Con esta crónica iniciamos una serie de artículos sobre las más de una decena de incursiones promovidas por el papado contra los musulmanes que tenían el control sobre Jerusalén, ciudad disputada por tres religiones (cristianos, judíos y musulmanes). Fueron dos siglos de sangienta guerra entre cristianos y musulmanes por el dominio sobre los santos lugares.
Orígenes
Las cruzadas fueron una serie de campañas militares impulsadas por el papa y llevadas a cabo por gran parte de la Europa latina cristiana, principalmente por la Francia de los capetos y el Sacro Imperio Romano. Tuvieron el objetivo específico inicial de restablecer el control apostólico romano sobre Tierra Santa, y se libraron durante un período de casi doscientos años, entre 1096 y 1291.
Durante esos dos siglos, emperadores, reyes, nobles, caballeros, monjes, siervos y hasta niños se precipitaron, generación tras generación y marejada tras marejada, hacia el Oriente con el anhelo declarado de conquistar el Santo Sepulcro.
En la épica, y en general desafortunada, empresa participaron ejércitos organizados, los mejores contingentes caballerescos de la cristiandad y, junto a estas huestes guerreras, muchedumbres de pobres y masas de pastorcillos y niños de las aldeas, en una eclosión de ímpetu, fe, misticismo y fervor como probablemente hay muy pocos ejemplos en la historia.
El ardor de las cruzadas se mantuvo vivo a pesar de las constantes catástrofes, de la muerte, de las inimaginables penalidades y de la creciente y cada día mayor resistencia del Islam.
Es imposible dejar de lado, como un factor de suma importancia, la profunda religiosidad de la gente de la Edad Media, en un grado tal, que no puede ser medido con los cánones del mundo actual.
(El origen de la palabra Cruzados puede atribuirse a la cruz de tela y usada como insignia en la ropa exterior de los que tomaron parte en estas empresas de reconquista.)
Las cruzadas fueron sostenidas principalmente contra los musulmanes, aunque también contra los eslavos paganos, judíos, cristianos ortodoxos griegos y rusos, mongoles, cátaros, husitas, prusianos, valdense y contra los enemigos políticos de los papas. Los cruzados tomaban votos y se les concedía indulgencia por los pecados del pasado.
(En el 2000, el papa Juan Pablo II pidió públicamente perdón por los pecados cometidos en las cruzadas, asegurando además que no ocurrirán nunca más.)
En 1076, los musulmanes habían capturado Jerusalén y abusaban sin piedad contra los peregrinos que visitaban la ciudad.
Jerusalén era el más santo de los santos lugares para los cristianos, pues Jesús había pasado la mayor parte de su vida en ella y ahí fue crucificado, por la cual la llamaban la 'Ciudad de Dios'.
Sin embargo, también era muy importante para los musulmanes ya que ahí se encuentra la Mezquita de la Roca también llamada la Mezquita de Omar o la Cúpula de la Roca que es uno de los lugares más sagrados de la religión islámica, por ser considerado el lugar desde el cual Mahoma ascendió al cielo.
Por lo tanto los cristianos lucharon para recuperar la Tierra Santa (Jerusalén) mientras los musulmanes lucharon para mantener Jerusalén bajo su control.
La primera cruzada se organizó en 1095, cuando el emperador bizantino Alejo I solicitó protección para los cristianos de oriente al papa Urbano II, quien en el Concilio de Clermont inició la predicación de la cruzada. Al terminar su alocución con la frase bíblica: "renuncia a ti mismo, toma tu cruz, y sígueme" (Mateo 16:24), la multitud, entusiasmada, manifestó su aprobación con el grito Deus lo vult, o 'Dios lo quiere'.
Los motivos
Posiblemente, las motivaciones de quienes participaban en ellas fueron muy diversas, aunque en muchos casos se puede suponer un verdadero fervor religioso. Pero también fueron motivadas por los intereses expansionistas de la nobleza feudal, el control del comercio con Asia y el afán hegemónico del papado sobre las monarquías y las iglesias de Oriente, aunque se declararan con El término cruzadas también se utiliza para describir las campañas contemporáneas y posteriores realizadas hasta el siglo XVI en territorios situados fuera de Oriente por lo general contra los paganos y herejes.
Las cruzadas tuvieron repercusiones políticas, económicas, sociales de gran alcance, algunas de los cuales han durado hasta tiempos contemporáneos. Debido a conflictos internos entre los reinos cristianos y sus poderes políticos, algunas de las expediciones de las cruzadas fueron desviadas de su objetivo original, tales como la Cuarta Cruzada, que se convirtió en el saqueo de Constantinopla cristiana y la partición del imperio bizantino entre Venecia y los cruzados. La Sexta Cruzada fue la primera que zarpó sin la bendición oficial del Papa; la séptima, octava y novena resultaron en derrotas de los reinos cristianos frente a los mamelucos y berebere, y la Novena Cruzada marcó el final de las cruzadas en el Oriente.
La historiografía tradicional contabiliza ocho cruzadas, aunque en realidad el número de expediciones fue mayor. Las tres primeras se centraron en Palestina, para luego volver la vista al Norte de África o servir a otros intereses, como la IV Cruzada.
La I cruzada (1095-1099) dirigida por Godofredo de Bouillon, Raimundo IV de Tolosa y Bohemundo I de Tarento culminó con la conquista de Jerusalén (1099), tras la toma de Nicea (1097) y Antioquia (1098), y la formación de los estados latinos en Tierra Santa: el reino de Jerusalén (1099), el principado de Antioquia (1098) y los condados de Edesa (1098) y Trípoli (1199).
