jueves, 8 de junio de 2017

Personajes olvidados

Contrabando: una práctica antigua

 

El contrabando, no está demás recordarlo, en su forma típica consiste en hacer ingresar al mercado interno toda suerte de productos ilegal y clandestinamente, evitando el correspondiente pago a las aduanas del país, de acuerdo a las tarifas establecidas.

Su práctica en nuestro país se inició con la implantación misma del Virreinato y la dación de leyes proteccionistas del comercio entre España y el Nuevo Mundo, con el fin de favorecer los ingresos del Tesoro Público. Esa política impositiva, inspirada en la necesidad, determinó el pago de fuertes impuestos que afectaba a toda la población por igual.

Los gastos del virrey eran sumamente elevados, pues la militarización del territorio y las cargas de la administración demandaban ingentes gastos que sólo podían ser cubiertos con ingresos fiscales. El mismísimo rey vivía inquieto por la cobranza de los impuestos en sus territorios de ultramar, y solía enviar 'visitadores' para inspeccionar la labor administrativa en tal o cual capital de sus colonias en nuestro continente.

(Uno de ellos fue el visitador José Antonio de Areche, quien llegó al Perú en 1777, con más poder que el entonces virrey Manuel Guirior, y cuyas decisiones para aumentar y extender los impuestos provocó más de una insurrección popular. Hizo caso omiso a la prudencia que la aconsejaba Guirior, y logró que destituyeran a este y se nombrara otro virrey. Finalmente, Areche terminó condenado y obligado a retornar a España a rendir cuentas, como lo recuerda una de las tradiciones de Ricardo Palma.)

Nuestro recordado virrey Manuel de Amat y Juniet Planella Aymerich y Santa Pau, más recordado por su romance con la Perricholi que por sus virtudes administrativas, fue el encargado de aumentar los recursos del Tesoro, y logró, en solo tres años, de 1767 a 1770, aumentar el número de contribuyentes de 27,00 a 42,070, según lo recuerda en sus Memorias.

 

José A. de Areche y virrey Amat

El enamorado Amat, además de favorecer el comercio entre los países del continente sudamericano, logró que el rey de España exonerara de impuestos al algodón, al palo de campeche, a la madera tintórea, al pescado seco, a la cera y al azúcar, a su llegada a los puertos españoles… sin embargo, estos productos eran gravados a su salida del Callao.

Como resultado de esas medidas los habitantes de estas tierras estaban pesadamente gravados con impuestos, por lo que aprovechaban todos los medios para burlar al fisco. Según Juan Descola (La vida cotidiana en el Perú en tiempos de los españoles 1710-1820), maestros en el arte de presentar declaraciones falsas, eran el clero y las comunidades religiosas.

Por entonces, además, a los navíos que enarbolaban bandera extranjera les estaba prohibido traficar con las colonias españolas, y los que echaban anclas en puertos peruanos eran detenidos en aguas territoriales, o confiscados si se hallaba a bordo de ellos productos manufacturados o moneda española.

Ante esas restricciones, los contrabandistas se las ingeniaban para burlarlas. Para ello, abordaban un puerto o un estuario aislado, y con un cañonazo avisaban a los habitantes de la costa la llegada de mercaderías en venta. El intercambio se realizaba de noche, con todas las precauciones del caso.

Otra forma era provocar un accidente cualquiera a bordo del navío, como romper un mástil o abrir una vía de agua, y dirigirse al puerto elegido. El gobernador o las autoridades del puerto recibían un 'presente' del patrón del barco por autorizar la reparación de la nave y el desembarco de las mercadería, y la consignación de esta en un almacén cuya entrada era cerrada luego con un cerrojo… pero dejando otra puerta abierta, por donde eran sacadas durante la noche y llevadas a la ciudad.

Al día siguiente, y pretextando no tener dinero en efectivo, el capitán pedía permiso al jefe del puerto para vender una parte de la carga y obtener fondos para pagar las reparaciones. Concedido el permiso, esas mercancías se confundían con las ya ingresadas clandestinamente, aumentando así la cantidad de productos 'importados' sin pagar impuestos.

No obstante, Salvador de Madariaga (Auge del Imperio español en América) afirma que en el Perú "se permitía el contrabando con tal 'libertad y publicidad' que… ristras de mulas cargadas de mercancía prohibidas entraban en Lima pasando bajo los balcones del virrey sin que nadie tuviera la fuerza, ni siquiera la idea, de poner obstáculo al tráfico ilícito".

Lo dicho, simplemente confirma que desde los albores del Virreinato el contrabando en el Perú estaba perfectamente organizado. Y todo indica que lo sigue siendo hasta ahora.

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