jueves, 20 de julio de 2017

Los días de la independencia

Todo un acontecimiento de la mayor trascendencia e importancia, tanto o más que el de su propia fundación, constituyó para Lima la proclamación de la independencia del Perú, y como tal lo celebró con la pompa, la solemnidad y la alegría que se requería para la ocasión. Fueron tres días con sus noches, en que la ciudad y sus casi 60 mil habitantes, lucieron sus mejores galas y dieron rienda suelta a sus expresiones de patriotismo y ansias de libertad.

El programa de celebraciones, de acuerdo a las disposiciones dictadas por el general San Martín, y elaborado por el ilustre regidor José Matías Vásquez de Acuña, Conde de la Vega del Ren, quien además fue designado portaestandarte del emblema nacional, se inició a las 7 de la noche del viernes 27 de julio de 1821.

A esa hora, el repique de campanas de todas las iglesias, conventos y monasterios, anunciaron el inicio oficial de las celebraciones. Lima lucía profusamente iluminada (con lámparas de aceite y velas de cera) y adornada por sus cuatro costados con toda suerte de jeroglíficos, inscripciones, arcos, banderas, tapicerías y mil invenciones más con mucha profusión del rojo y del blanco, los colores de la flamante bandera.

Gremios y corporaciones prendieron castillos de fuegos artificiales en todas las plazas de la ciudad, mientras en el local del Ayuntamiento una orquesta contratada deleitaba con los ritmos de moda: minués, contradanzas, valses, música de cámara y otros aires.

 

El sábado 28, día designado para la proclamación, un sol radiante apareció desde muy temprano, para sumarse a los festejos. Personas de toda condición social, venidas de los pueblos, aldeas y haciendas cercanas; y vecinos madrugadores, hombres y mujeres, niños y ancianos, todos luciendo sobre el pecho la recién instituida escarapela bicolor "de blanco y encarnado", se volcaron a las plazas, mientras familias enteras copaban balcones, ventanas y azoteas para desde allí presenciar y aplaudir el paso de la comitiva oficial.

Bien temprano la Plaza Mayor quedó copada por una multitud, calculada en 16 mil almas por un testigo de la época, que no cesaba de vivar a la independencia, al Perú, a Lima, a América y a San Martín; elegantes damas ocupaban la galería del Ayuntamiento, mientras regimientos militares con aires marciales desfilaban por la Plaza hacia sus emplazamientos, precedidos y acompañados por numerosos chiquillos.

Antes de las 10 de la mañana, el alcalde, regidores y funcionarios, y el portaestandarte oficial, se dirigieron a Palacio de Gobierno para invitar a San Martín, su Estado Mayor y al jefe político y militar de Lima, Pedro José de Zárate, Marqués de Montemira, a iniciar la ceremonia programada.

A las 10, salieron todos sobre "briosos caballos ricamente enjaezados", para dar un paseo por el entorno de la Plaza antes de dirigirse al tabladillo oficial, ubicado delante del Callejón de Petateros, precedidos en todo momento por el Estandarte de la Libertad, ante cuya presencia la multitud se descubría con respeto y devoción.

Después de las memorables palabras pronunciadas por el Libertador y Protector del Perú, que la multitud escuchó en el más absoluto silencio, se desató el júbilo general, mientas las campanas eran echadas al vuelo, resonaban los aires marciales de las bandas militares y las salvas de artillería ensordecían con sus estampidos.

 

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