Publicado en el diario oficial El Peruano el sábado 21.03.19
JOSÉ LUIS VARGAS SIFUENTES
Se acerca la Navidad y (casi) todos los
niños ya están soñando con la sorpresa que les traerá Papa Noel, con toda
seguridad lo último en tecnología celular o videojuego que se anuncian por
todos los medios. Y seguiremos viendo niños, adolescentes y jóvenes
concentrados en su aparatito, sin
importarle lo que ocurre a su alrededor e ignorando a quien esté a su
lado.
La pregunta que nos hacemos es: ¿qué
esperaban recibir los niños de mediados del siglo pasado, qué juguetes
anhelaban ver depositados en sus medias colgadas con una cartita en la que
expresaban sus deseos?
Ellas: una muñeca, mejor si abría y
cerraba sus ojos o lloraba; un peluche o un juego de cocina. Ellos: un par de
patines o una patineta; una bicicleta, un carrito o tren a pilas o un
camioncito de madera.
Pasada la fiesta navideña, ¿cómo se
divertían el resto del año, en grupos (nunca solos), en la vía pública y hasta
altas horas de la noche?
Respondamos la pregunta recordando
algunos de esos juegos que nos mantenía siempre unidos, jugando en patota y
compitiendo sanamente unos contra otros. Muchos de ellos han pasado a la
historia o al olvido.
Nos limitaremos a citar los nombres que
les dábamos y algunas referencias sobre ellos, pues detallar en qué consistía
cada uno significaría escribir una enciclopedia. Añoremos por un momento esos
tiempos idos.
Entre los más populares, difundidos y
recordados estaba jugar a las escondidas; ‘bata’, versión popular del béisbol;
fulbito con pelotas de trapo forradas con medias de nylon de la abuela; yaz, que
se practicaba con seis pieza de plomo o de plástico de seis puntas romas
equidistantes -con sus variantes ‘chanchito’, ‘levis’, ‘pasadas’, estas con
palmadas, etc.; ‘mundo’, que consistía en recorrer a pata coja diez cuadrados
en forma de cruz dibujados en el suelo; ‘ping-póng’ y su variante ‘con canga’, que
se practicaba con un taco y una varilla recortados de un palo de escoba.
Otros eran ‘gallinita ciega’;
‘matagente’; la ronda, con la recordada frase: “Lobo, ¿qué estás haciendo?”;
‘inmóvil’, ‘estatua’, bolero, yo-yó, trompo y run-rún, en el que se utilizaba
chapas de bebidas gaseosas aplanadas con ayuda de los rieles del tranvía.
Cómo olvidar el juego de canicas con
bolitas de vidrio o pepitas de jaboncillo (boliche), cuidando que nadie sacara
‘langa’; carreras con chapitas -cada cual con una figurita protegida por un
pedazo de vidrio fijado con arcilla o barro- sobre circuitos dibujados con tiza
en la acera; ‘pasar pelis’ (en un libro), con imágenes recortadas de los rollos
de las películas antiguas. Con dos de estas dobladas se simulaban plumillas de
dardos elaborados con cuatro palillos de fósforos, una aguja e hilo de coser.
Anotemos que mientras las mujeres
jugaban al yaz con piezas de plomo, y los hombres a los soldaditos con piezas
del mismo metal, nadie se preocupaba de sufrir de saturnismo, como ocurre hoy.
Nadie se llamaba a escándalo tampoco
cuando montábamos bicicleta sin frenos –a veces sin pedales– y nos deslizábamos
cuesta abajo, nos estrellábamos y retornábamos a casa llenos de arañazos en los
que se mezclaban tierra y sangre. Nadie se alarmaba ni llamaba a la ambulancia:
los ‘heridos’ nos limpiábamos con la manguera del jardín vecino, y de esa misma
manguera bebíamos agua para calmar la sed. Para nosotros no existía la ‘vibrio
cholerae’ causante del cólera.
Algunos nos divertíamos cogiendo a un
ratoncillo, de los muchos que había entonces, lo atábamos a un palo en cuyo
extremo inferior dos tapas de betún hacían de ruedas, y lo hacíamos correr
espantando a las mujeres.
Cómo olvidarnos de los ‘anillos’ que
elaborábamos haciendo un hueco en el centro de una pepa de durazno, con un
pedazo de vidrio; las competencias con las tapas de cartón de las botellas de
leche; la carrera con anillos de metal o llantas usadas; el ‘hula-hula’ que nos
rompía la cintura; y el salto de la soga, una forma de gimnasia.
Durante el otoño la diversión era volar
cometa (o barrilete), que fabricábamos con carrizo y papel de seda; recorríamos
el mundo en barquitos y aviones de papel; y mientras las mujeres inventaban el
‘papepipopu’ para que no entendiéramos lo que se decían entre ellas; nosotros
imitábamos a los mayores que cantaban usando el ‘cucuneo’. (Su último exponente
fue el recordado Óscar Avilés.)
Y otros juegos por el estilo…
Algunos mayores afirman que quien no ha
practicado estos y otros juegos ya olvidados, no ha tenido una niñez feliz.
Otros dicen que recordar es vivir y que todo tiempo pasado fue mejor. ¿Usted
qué opina?
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