La historia poco
conocida
Escribe: José Luis Vargas Sifuentes
Muy sorprendidos deben haberse quedado los primeros
conquistadores que llegaron a nuestras tierras al conocer las costumbres
higiénicas de nuestros antepasados incas y el cuidado que brindaban a sus
cuerpos, cosa contraria a lo que ocurría en Europa que entonces no destacaba
precisamente por esos hábitos.
Todos los cronistas que testimoniaron la vida en el
Incario coinciden en destacar las leyes y ordenanzas que lo regían, una de las
cuales disponía que los integrantes de cada familia debían mantener un estricto
aseo corporal y de su vestimenta, además de mantener limpia su casa y en buen
estado los campos de cultivo que les correspondían.
Periódica e inopinadamente, las familias eran
visitadas por el llaqtacamayoc o llactacamayu (autoridad o dirigente
vecinal) de la zona para inspeccionar sus casas y sus campos. Quienes cumplían
las normas eran premiados y halagados en público y los que no las cumplían eran
obligados a lavar su cuerpo de pies a cabeza, y después tomar el agua de lavado
en público, como castigo y escarmiento.
En ocasiones, el castigo para los “perezosos, sucios y
puercos que no tienen cosa limpia; sucios de cabeza y de la cara, de la boca
hediondo, de los pies y manos y de la ropa que traigan” iba acompañado de cien
azotes de huaraca y la obligación de beber pócimas nauseabundas”, como lo
detalla Guamán Poma en su ‘Nueva Coronica
y Buen Gobierno’.
En su ‘Comentarios
Reales’, Garcilaso de la Vega refiere que la ley domiciliaria obligaba a los
vecinos a comer a puertas abiertas para que los llactacamayu pudiesen entrar
libremente e informarse sobre la vida familiar y observar el orden, la limpieza
y buen arreglo de las casas.
Las autoridades visitaban las casas “para ver el
cuidado y diligencia que así el varón como la mujer tenía acerca de su casa y
familia, y la obediencia, solicitud y ocupación de los hijos. Colegían y
sacaban la diligencia de ellos del ornamento, atavío y limpieza y buen aliño de
su casa, de sus alhajas, vestidos, hasta los vasos y todas las demás cosas
caseras”, dice Garcilaso. “A los que hallaban aliñosos premiaban con loarlos en
público, y a los desaliñados castigaban con las penas que la ley mandaba”.
Dice también que los palacios y casas de las
autoridades contaban con baños de piedra de cantería finamente decorados para
el uso particular; existían fuentes en los barrios y manantiales alrededor de
las ciudades a disposición de las personas, que llevaban aguas a sus casas
en recipientes de arcilla o se bañaban en estos lugares.
En su obra ‘El señorío de los Incas’ Cieza de León
cuenta: “En los palacios de los Ingas había muchas cosas que ver, especialmente
unos baños muy buenos, adonde los señores y principales se bañaban estando aquí
aposentados… Hay asimismo en muchas partes grandes baños, y muchas fuentes de
agua caliente, donde los naturales se bañaban y bañan.”
Y añade: “Cuando hacía calor se iban a bañar por la
redonda de la ciudad en los ríos que había y aun sin calor se bañaban y bañan
los indios, y para proveimiento de los moradores había fuentes pequeñas, las
que ahora hay…”
Bartolomé de las Casas dice que “había también baños
comunes para que todos se provechasen yentes y vinientes”.
De las Casas, Cristóbal de Molina y Sarmiento de
Gamboa detallan la forma en que los incas celebraban las fiestas del huarachikuy, en la que los jóvenes eran
reconocidos como adultos; y de la situa
o citua, en las que el baño colectivo
formaba parte del rito.
La situa,
que se celebraba en varias épocas del año, era una especie de ceremonia de
purificación para, mediante ritos, invocar a los dioses que protegiera la salud
del Inca, impidiera el desarrollo de epidemias y echara del pueblo todas las
enfermedades y males de la tierra.
Para la oportunidad, los indios se levantaban a
medianoche con lumbres y se iban a bañar, y decían que con aquello quedaban
“limpios de toda enfermedad”.
En cuanto a las mujeres, en nuestro libro ‘La
sexualidad en el Imperio de los Incas. Costumbres conyugales de los antiguos
peruanos’ recordamos que ellas, de la nobleza y del pueblo, se preocupaban
mucho de su apariencia personal, mostraban el rostro limpio, y lucían
maquillajes y diversos afeites en los ojos y alrededores.
Lavaban sus largas cabelleras en una caldera con agua y yerbas (la raíz del chuchau o maguey, principalmente) para mantenerlas sedosas.
Todo esto demuestra que nuestros ancestros incas eran más higiénicos que
gran parte de nuestros contemporáneos. Un ejemplo de lo muchos que debemos
aprender de ellos.
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