viernes, 9 de junio de 2017

¿De qué me sirve la democracia?

  "Los peruanos no estamos acostumbrados a la democracia... aquí se nos tiene que gobernar con mano dura", nos dijo el taxista con toda seguridad, sin titubeos en sus palabras.

"¿Por qué cree eso?", le preguntamos mi amigo y yo. "Porque todavía no estamos maduros para vivir con libertades. Aquí todo el mundo quiere hacer lo que viene en gana", afirmó mientras, imperturbable, observaba cómo un automóvil más grande que el suyo le ganaba la delantera y se metía en el lugar que a él le correspondía en el caótico tránsito del momento.

Estábamos en pleno centro de Lima, un mediodía de miércoles, con el tránsito hecho un pandemonio, como consecuencia de las obras que realiza la Municipalidad de Lima Metropolitana. Un grupo de manifestantes marchaban por La Colmena, mientras que nosotros nos dirigíamos por Pachitea hacia Garcilaso de la Vega, y el tránsito se había atorado en las intersecciones con Contumazá y Carabaya.

A cada automovilista que arremetía con su vehículo para colarse en la fila de autos que pugnaban por avanzar, el taxista de esta nota, comentaba: "Ahí va un demócrata".

A la par que nos sonreíamos, yo no dejaba de meditar en las palabras del hombre que conducía su auto amarillo. No era, no es, ni creo será, la primera ni la última vez que escuchemos un comentario similar.

                             

Sucede que un amplio sector de la población, piensa o cree que el Perú debe ser manejado con mano fuerte, confundiendo este signo de autoridad con autoritarismo. Esto viene de antaño, si no, recordemos lo que decía hace varias décadas el dictador de turno: "La democracia no se come".

Y de ahí que muchos añoren, por ejemplo, la presencia de Fujimori en las riendas del poder. "Eso es amor serrano", sintetizó el chofer que nos conducía, para graficar con estas dos palabras que, aparentemente, nuestro pueblo ama (o reverencia y aplaude, para el caso) a quien más lo maltrata.

Acostumbrados como estamos a cíclicas dictaduras y gobiernos autoritarios, que nos coartan e impiden hasta la más justa protesta, aprovechamos todos los resquicios de la democracia para abusar de las libertades que ella nos concede, y las convertimos en libertinaje.

Sigamos con las opiniones de nuestro chofer. Para él, la mayoría de peruanos somos como un arbolito en cierne, al que cualquier vecino (o su hijo) jala hacia un lado o a otro, según su estado de ánimo.

Para que lo anterior no ocurra, nuestro personaje sugirió hacer con los peruanos lo que hace un tiempo hizo cierto alcalde con los árboles plantados en la Plaza Mayor: rodearlos con sendos cercos de madera (o alambre con púas) y atar la planta en cuatro direcciones para que crezca recta y no se desvíe hacia ningún lado.

"Después, cuando la planta ya esté grande y robusta, recién quitarle las amarras, porque, ya usted sabe: árbol que crece torcido, de grande no se endereza; en este caso, árbol que crece derecho, de grande no se tuerce", nos explicó convencido de lo que decía.

"Solo en ese caso –agregó- podremos vivir con democracia, sin abusar uno del otro. La democracia estará bien para los congresistas que ganan diez mil dólares, pero no para nosotros, que tenemos que buscárnosla todos los días, sin horario ni seguro."

No estoy tan cierto de que la mayoría de peruanos pensemos lo mismo que el chofer que nos tocó en turno, pero su opinión no dejaba de tener alguna razón. Al fin de cuentas, dicen que la voz del pueblo es la voz de Dios. En el caso que narramos, no sé si habremos tenido a Dios por conductor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario