viernes, 16 de junio de 2017

Un presidente por tres días

En nuestra historia republicana, mejor dicho en los últimos 200 años, la mayoría de golpes de Estado cometidos por militares se caracterizaron por el uso de la fuerza: tropas de asalto fuertemente armadas ingresando a la casa de Gobierno, a veces con apoyo de tanques, tras echar abajo las rejas; con presidentes depuestos y encarcelados, y luego deportados, y, las más de las veces, con algún derramamiento de sangre.

Pero no siempre fue así. Hubo, aunque no lo crean, militares revestidos de cierto plumaje diplomático que, simplemente, se limitaban a 'suplicar' –tal cual leen- al gobernante de turno a considerarse 'exonerado' de la responsabilidad de seguir dirigiendo las riendas del país, y por lo tanto, invitado a irse a su casa.

Así ocurrió con el magistrado y político lambayecano Justo Figuerola (1771-1854), dos veces constituyente, quien llegó a ser nombrado primer vicepresidente del Consejo de Estado, y asumió la primera magistratura el 16 de marzo de 1843, pero tuvo de dejarla tres días después a 'invitación' de la guardia nacional.

Justo Figuerola.

El caso es mencionado con fecha errada (dice 1842) por Fernando de Trazegnies en su artículo 'El proceso de modernización en el Perú del siglo XIX', inserto en la 'Historia de la cultura peruana II', editado por el Fondo Editorial del Congreso.

Lo cierto es que tras la muerte del mariscal Agustín Gamarra (en Ingavi, noviembre de 1841) y después de firmar la paz con Bolivia (junio, 1842), el presidente Manuel Menéndez convocó a elecciones presidenciales, a las cuales se presentaron como candidatos los generales Juan Crisóstomo Torrico y Antonio Gutiérrez de La Fuente, jefes de los ejércitos del Norte y del Sur, respectivamente.

Se inició así (o reinició, diríamos mejor) la lucha por la conquista del poder, en la que coroneles y generales se sublevaban a diario y en distintas circunscripciones, para desconocer, según el caso, la autoridad de Menéndez, de Torrico o de La Fuente, o de todos a la vez, y se enfrentaban en guerras civiles en una especie de todos contra todos.

En medio de este caos nacional, el 28 de julio de 1842, los militares del Sur firmaron un acta para desconocer al presidente Menéndez por estar influenciado por Torrico, y opinar que el cargo debía ser ocupado por el vicepresidente, el magistrado Figuerola, pero como este vivía en Lima y estaba 'dominado' por la facción militar del Norte, concluyeron que el presidente 'tenía que ser' el general Francisco Vidal.

Paralelamente, y sin saber del pronunciamiento de las tropas del Sur, Torrico también depuso a Menéndez, mediante un documento fechado el 16 de agosto. (Es el único caso histórico de un presidente depuesto dos veces.) Menéndez huyó a Chile; Vidal venció a Torrico en la batalla de Agua Santa, Pisco, en octubre, y asumió el mando.

En febrero de 1843, el general Manuel Ignacio de Vivanco se sublevó contra Vidal, y este decidió dejar el mando en manos de Justo Figuerola, el 16 de marzo. Tres días después, un grupo de limeños tocó la puerta de la casa del presidente para pedirle que dejara el poder. Figuerola, sin abrir la puerta, ordenó a su hija, Juana, que arrojara la banda presidencial por la ventana, para tranquilizar a sus adversarios.

Al día siguiente, las tropas de la guarnición de Lima se pronunciaron a favor de Vivanco, y dirigieron una carta a Figuerola para comunicarle: "Los jefes de los cuerpos que suscribimos le suplicamos se sirva considerarse exonerado de la magistratura suprema y retirarse a su domicilio donde será acatada su persona con todas las consideraciones merecidas". Un documento cínico e irónico y un espectáculo grotesco, contra un personaje que ni siquiera había salido de su casa.

Vivanco se colocó la banda el 7 de abril de 1843, y la misma le sería arrebatada la noche del 23 de julio de 1844, cuando se distrajo mirando el reloj de la torre de la iglesia de Caima, en Arequipa, poco antes de la batalla de Carmen Alto, en que cayera vencido por las tropas del general Ramón Castilla. Sin embargo, ya había perdido el mando supremo, pues el 17 de junio anterior, el encargado de la prefectura de Lima, el civil Domingo Elías, se había proclamado jefe político y militar de la República.

El triunfo del futuro Mariscal Castilla contribuyó a la dimisión de Elías, quien el 10 de agosto entregó el mando nuevamente al septuagenario Figuerola, entonces primer vicepresidente del Consejo de Estado, y este, a su vez, hizo lo propio con Manuel Menéndez, presidente del Consejo, quien no aceptó por razones de salud.

Viendo que la situación del país se tornaba inmanejable, el 7 de octubre Figuerola visitó a Menéndez, le devolvió la insignia presidencial, y se alejó de la política.

En esa segunda oportunidad, Figuerola tuvo el mando 58 días, durante los cuales convocó a elecciones de diputados, senadores, Presidente de la República, jueces de paz, síndicos, procuradores y jurados; elecciones en la que saldría elegido Ramón Castilla, con quien se iniciaría una etapa radicalmente distinta y de prosperidad.

Figuerola se jubiló como vocal de la Corte Suprema de Justicia en 1851, y falleció tres años después, sin dejar de preocuparse por los destinos del Perú.

 

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