La historia poco
conocida
Por: José Luis Vargas
Sifuentes
La caída del Imperio Romano (año 473
d. C.) dio al traste con los avances tecnológicos y culturales que aquella
civilización había logrado. Al menos en Europa, y durante cientos de años
desapareció el agua corriente de los hogares, se abandonaron los baños públicos
y el continente se sumió en una verdadera edad oscura en materia sanitaria que
se agravó al aparecer la peste bubónica en el siglo XIV.
Desde los inicios de la Edad Media
(etapa de la historia que duraría hasta el siglo XV) la fragmentación política
de Europa Occidental, el nacimiento de decenas de pequeños reinos y las
rivalidades entre ellos obligó a destinar los recursos de cada Estado al
mantenimiento de sus fuerzas militares, dejando de lado las necesidades
sanitarias de la población. Más importaba comer y mantenerse con vida que lavarse.
Algunas excepciones fueron Bizancio,
que conservaba las costumbres higiénicas del mundo oriental; y la España
musulmana, donde los árabes renovaron el culto a la limpieza, que se abandonó
al ser desalojados de la península ibérica.
En el descuido de la higiene en Europa
tuvo mucho que ver la Iglesia Cristiana, que veía con malos ojos la costumbre
de bañarse en público, peor si desnudos, y poco a poco estableció reglas para
desechar la tradición, pues esta llevaba a “la inmoralidad, el sexo promiscuo y
la enfermedad”.
Las cosas mejoraron un poco cuando los
cruzados (entre los siglos XI y XV) importaron de Tierra Santa los baños
turcos, pero su popularidad no duró mucho tiempo. Cuando la peste negra golpeó a Eurasia entre 1347 y 1353, un grupo de expertos de la Sorbona
llevó a cabo una investigación y resolvió que el problema eran los baños de
vapor que los cruzados habían traído, pues, según ellos, abrían los poros de la
piel y por ahí entraba la enfermedad. Los baños turcos fueron proscritos y la
población prefirió dejar de usar el agua para lavarse.
Craso error, pues las pulgas que
transferían la enfermedad de las ratas eran atraídas precisamente por el aroma
del sudor humano. La peste dejó uno de cada tres europeos muertos, pero el
miedo al agua permaneció en las mentes durante siglos.
En el medioevo no existían retretes ni
letrinas. Según los autores del
libro ‘Arquitectura civil española de los siglos I al XVIII’, durante el siglo
XIII en los palacios abundaban pequeños huecos “abiertos en los muros, al lado
de los salones, ocultos por tapices y paramentos” cuyo contenido caía sobre la
calle. Así, los excrementos caían directamente a los campos o huertos, o
quedaban embarrados en la pared del castillo. Esta práctica evolucionó hasta
las letrinas voladas o las encastradas en poco tiempo.
Según el historiador Luis Molina Acevedo, las ‘letrinas encastradas’ enviaban los
excrementos directamente a los sótanos o al foso del castillo. “El olor
producido por este pozo negro era insoportable, sobre todo en verano, y subía
cañerías arriba hasta la misma boca de la letrina”, dice.
Para los pobres estaban las siempre
confiables bacinicas que era llenadas cuando se las necesitaba y vaciaba en la
calle al grito de: “¡Agua va!” para alertar a cualquiera que estuviese pasando
por la calle y no terminase bañado con heces. De ahí que se inventaran los
sombreros de ala ancha que no eran un capricho de la moda, sino una necesidad,
para protegerse de tales sorpresas.
También se usaban mucho los abanicos,
pero no solo para disminuir el calor sino también para mitigar el mal olor de
la ropa y el cuerpo sucios.
Esta práctica duró varios siglos.
Algunos hogares instalaron fosas sépticas para ‘guardar’ los desperdicios, pero
como no eran limpiados muy a menudo, el olor era insoportable.
En cuanto a la ropa, esta era lavada con lejía hecha con cenizas
y orina, aunque muchas personas no se la cambiaban durante meses, como el rey
Jaime VI de Escocia, cuya vestimenta era común que estuviera plagada
de piojos y liendres. Los nobles también los tenían y a veces se rapaban
la cabeza para eliminar los bichos, pero estos también habitaban en las pelucas
que se ponían.
La falta de higiene se reproducía en
el hogar. Por entonces, los suelos eran de paja y para disimular los olores
mezclaban en ella flores de aroma dulce como la lavanda, pétalos de rosa,
manzanilla y margaritas. Las camas eran víctimas de todo tipo de bicho, incluso
las aves llegaban a defecar en ellas. Para esto se construyeron camas con
cuatro postes, un pequeño techo y tela, y se logró aislarlas de esos animales.
Aquí lo dejamos para recordar luego
otras (malas) costumbres medievales poco difundidas.
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