Álvaro de Ibarra |
El 6 de diciembre de 1672 ocurrió un hecho que marcó un hito en la historia del Perú, al que muy pocos historiadores han dado importancia y la mayoría lo ha ignorado, y tampoco figura en los libros de Historia que circulan en nuestras instituciones educativas.
Ese día, un criollo nacido en Lima se convirtió en el primer peruano que rigió los destinos de nuestro país, en su condición de presidente de la Real Audiencia, gobernador y Capitán General del Virreinato del Perú. Mismo virrey.
Se trataba de Álvaro de Ibarra, quien asumió el poder a la muerte del virrey Pedro Fernández de Castro, conde de Lemos, y lo mantuvo hasta la llegada de su sucesor, Baltazar de la Cueva, conde de Castellar, a quien entregó el mando el 15 de agosto de 1674.
Es decir, gobernó el Perú un año, diez meses y nueve días.
Hijo de Gregorio de Ibarra e Isabel de Carrión, nacido en Lima en 1619, nuestro personaje 'cogobernó' durante un cuarto de siglo como asesor de cuatro virreyes sucesivos: Luis Enríquez de Guzmán, conde de Alba de Liste; Diego de Benavides y de la Cueva, conde de Santisteban, y de los condes de Lemos y de Castellar, y formó parte del círculo íntimo de cada uno.
Por entonces, los asesores influían mucho y prácticamente gobernaban desde las sombras, como mentores intelectuales o consejeros técnicos en los complejos quehaceres administrativos. La mayoría era de origen criollo y –por su lealtad, eficiencia y discreción para resolver problemas- solía ser heredada de uno a otro gobernante.
Ocurrió con don Álvaro, cuyas cualidades como hombre sabio, juicioso, discreto, probo, conocedor de los secretos del Estado y honrado en el manejo de la cosa pública, destacan Rubén Vargas Ugarte, en su Historia general del Perú; Manuel Mandiburu, en su Diccionario histórico-biográfico, y Alberto Tauro del Pino. El historiador Guillermo Lohmann lo menciona como "el primer peruano que rigió los destinos nacionales", en su ensayo La política en la corte virreinal peruana.
De Ibarra fue hijo de un próspero comerciante. Sin embargo, pasó penurias en su juventud. Según le confesó cierta vez al conde de Lemos, cuando era estudiante del Colegio Real de San Martín se acostaba pasada la medianoche para que sus compañeros no descubrieran que dormía sin sábanas, por falta de dinero. Vestía gastadas prendas hasta que al obtener una plaza de catedrático de Prima de Leyes en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, logró cierto alivio económico.
Poco a poco escaló posiciones por su extraordinario conocimiento, sobre todo en materia de jurisprudencia, que le permitía resolver los casos más espinosos y delicados.
Se inició como defensor de los naturales y fiscal protector de indios en 1655. El virrey Alba de Liste lo nombró delegado personal en Chile para sofocar una sublevación contra el gobernador y comandante general Antonio de Acuña y Cabrera. Nuestro compatriota elaboró un informe de más de catorce mil folios, y la causa fue sobreseída debido al alto número de acusados.
El virrey le encargó, además, preparar las instrucciones y órdenes secretas que debía observar fray Francisco de la Cruz durante el nuevo empadronamiento de los mitayos de Potosí, permitiendo así cortar de raíz los abusos que se cometían contra los llamados 'indios de faltriquera'.
Ese mismo año fue nombrado oidor en la Real Audiencia de Chile, después de oficiar como fiscal de la Audiencia de Santafé de Bogotá.
Posteriormente, el rey de España lo nombró inquisidor en el Tribunal del Santo Oficio y, más tarde, presidente de la Audiencia de Quito. El conde de Lemos depositó toda su confianza en él y lo propuso como oidor en la Audiencia de Lima, para luego ser elegido decano del Tribunal en 1669. Además, lo hizo reconocer como Oidor Decano, y le confió la visita de la Audiencia y de las reales Cajas de Lima.
Cuando llegó la confirmación real, la ciudad celebró bulliciosa su nombramiento: fueron colocados arcos triunfales en la calle de su residencia (cuarta cuadra del jirón Lampa), se engalanaron los balcones, y las banderolas flamearon por todo el ámbito urbano.
Desde ese cargo se le propuso, y cumplió a cabalidad, reformar el sistema de elección de catedráticos y otros aspectos relacionados con la disciplina en la universidad decana de América. Su innovación moralizadora fue adoptada, en 1673, en Salamanca, Valladolid y Alcalá.
Fue también a instancia suya que el conde de Lemos propuso al rey la abolición de la mita.
Al fallecer el conde de Lemos, en ejercicio de sus competencias de oidor decano, De Ibarra asumió plenamente las funciones de gobernante del Perú y Capitán General de estos reinos. Y las ejerció con honradez, integridad y celo hasta la llegada del virrey conde de Castellar.
Durante su breve administración, se encargó de reforzar con hombres y armas los puertos y lugares más vulnerables, como el Callao, Panamá y la lejana Guatemala, ante la amenaza de ataques piratas ingleses.
El espacio nos impide hablar más sobre nuestro ilustre compatriota.
Solo añadiremos que, pese a no ser eclesiástico, en 1674 el rey lo nombró obispo de Trujillo, gracias a su prestigio y eminentes cualidades, pero no llegó a tomar posesión del cargo debido a su muerte, acaecida un año después.
Honor a su memoria.
*Publicado en el Diario Oficial El Peruano el sábado 25.03.2017
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