En algún rincón de los depósitos municipales de Lima, de las autoridades tal vez olvidado, como el arpa del poeta, debe encontrarse el llamado 'Mármol de Carvajal', infame recordatorio de la rebelión que contra la autoridad del rey de España promovió el conquistador Francisco de Carvajal, maestro de campo, consejero y brazo derecho de Gonzalo Pizarro, hermano de Francisco, el fundador de Lima, y que fuera retirado a fines de agosto de 1821, como lógica secuela de la proclamación de nuestra independencia, un mes antes.
Francisco de Carbajal, aliado de Gonzalo Pizarro.
El famoso mármol estuvo colocado en el solar que perteneció al llamado 'Demonio de los Andes', en la segunda cuadra de la antigua calle Gallos (cuadra 2 de Emancipación), que empezó a llamarse calle del Mármol de Carvajal, en la esquina con la calle Pelota (6 de Camaná), hoy sede del ministerio de Promoción de la Mujer y antes del Banco de la Vivienda.
El 22 de marzo de 1821, el 'presidente' de Lima, José de La Riva Agüero, solicitó al ayuntamiento el retiro del mármol, por considerar que era un objeto destinado a recordar la pena que sufriera en su persona, honra y bienes quien se rebeló contra la autoridad del rey y concibió la idea de independizar de España a los pueblos de América.
Habiéndose proclamado la independencia, en cuyos actos participaron descendientes de España, no cabía mantener una placa que condenaba un acto de insurrección e independencia que los opresores consideraron criminal.
La tarea fue encargada al maestro de obras Jacinto Ortiz, quien cobró 24 pesos por retirar la lápida y llevarla a los salones consistoriales, según consta en el expediente "Cuenta documentada de gastos efectuados por el Ayuntamiento de Lima en las celebraciones de la Independencia", aunque ahora se desconoce su paradero final.
El mármol fue colocado inicialmente por orden del pacificador Pedro de La Gasca, el 10 de abril de 1548, después de la derrota y decapitación de Pizarro y Carvajal, tras la batalla de Jaquijahuana ocurrida dos días antes. Retirado por manos extrañas en fecha no determinada, fue repuesto por el virrey Pedro de Toledo y Leyva, en 1645; vuelto a retirar, fue colocado por tercera y última vez en, 1617, por el virrey Francisco de Borja.
Francisco de Carvajal, quien llegó con Pizarro a Lima, con más de 70 años a cuestas, fue supuesto hijo del aventurero italiano César Borgia, hijo del Papa Alejandro VI; destacó en los primeros años de la conquista por su temeridad, audacia y un desprecio solemne de la vida; fue enemigo declarado de los almagristas, y se le atribuyen la muerte de no menos de 300 hombres por su propia mano.
Cuando Gonzalo Pizarro se rebeló contra la corona de España, representada por el primer virrey Blasco Núñez de Vela, el Demonio de los Andes, dueño de una sabia elocuencia, la aconsejó declararse rey de esta tierra "conquistada por vuestras armas y las de vuestros hermanos. Harto mejor son vuestros títulos que el de los reyes de España", le escribe desde Andahuaylas. "Reinad y seréis honrado", concluye.
Carvajal, ya con 84 años a cuestas, fue vencido en Jaquijahuana cuando sus tropas desertaron y se pasaron al bando realista, pero sin perder su humor se puso a canturrear: "Estos mis cabellicos, maire, uno a uno se los lleva el aire".
Vencidos ambos, La Gasca ordenó enviar sus cabezas a Lima para ser exhibidas en la picota de la Plaza Mayor; confiscar sus bienes, derribar sus propiedades y sembrar sal sobre ellas, para que no crecieran plantas; y colocar en cada lugar sendas placas. En la casa de Pizarro en Cusco, se colocó una piedra negra con la inscripción: "Por haber sido traidor a la corona real de España". Lo mismo se hizo con su solar en Lima, en el lugar que hoy ocupa la Municipalidad de Lima. De aquí también desapareció.
En cambio, en el solar de Carvajal, en la llamada Mármol de Carvajal, la placa consigna, entre otras cosas, su condición de "… aleve y traidor a su rey y a su señor natural". Así se mantuvo hasta su retiro definitivo a fines de agosto de 1821, como una especie de reparación póstuma a su memoria.
Su recuperación y exhibición pública en uno de nuestros museos, contribuiría a hacer conocer algunos aspectos pocos conocidos por las generaciones de hoy.
Salvo mejor parecer.
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