie de pizza rectangular que se prepara con harta cebolla y que, según el poeta Hinostroza, ha sido desplazada por la pizza napolitana, con tomate y mozzarella.
De Italia nos vino también el famoso (y ahora prohibido) muchame, ese exquisito plato que se preparaba con carne de delfín, frita, y se servía acompañada con pasta de palta con sal y galletas de soda. Es considerada comida típica de los ligures (originarios de Liguria) asentados en tierra peruana.
Ni modo de olvidarnos del pastel de acelga (versión peruana de la torta pasqualina), de las conchitas a la parmesana, o del arroz italiano; ni del bistec a la milanesa o de la milanesa de pollo; de los fideos a la napolitana y los tallarines con pollo a la lombarda, o el arroz a la genovesa, y concluir con un budín florentino, para no alargar la cosa.
Y aquí lo dejamos: se nos ha despertado el apetito. Nos vamos a la calle de las pizzas.
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