sábado, 21 de diciembre de 2019

Los juegos infantiles del ayer


Publicado en el diario oficial El Peruano el sábado 21.03.19
JOSÉ LUIS VARGAS SIFUENTES

Se acerca la Navidad y (casi) todos los niños ya están soñando con la sorpresa que les traerá Papa Noel, con toda seguridad lo último en tecnología celular o videojuego que se anuncian por todos los medios. Y seguiremos viendo niños, adolescentes y jóvenes concentrados en su aparatito, sin  importarle lo que ocurre a su alrededor e ignorando a quien esté a su lado.
La pregunta que nos hacemos es: ¿qué esperaban recibir los niños de mediados del siglo pasado, qué juguetes anhelaban ver depositados en sus medias colgadas con una cartita en la que expresaban sus deseos?
Ellas: una muñeca, mejor si abría y cerraba sus ojos o lloraba; un peluche o un juego de cocina. Ellos: un par de patines o una patineta; una bicicleta, un carrito o tren a pilas o un camioncito de madera.
Pasada la fiesta navideña, ¿cómo se divertían el resto del año, en grupos (nunca solos), en la vía pública y hasta altas horas de la noche?
Respondamos la pregunta recordando algunos de esos juegos que nos mantenía siempre unidos, jugando en patota y compitiendo sanamente unos contra otros. Muchos de ellos han pasado a la historia o al olvido.
Nos limitaremos a citar los nombres que les dábamos y algunas referencias sobre ellos, pues detallar en qué consistía cada uno significaría escribir una enciclopedia. Añoremos por un momento esos tiempos idos.
Entre los más populares, difundidos y recordados estaba jugar a las escondidas; ‘bata’, versión popular del béisbol; fulbito con pelotas de trapo forradas con medias de nylon de la abuela; yaz, que se practicaba con seis pieza de plomo o de plástico de seis puntas romas equidistantes -con sus variantes ‘chanchito’, ‘levis’, ‘pasadas’, estas con palmadas, etc.; ‘mundo’, que consistía en recorrer a pata coja diez cuadrados en forma de cruz dibujados en el suelo; ‘ping-póng’ y su variante ‘con canga’, que se practicaba con un taco y una varilla recortados de un palo de escoba.
Otros eran ‘gallinita ciega’; ‘matagente’; la ronda, con la recordada frase: “Lobo, ¿qué estás haciendo?”; ‘inmóvil’, ‘estatua’, bolero, yo-yó, trompo y run-rún, en el que se utilizaba chapas de bebidas gaseosas aplanadas con ayuda de los rieles del tranvía.
Cómo olvidar el juego de canicas con bolitas de vidrio o pepitas de jaboncillo (boliche), cuidando que nadie sacara ‘langa’; carreras con chapitas -cada cual con una figurita protegida por un pedazo de vidrio fijado con arcilla o barro- sobre circuitos dibujados con tiza en la acera; ‘pasar pelis’ (en un libro), con imágenes recortadas de los rollos de las películas antiguas. Con dos de estas dobladas se simulaban plumillas de dardos elaborados con cuatro palillos de fósforos, una aguja e hilo de coser.
Anotemos que mientras las mujeres jugaban al yaz con piezas de plomo, y los hombres a los soldaditos con piezas del mismo metal, nadie se preocupaba de sufrir de saturnismo, como ocurre hoy.
Nadie se llamaba a escándalo tampoco cuando montábamos bicicleta sin frenos –a veces sin pedales– y nos deslizábamos cuesta abajo, nos estrellábamos y retornábamos a casa llenos de arañazos en los que se mezclaban tierra y sangre. Nadie se alarmaba ni llamaba a la ambulancia: los ‘heridos’ nos limpiábamos con la manguera del jardín vecino, y de esa misma manguera bebíamos agua para calmar la sed. Para nosotros no existía la ‘vibrio cholerae’ causante del cólera.
Algunos nos divertíamos cogiendo a un ratoncillo, de los muchos que había entonces, lo atábamos a un palo en cuyo extremo inferior dos tapas de betún hacían de ruedas, y lo hacíamos correr espantando a las mujeres.
Cómo olvidarnos de los ‘anillos’ que elaborábamos haciendo un hueco en el centro de una pepa de durazno, con un pedazo de vidrio; las competencias con las tapas de cartón de las botellas de leche; la carrera con anillos de metal o llantas usadas; el ‘hula-hula’ que nos rompía la cintura; y el salto de la soga, una forma de gimnasia.
Durante el otoño la diversión era volar cometa (o barrilete), que fabricábamos con carrizo y papel de seda; recorríamos el mundo en barquitos y aviones de papel; y mientras las mujeres inventaban el ‘papepipopu’ para que no entendiéramos lo que se decían entre ellas; nosotros imitábamos a los mayores que cantaban usando el ‘cucuneo’. (Su último exponente fue el recordado Óscar Avilés.)
Y otros juegos por el estilo…
Algunos mayores afirman que quien no ha practicado estos y otros juegos ya olvidados, no ha tenido una niñez feliz. Otros dicen que recordar es vivir y que todo tiempo pasado fue mejor. ¿Usted qué opina?


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