domingo, 26 de marzo de 2017

Las agresiones al Periodismo

El descrédito de los periodistas en la actualidad tiene su origen en los infiltrados que ejercen el oficio contratados por los medios al amparo de la llamada 'Ley Torres y Torres Lara', y pregonan sus estupideces amparados en la llamada 'libertad de expresión' en nuestro país.


A raíz de los últimos acontecimientos los periodistas -los verdaderos- estamos cayendo en el desprestigio y la incredibilidad, gracias a un grupo de advenedizos, fracasados en sus profesiones originales, que han invadido "el mejor oficio del mundo". 

Repetimos la célebre frase de 'Gabo' por que el periodismo es el mejor oficio cuando se ejerce con decencia, respeto a la verdad y a la dignidad humana, con principios éticos, sin callar las injusticias ni ocultar la verdad cuando es incómoda para sus patrones o sus allegados, sean estos grupos sociales, religiosos, políticos o empresariales.

Hace unos días, nuestro colega Renato Cisneros señalaba que los periodistas habíamos caído en el descrédito total, "mitad por acumulación de errores propios (faltas muchas de ellas bochornosas, que fueron premiadas con contrataciones y programas estelares), y mitad porque varios dueños y directores de medios llevan años acostumbrados a poner la profesión en manos de individuos muy populares, que no aman el periodismo, sino que lo utilizan para sus propios fines".
Suscribimos totalmente esas opiniones.

Antes de continuar, digámoslo de una buena vez: creemos que Cisneros se refiere a esos 'periodistas' contratados por los dueños de los medios porque difunden toda suerte de estupideces –cosas que le gustan a un sector ignorante de nuestra sociedad-, lo que les permite captar mayor número de lectores, radioescuchas o televidentes. Y tienen libertad para hacerlo porque los dueños y directores así se los permite. 



Son ellos quienes fungen de investigadores, fiscales y jueces, difunden toda suerte de calumnias e improperios con ventilador y condenan sobre la base de presunciones o sospechas a cualquier persona, sea esta Presidente de la República, ministro, alcalde, personaje del espectáculo, futbolista o simple ciudadano.

Los afectados ni siquiera pueden defenderse y hacerle frente a sus agresores porque ello constituiría un 'atentado contra la libertad de expresión'.

Son esos mismos infiltrados los encargados de enlodar a los verdaderos periodistas, a los que ejercen el oficio con decencia, denuncian lo malo y destacan lo bueno, si sus opiniones son contrarias a las que pregonan los que se creen dueños de la verdad porque tienen un espacio en la prensa o una cámara frente a ellos.

Los discrepantes son calificados, sin tapujos, de 'caviares', 'mermeleros', 'vendidos', hipócritas o 'cagones'; de estar vinculados a algún grupo de poder u organización terrorista o de orquestar guerras sucias, y de muchas cosas más.

Pecado original
La culpa de esta situación tiene su origen en la nefasta ley 26937 dictada por el gobierno fujimorista, propuesta y aprobada por el entonces presidente del Congreso Carlos Torres y Torres Lara, gracias a la cual cualquier títere con cabeza puede ejercer el periodismo, ya que para ello no está obligado a colegiarse.

Gracias a esa norma, el periodismo es la única profesión que puede ser ejercida por cualquier persona, sin necesidad de estar colegiado. Cosa que no ocurre con médicos, ingenieros, abogados, arquitectos, enfermeros ni contadores, entre otros profesionales.

Sin embargo, pocos han reparado (ni siquiera los periodistas que forman parte del Congreso de la República, incluida la presidenta del Congreso, Luz Salgado, periodista colegiada ella), que esa ley contraviene lo dispuesto en la Ley 23221, Ley de creación del Colegio de Periodistas del Perú, que dispone que la colegiación es requisito indispensable para el ejercicio de la profesión periodística.

Ello, por tratarse de una entidad autónoma de derecho público interno, representativa de la profesión periodística en todo el territorio de la República, como lo señala expresamente su Artículo Primero.

Esta ley mantiene su plena vigencia, no ha sido derogada y debiera ser cumplida a cabalidad. Pero… ¿quién le pone el cascabel al gato? Quien se atreva a hacerlo corre el riesgo de ser acusado de atentar contra la pregonada 'libertad de expresión', tan cara a los propietarios y directores de los medios.

De ahí que nos preguntemos: ¿por qué es obligatoria la colegiación para ejercer cualquier profesión, excepto la periodística? ¿Acaso un periodista puede ejercer la abogacía o fungir de ingeniero, médico o abogado, por ejemplo?

Debemos hacer una excepción con quienes pueden no haber pisado un aula universitaria para formarse como periodista y destacar como tal. Los ejemplos son muchos.

Sin embargo, son esos los periodistas marginados o rechazados por los medios porque no se atreverían a decir como periodistas lo que no podrían decir si se fuesen personas comunes y corrientes.

Porque ellos sí hacen suya esa premisa publicada por primera vez en 1905 por Walter Williams, primer decano de la primera escuela de periodismo en los Estados Unidos, en su recordado 'Credo del  
Periodista' ('The Journalist's Creed'), una declaración ética de siete párrafos que hoy cuelga en bronce de las paredes del Club de Prensa en Washington D.C.: "Nadie debe escribir como periodista lo que no pueda decir como caballero." 

Por supuesto que los 'periodistas' improvisados que criticamos se zurran en la frase. Viniendo de ellos, qué podemos esperar.




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