domingo, 10 de diciembre de 2017

Ecos de la Batalla de Ayacucho (I)

Refrescando la memoria

Batalla de Ayacucho, pintura de Antonio Herrera Toro (circa 1890).

Cierto es que la Batalla de Ayacucho fue la última librada y perdida por el ejército español, y que con ella se selló la definitiva independencia de Sudamérica, pero cierto también es que la firma de la rendición del general Canterac no significó el retiro total de las fuerzas militares españolas, y que el Acta de Capitulación, firmada con fecha cambiada, fue cuestionada por muchos patriotas, y que en esa jornada participaron los indomables morochucos, pocas veces recordados. Bueno es repasar la historia y recordar ciertos hechos, algunos anecdóticos, para refrescar nuestra memoria.

Los días previos 
Después de la victoria conseguida sobre el teniente general Canterac en la batalla de Junín el 6 de agosto de 1824, el ejército de Simón Bolívar llegó penosamente en su persecución a las orillas del río Apurímac. Bolívar no quiso cruzar el río o no pudo hacerlo por estar destruidos los puentes; lo cierto es que ordenó al general Jose Antonio Sucre hacerse cargo de todo el Ejército Unido mientras él se retiraba a la costa. 

Bolívar tuvo que abandonar el mando en Mantaro y retirarse a Lima. Trataba de evitar un desembarco en apoyo de Ramón Rodil que tenía tomada la Fortaleza del Real Felipe. En realidad tenía la salud quebrantada y necesitaba descansar. Bolívar padecía de unas terribles fiebres, había bajado a la mitad de su peso y a duras penas se sostenía en pie. 

 

Mariscales José Antonio Monet y Antonio José de Sucre.

Último adiós

La noche del 8 de diciembre el general José Antonio Monet, montado en su caballo y vistiendo un esplendoroso uniforme lleno de condecoraciones, acompañado de otros oficiales españoles, se acercó hasta el campamento enemigo y le dijo al general Córdoba: "En nuestro ejército como en el de ustedes, hay jefes y oficiales ligados por vínculos de familia o de amistad. ¿Sería posible que antes de rompernos la crisma, conversasen y se diesen un abrazo?" Así, tras la autorización de Sucre, más de cien oficiales de ambos ejércitos se reunieron desarmados en un sector neutral del campo previo a la trascendental batalla.

Antes del inicio de la batalla, hubo otra tregua de media hora que es seguro se prolongó un poco más. Eran las 9 de la mañana y los soldados también tuvieron la oportunidad de despedirse. Fue significativo el abrazo de Ramón Castilla y su hermano Leandro, militantes de bandos opuestos: el primero por las filas realistas, a la que renunciaría después.

Tregua de 'despedida' de los oficiales de los ejércitos en contienda. Había familiares militando en ambos bandos.

'Realista' y 'Libertadores'

El llamado 'Ejército Realista' tenía más de 9,000 hombres. El 95 % de ellos eran peruanos. Solo 500 eran españoles, todos en grado de oficiales. Cuando les damos el calificativo de los "malos de la batalla" solo expresamos una condena injusta a nuestros propios compatriotas. Como si ellos y nuestra raza no hubieran querido la independencia.

A su vez, el ejército llamado 'patriota' tenía más de 6,000 efectivos, la mayor parte de ellos colombianos. También había argentinos, ingleses, alemanes, ecuatorianos, cubanos. Por supuesto, también peruanos. Cuando les otorgamos el papel de los 'buenos' en el escenario de la batalla, magnificamos a estos extranjeros y damos la razón a los historiadores que aseguran que "la independencia del Perú no fue conseguida sino concedida" por extraños. 

Militantes a la fuerza

Repetimos: las tropas del ejército realista eran mayoritariamente indios reclutados de la sierra sur, peruanos obligados a engrosar sus filas y que marchaban en ellas como prisioneros. La desconfianza era tal que se les entregaban las armas solo cuando llegaba la hora de la lucha, que muchas veces se volvían contra los oficiales españoles tratando de escapar a su suerte. Era un ejército disminuido, venido a menos, desgastado y que no quería luchar por la causa en la que estaba obligado a servir. Los padecimientos del virrey La Serna fueron cuantiosos: lo acosaba el hambre, las implacables guerrillas de los morochucos, que nada perdonaban, y, sobre todo, las posibilidades de la deserción que amenazaban dejarlo sin ejército en un tiempo breve. 

Quién empieza
Por eso, La Serna deseaba que los independentistas le atacaran, pero el general Sucre no parecía estar dispuesto a ello, pues creía que Bolívar se acercaba a marchas forzadas con dos fuertes columnas que, según sus noticias, habían llegado ya a Cerro de Pasco. Pero el virrey, sabiendo que en aquellas ásperas sierras no tenía suficiente forraje para los caballos, y temeroso que los rebeldes se retirasen una vez más, decidió atacar. Además, Sucre había recibido una carta de Bolívar en la que este le decía: "Expóngase usted, general, a todas las contingencias de una batalla antes que a los peligros de una retirada.", por lo que, temeroso de ser tachado de cobarde si rehuía el combate, y deseando la gloria de una posible victoria sin Bolívar, decidió aceptar la batalla.

