sábado, 16 de diciembre de 2017

Las comunicadoras sociales de la Colonia

            Empecemos por el principio: "La Colonia no tuvo periódicos", como lo dice tajantemente el insigne Raúl Porras Barrenechea en su crónica sobe 'El periodismo en el Perú', publicada en la edición extraordinaria de la revista Mundial con motivo del primer centenario de nuestra independencia en 1921.

Según dice, Lima no necesitaba de papeles. Con más presteza las noticias corrían de boca en boca por "chismógrafos profesionales y murmuradoras de nacimiento", encargados de transmitir "desinteresadamente noticias entretenidas y escandalosas".

"A esos periodistas ocasionales, establecidos en el arco de algún portal o de una iglesia, se unían otros puntuales anunciadores de todas las incidencias de la vida limeña: las campanas."

  

Las 'periodistas' de la época virreinal.

En efecto, a ellas nos referimos en el título de esta nota. Ellas daban cuenta de todo y as todas horas, como señala el historiador. Un buen limeño se informaba por el número de repiques del bronce que sonaba, en qué parroquia había procesión o trisiagio o qué vecino ilustre había muerto en la ciudad.

Así, 'La Mónica' de San Agustín debió hacer el papel de un diario actual y "fue una indudable antecesora de nuestra prensa de oposición aquella traviesa campana que repicaba cuando el travieso virrey Conde de Alba de Liste iba de incógnito por asuntos de faldas, como nos lo recuerda Ricardo Palma en su tradición 'El Virrey hereje y el campanero bellaco'.

A inicios del virreinato Lima era una ciudad silenciosa hasta que llegaron las calesas. El único ruido urbano mera el de las campanas, desde el alba hasta el crepúsculo. Ora llamaban misa, ora anunciaban la llegada un virrey o de un barco con noticias de España, el nacimiento de un infante del rey.

Todos se informaban de lo que ocurría por el resonar de las campanas, fuese festejos o duelos, ceremonias civiles y religiosas, buenas y malas noticias, todo se anunciaba con jubilosos o tristes repiques. Las campanas eran las mayores chismosas de la ciudad, tanto que se las hacía vibrar cuando el virrey o el arzobispo pasaban por alguna plazuela. Sabían así los vecinos cuando sus máximos representantes visitaban algún barrio.

No había limeño que no conociera el toque que anuncia un incendio y le producía una impresión extraña si la campana tañía a media noche. Cuando el incendio era de magnitud tocaban también las grandes campanas de los templos, incluida la 'Cantabria' de la Catedral de Lima, y así se 'informaba' de la gravedad del siniestro.

En las parroquias y en los conventos la profesión de campanero gozaba de gran prestigio, desde que en tiempos del virrey Conde de Chinchón el cabildo de Lima creara ese empleo, que fue abolido medio siglo después. El campanero era entonces un periodista, a su modo, que sabía antes que el vulgo los sucesos dignos de anunciarse.

Eran tantas las campanas de Lima que motivó al ilustre José Gálvez Barrenechea a referirse a nuestra capital como ciudad de campanas y de campanillas.

A ellas les cantó el poeta Antenor Samaniego: "Dindón, dorondón, dindón.../ dulce sonar de campanas./ ¡Qué parla la de las torres!/ ¡Unas ríen! ¡Otras cantan!... Estas campanas de Dios/ qué cosas dicen al alma;/ Sus voces, hondas de tiempo,/ la embrujan y la arrebatan…/ Desde el alba están diciéndonos/ sus parábolas y pláticas./ ¡Qué hermoso suena su idioma/ de cristal dentro del alma!"

La 'Cantabria', campana de la Catedral de Lima.

En tiempos más recientes, las campanas dejaron oír sus sones majestuosos y vibrantes cuando San Martín entró a Lima y cuando terminó de proclamar nuestra independencia; cuando Bolívar llegó a Lima y tras las batallas de Junín y Ayacucho.

Por las campanas se conocía de un mitin o de un pronunciamiento militar. Salaverry, Gamarra, La Fuente, Vivanco, Castilla y otros caudillos anunciaron la toma del poder a través de campanadas; y cuando se suscitaba un combate en las calles de Lima, las campanas se convertían en viejas chismosas o se comportaban como activos corresponsales, anunciando los avances de las fuerzas rebeldes.

Continuaron así hasta que un Monteagudo de sueño ligero, emitió un decreto para prohibir los repique por quítame esta paja.

Con el tiempo, Lima ha ido perdiendo el alma que le dieron sus campanarios. Suenan hoy, pero casi nada significa. Se han alejado del pueblo.

 

Publicado en el diario oficial El Peruano el sábado 16.12.17

 

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