La II Cruzada (1147-1149) predicada por San Bernardo de Clairvaux tras la toma de Edesa por los turcos, y dirigida por Luis VII de Francia y el emperador Conrado III, terminó con el fracasado asalto a Damasco (1148).
La III Cruzada (1189-1192) fue una consecuencia directa de la toma de Jerusalén (1187) por Saladino. Dirigida por Ricardo Corazón de Léon, Felipe II Augusto de Francia y Federico III de Alemania, no alcanzó sus objetivos, aunque Ricardo tomaría Chipre (1191) para cederla luego al rey de Jerusalén.
La IV Cruzada (1202-1204), inspirada por Inocencio III ya contra Egipto, terminó desviándose hacia el Imperio Bizantino por la intervención de los venecianos, que la utilizaron en su propio beneficio Tras la toma y saqueo de Constantinopla (1204) se constituyó sobre el viejo Bizancio el Imperio Latino de Occidente, organizado feudalmente y con una autoridad muy débil. Desapareció en 1291 ante la reacción bizantina que constituyeron el llamado Imperio de Nicea, al tiempo que Génova sustituía a Venecia en el control del comercio bizantino.
La V (1217-1221) y la VII (1248-1254) Cruzadas, dirigidas por Andrés II de Hungría y Juan de Brienne, y Luis IX de Francia, respectivamente, tuvieron como objetivo el sultanato de Egipto y ambas terminaron en rotundos fracasos.
La VI Cruzada (1228-1229) fue la más extraña de todas. Dirigida por un soberano excomulgado -Federico II de Alemania-, alcanzó unos objetivos sorprendentes para la época: el condominio confesional de Jerusalén, Belén y Nazareth (1299), status que sin embargo duraría pocos años.
La VIII cruzada (1271) también fue iniciativa de Luis IX. Dirigida contra Túnez concluyó con la muerte de San Luis ante la ciudad sitiada.
La IX Cruzada (1271-1272), estuvo encabezada por el príncipe Eduardo de Inglaterra, después Eduardo I, que se unió a la Cruzada de Luis IX de Francia, pero llegó al campamento francés tras la muerte del rey.
Consecuencias
Las Cruzadas influyeron en múltiples aspectos de la vida medieval, aunque, en general, no cumplieron los objetivos esperados. Casi todas las expediciones militares sufrieron importantes derrotas. Jerusalén se perdería en 1187 y lo que quedó de las posiciones cristianas tras la III Cruzada hasta su definitiva pérdida en el siglo XIII (San Juan de Acre -1291) se limitaba a una estrecha franja litoral cuya pérdida era cuestión de tiempo. Además, los señores de Occidente llevaron sus diferencias tanto a las propias Cruzadas (Luis VII de Francia y Conrado III en la II Cruzada; Ricardo Corazón de León y Felipe II Augusto en la III) como a los estados cristianos fundados en Tierra Santa, donde los intereses de los diferentes grupos dieron lugar a numerosos conflictos.
En el intento de reensamblar las cristiandades latina y griega, no solo falló la Cruzada, sino que acentuó el odio y la diferencia entre ellas, convirtiéndose en causa última de la ruptura definitiva entre Roma y Bizancio. Cierto es que Bizancio pidió ayuda a Occidente, pero al modo tradicional, pequeños grupos de soldados que le ayudasen a recobrar las provincias perdidas, no con grandes ejércitos poco dispuestos a someterse a la disciplina de los mandos bizantinos, o que se convirtieran en poderes independientes en las tierras que ocupasen o en la propia Constantinopla, como ocurrió en la IV Cruzada. Historiadores como Ana Comneno o Guillermo de Tiro han dejado testimonios del impacto del paso de los cruzados por las tierras bizantinas y el choque entre la brutalidad de costumbres de los occidentales y el refinamiento cultural bizantino.
Por último, y a pesar de los réditos políticos que las cruzadas tuvieron para el papado como director de la política exterior europea, pronto se encontró Roma con voces que criticaban su uso como instrumento al servicio de los intereses papales, sobre todo desde que no se limitaron a los musulmanes, y se dirigieron también contra los disidentes religiosos o los enemigos políticos.
En lo religioso, las cruzadas demostraron la unidad religiosa de Occidente y el poder de la Iglesia; en lo social, debilitaron a los señores feudales; muchos perdieron la vida o quedaron en Oriente; otros se empobrecieron por la venta de sus tierras; la prolongada ausencia les impidió vigilar sus derechos; los reyes se incautaron de los feudos vacantes y redujeron tenazmente los privilegios de los señores. Por su parte, los siervos y vasallos alcanzaron su libertad a cambio de dinero. Las ciudades y la burguesía resultaron beneficiadas con las ganancias que proporcionaban el aprovisionamiento, el transporte de los ejércitos y el incremento de tráfico con Oriente. Los franceses, principales participantes de las cruzadas, gozaron de una influencia en los países orientales que alcanzó hasta la época contemporánea.
En lo económico, se introdujeron en Occidente nuevos cultivos y procedimientos de fabricación tomados de los pueblos musulmanes; el comercio, sobre todo marítimo, adquirió mayor impulso y favoreció a los puertos de Génova, Venecia, Amalfi, Marsella y Barcelona.
En el campo cultura, el arte y la ciencia árabe y bizantina mejoraron la cultura occidental; las costumbres experimentaron sensibles cambios y el género de vida se hizo menos rudo.
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