miércoles, 21 de junio de 2017

La revolución silenciosa I

Nueva sociedad multigeneracional

            Nuestro mundo viene avanzando casi inadvertida, pero progresivamente, hacia un equilibrio generacional, en el cual los jóvenes, que hasta ahora constituyen mayoría, vienen cediendo campo a los de la tercera y cuarta edad, cuyas filas aumentan cada vez más.

            En un reciente informe publicado en el diario oficial El Peruano hace uno días, el experto de la unidad de cuso de vida de la OPS, Enrique Vega, adelantó que en el 2050 un 25 % de la población de nuestro país será anciana, es decir, adulto mayor. Ello, porque los peruanos que nacen hoy vivirán más de 60 años, y un 45 % superará los 85 años.  

Al respecto, un informe de la Organización de las Naciones Unidas, señala que la cifra de 66 millones de personas mayores de 80 años presentes hoy en el mundo, aumentará a 370 millones -de ese total, 2.2 millones serán centenarios- en el año 2050.

 

Todo ello como consecuencia directa de los progresos de la ciencia, en particular de la medicina, que contribuye decididamente a prolongar la duración media de la vida humana, aumentando así las expectativas de vida.

Por el contrario, el control de la natalidad aplicado en la gran mayoría de países del mundo -con excepción de algunos pocos países de África, cuyos altos índices de natalidad constituyen un 'problema'- ha provocado una especie de parálisis demográfica, evitando así un aumento desproporcionado de la población mundial de las próximas décadas.

Esta situación viene invirtiendo la pirámide demográfica mundial: cada vez es mayor el número de ancianos, y menor el número de jóvenes. Un panorama totalmente diferente al mapa mundial de hace medio siglo. Una verdadera revolución sin cambios traumáticos.

            La transición demográfica que se vive en estos momentos plantea una serie de retos a los gobiernos y a las sociedades de nuestro globalizado mundo, pues tal situación conlleva una serie de problemas de orden social, político, económico, cultural, psicológico y espiritual, cuyos alcances y forma de enfrentarlos concentra la atención de la comunidad internacional.

            Atendiendo esta realidad, la ONU declaró a 1999 como el Año internacional de los ancianos. En esa oportunidad, su entonces Secretario General, Kofi Annan, declaró: "Una sociedad para todas las edades es una sociedad que, lejos de hacer una caricatura de los ancianos, presentándolos como enfermos y jubilados, los considera más bien agentes y beneficiarios del desarrollo".

            Se trata, pues, de constituir una sociedad mundial multigeneracional -o sociedades nacionales multigeneracionales- en la que se brinden todas las condiciones de vida que permitan promover la realización del enorme potencial que tienen los ancianos, sean de la tercera o de la cuarta edad, es decir, de entre 65 y 75 años, en el primer caso, o de 85 a más, en el segundo.

            Somos de los convencidos que nuestros ancianos tienen mucho que decir y hacer en favor de nuestras sociedades. Y de los mismo deben convencerse -si aún no lo han hecho-  los organismos internacionales, gobiernos, instituciones o asociaciones de toda índole, las familias y, sobre todo, cada uno de los individuos -en particular los que conforman estas últimas-, de acuerdo con sus deberes y competencias, y desde sus diferentes campos de acción.

            El objetivo que todos debemos abrigar es el garantizar a nuestros ancianos condiciones de vida cada más humanas, y reconocer y valorar el insustituible papel que pueden, y deben, cumplir en nuestras sociedades.

            Es necesario desterrar de nuestra mentalidad el concepto egoísta de que la situación de los ancianos es un simple 'problema' de asistencia y beneficencia; obviando la riqueza humana y espiritual, la experiencia y la sabiduría, acumuladas por ellos en sus varias décadas de existencia.

            Mucho es lo que podemos y debemos hacer para superar las deficiencias, o ausencias, de la legislación oficial respecto a este asunto; para suplir las carencias o insuficiencias de las organizaciones sociales, y, sobre todo, para revertir las incomprensiones de la sociedad.

Todos debemos estar comprometidos a lograr, como meta, que los ancianos formen parte activa de nuestras vidas y sean sujetos activos de ese período de la existencia humana al cual gran parte de nosotros también llegaremos, o aspiramos a llegar.

            No debemos detenernos en la búsqueda de formas y métodos nuevos cuya meta sea mejorar las necesidades y expectativas materiales y espirituales de nuestros ancianos, y elaborar proyectos en defensa de ese período de la vida, de su significado y su destino; que los estimule a dar sus aportes personales, y ayude a lograr los beneficios que les corresponden por su participación activa en la vida de la comunidad.

 

            

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