Victoria final

La derrota española fue completa y absoluta. Las fuerzas realistas sufrieron unos 1,800 muertos y 700 heridos, 14 piezas de artillería, 2,500 fusiles y muchos artículos de guerra. La mayor parte de la tropa realista se escapó furtivamente abandonando las armas. Por su parte, las pérdidas de los rebeldes independentistas fueron 310 muertos y 709 heridos. Tan sangrienta batalla duró unas cuatro horas (desde las 10 hasta las 14 horas) y revela el tesón y ensañamiento con que se combatieron ambos ejércitos.

Balance general

En sus 'Memorias', el general inglés Guillermo Miller, que colaboró con la causa independista, dice lo siguiente sobre la batalla de Ayacucho: "Sucre, expuesto durante la acción a todos los peligros, porque se halló donde quiera que su presencia fue necesaria, hizo pruebas de la mayor sangre fría, su ejemplo produjo el mejor efecto.- Lamar desplegó las mismas cualidades y con una enérgica elocuencia conducía los cuerpos al ataque y los conservaba en formación. El heroísmo de Córdova fue la admiración de todo el mundo.- Lara estuvo brillante de actividad y de disciplina.- Gamarra ostentó su tacto habitual.- Los coroneles O'Connor y Plaza, los oficiales de los cuerpos. Carvajal, Silva, Suárez, Blanco, Braun, Medina, Olavarría que hicieron alarde de tanto valor en Junín, se distinguieron otra vez en Ayacucho." 

General Guillermo Miller.

Valiosas deserciones

Apenas iniciada la batalla, los granaderos de España dieron vuelta y abandonaron sus posiciones sin presentar batalla, ante la desesperación de sus oficiales que buscaban contener el desbande. No fue diferente la suerte de las otras divisiones. La historia ha resaltado "el patriotismo de los desertores", que abandonaron al ejército 'Realista' en el mismo campo de batalla, y sin luchar, algunos hicieron una resistencia simbólica, otros ni eso: arrojaron sus armas y se dispersaron. Por eso en la Pampa de Ayacucho se encontraron sables y armas pero no cadáveres que los empuñaran. Estas acciones de nuestros compatriotas permitieron una 'victoria' rápida de Sucre, a pesar que las cifras de efectivos, armas, artillería y caballería estaban en su contra.

Mariscal precoz

En un pasaje de la batalla, Sucre ordenó al general Córdoba que atacara al centro de la línea realista protegido por la caballería del general Miller, mientras reforzaba la maltrecha división de La Mar. Recibida la orden de ataque, Córdoba desmontó su caballo, desnudó su espada y lo mató. Luego arengó a sus tropas diciendo: "Soldados, yo no quiero medios para escapar y solo conservo mi espada para vencer. Adelante, paso de vencedores." Así comenzó la carga de la división de Córdova, que se lanzó y cayó sobre dos batallones del general Villalobos protegido por ocho escuadrones del general Miller. El comportamiento de Córdova, que destrozó la mayor parte del ejército español, fue magnífico, lo que le valió ser ascendido a general de División en el mismo campo de batalla… ¡con apenas 25 años de edad! 

Mariscal José María Córdova.

Oficial inquieto

Mucho se ha hablado de la vida sentimental de Córdoba. Al respecto, hay que subrayar que, durante su vida en los campamentos militares, su figura y su valentía le habían hecho muy atractivo para el sexo opuesto. Conquistaba a las mujeres con la misma facilidad con que luego se alejaba de ellas, y parecía que nunca colmaba sus ansias de amar. Por su escenario sentimental pasaron muchas damas de todas las alcurnias, aunque solo se ha identificado a Manuela Morales y Leiva que lo acompañó mientras fue comandante general de la provincia de Cundinamarca.

En abril de 1927, Córdova se embarcó para Bogotá, en un barco en el que también viajaba Manuelita Sáenz; no se sabe si por líos amorosos o por rechazo de Córdoba a la amante del Libertador, el caso es que entre ambos nació un odio profundo que perjudicaría al general. Ella trató por todos los medios de alejarlo de Bolívar, pero este seguía apoyando a Córdova.

Final infeliz

Posteriormente, y ante una supuesta monarquía de Bolívar, Córdoba se rebeló definitivamente, dejó sus cargos, llegó a Rionegro (en Antoquia, Colombia) el 8 de septiembre de 1829, organizó un 'Ejército de la Libertad' y se lanzó a la insurrección, en medio de la indiferencia general.

Para aplastar la rebelión, en Bogotá se organizó un ejército de 800 hombres, al mando del general de brigada Daniel Florencio O'Leary. Córdoba organizó la defensa, pero la delación de uno de sus subalternos, Miguel Ramírez, permitió a las tropas de O'Leary avanzar sobre seguro. El enfrentamiento definitivo tuvo lugar el 17 de octubre de 1829, en la planicie de El Santuario. Córdova solo contaba con 300 hombres y 15 jinetes, y tras un sangriento combate, resultó herido. O'Leary ordenó al teniente coronel de origen irlandés Rupert Hand que lo ultimara. El subalterno cumplió con la criminal orden, asesinando vilmente a sablazos al indefenso héroe de Ayacucho, que acababa de cumplir 30 años el 8 de septiembre de ese año.

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