Lima fue siempre una ciudad de fantasmas, aparecidos, ánimas en penas, cadenas que se arrastraban por escaleras de maderas y hombres sin cabeza que se cruzaban en nuestro camino sin siquiera dirigirnos la mirada, mucho menos darnos un saludo.
¿Quién no recuerda de su niñez haber oído de sus abuelos, padres, vecinos o empleadas de la casa, las más escalofriantes historias de frailes sin cabeza, perros con ojos de fuego, golpes sordos en los batanes de la cocina y pasos que se perdían en los sombríos corredores de las casas, entonces de amplias habitaciones y techos altísimos?
Fantasmas y aparecidos que quitan el sueño.
¿O de procesiones de ánimas benditas; condenados que entonaban misereres; viudas que deambulaban por las noches buscando al ingrato que las abandonó en vida; almas en pena que necesitaban oraciones para salvarse del purgatorio, o que retornaban para señalar al feliz favorecido el lugar donde se encontraba un tesoro o un tapado escondido; y duendes, especie de diablillos, cabezones y especialistas en apedrear los interiores de las casas?
¿Y acaso no recuerdan las advertencias paternas de ser obedientes, so pena que por las noches los muertos vinieran a "jalarnos las patas"? ¿O portarnos bien para que no viniera el 'cuco'? (¿Cumplían las penas una misión educativa?)
Hay escritas mil y una anécdotas sobre los fantasmas que gobernaban y reinaban en Lima, adoptando las más diversas formas y manifestándose por todos los medios a su alcance.
Ni qué decir de las casas recién desocupadas de la ciudad. Ipso facto, se convertían en residencia de fantasmas que provocaban llamas en su interior, hacían aullar a los perros vecinos y alborotar los gallineros. El temor a ellos se mantuvo hasta hace pocos años.
Una de esas casas, cuyos misterios interiores dizque hacían palidecer y enmudecer a más de uno, era el segundo piso de la antigua tienda Matusita, en la esquina de las avenidas Garcilaso de la Vega y España, frente al edificio que hasta hace dos décadas ocupaba la embajada de Estados Unidos de América.
Antigua casa Matusita. ¿Qué fue de sus fantasmas?
Que se sepa, los altos de la vieja casona jamás fueron ocupados por bípedos de carne y hueso, no mientras la legación diplomática sentó sus reales en ese lugar. La existencia de los nunca bien conocidos fantasmas, siempre fue puesta en duda por incrédulos, que nunca faltan, y fue motivo de más de una apuesta entre quienes se atrevían a pasar una noche en su interior, sin temor a las bromas y travesuras de los amigos de Gasparín.
Ahora que dicha legación se ha mudado de local y en su reemplazo funcionan las oficinas de una firma fabricante y distribuidora de artefactos eléctricos, nadie ha vuelto a hablar de los famosos fantasmas "de los altos de Matusita".
Nos preguntamos si ellos, que parecían ser los últimos 'sobrevivientes' de una Lima que no quiere irse, se han mudado junto con los diplomáticos made in USA, o han emigrado a ignotos lugares. ¿Estarán de vacaciones? ¿O, simplemente, aguardan en sus cuarteles de invierno una nueva oportunidad de hacer noticia? Vaya uno a saber la respuesta.
Ricardo Palma dijo una vez que las penas de Lima habían sido ahuyentadas por la civilización, el alumbrado público y la policía.
Ahora, todo indica que los últimos fantasmas que entretenían a los limeños de ayer y hoy, han terminado por emigrar. Las preocupaciones de nuestro convulsionado mundo los han dejado sin piso y sin espacio en nuestras tertulias cotidianas.
Y los que persisten en quedarse, si aún queda alguno, tienen los días contados: terminarán como los cabellicos del conquistador aquel… uno a uno se los lleva el aire.
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