domingo, 16 de febrero de 2020

Peripecias de un monumento histórico


Publicado en el diario oficial El Peruano el sábado 15.02.20

JOSÉ LUIS VARGAS SIFUENTES

Hace 175 años, el 12 de febrero de 1825 el Primer Congreso Constituyente, entusiasmado por el triunfo en la Batalla de Ayacucho del 9 de diciembre de 1824, que puso fin al régimen español en América, acordó erigir un monumento al Libertador Simón Bolívar, en la plaza que hoy lleva su nombre.
La ley aprobada decía: “Se erigirá en la Plaza de la Constitución un monumento con la estatua ecuestre del Libertador, que perpetúe la memoria de los heroicos hechos con que ha dado la paz y la libertad al Perú.”
Esa decisión dejó sin efecto el decreto que dictó el entonces ministro de Gobierno Bernardo Monteagudo el 6 de julio de 1822 mediante el cual rebautizó el lugar como Plazuela de la Constitución, y proyectó un monumento central, a manera de columna romana, coronada con la efigie de San Martín, en la que se resaltaría la fecha de instalación del Congreso.
Tras el acuerdo, y a fin de iniciar los trabajos, se organizó una ceremonia elocuente, que se realizó el 8 de diciembre de 1825 y estuvo presidida por el presidente del Consejo de Gobierno, el sabio Hipólito Unanue.
En ese acto, junto con la primera piedra fueron enterrados ejemplares del decreto del Congreso y de la Constitución de 1823; escritos de elogio al Libertador; medallas conmemorativas de la gesta bolivariana y cientos de monedas de oro, de plata y de bronce.
No obstante, la ejecución de la obra fue postergada por motivos políticos y presupuestarios, hasta que el 5 de octubre de 1852 el presidente José Rufino Echenique decidió llevarla a cabo, y encargó a monseñor Bartolomé Herrera, ministro ante la Santa Sede, contratar al escultor italiano Adamo Tadolini.
Para ello, se facilitó al escultor una serie de referencias y dibujos que reflejaban la verdadera semblanza de Bolívar, ya fallecido entonces.
Tadolini ejecutó una verdadera obra de arte y esculpió con gran exactitud las características físicas del Libertador. La estatua causó tanta admiración en la corte romana, que su Secretario de Estado, y el mismo Papa Pío IX, fueron a admirarla.
Una anónima ‘Biografía del Libertador Simón Bolívar con una descripción de la Estatua de la Plaza de la Independencia y una relación de la Batalla de Ayacucho’, publicada en 1859, dice que Tadolini cobró 4,500 pesos por su obra, y el acabado final lo realizó la Fundición Miller de Munich, a un costo de 11,000 pesos.
Para la ubicación final de la estatua se concibió un sobrio y elegante pedestal de mármol, tallado por el artista romano Felipe Guacarini, en el que figuraban en altorrelieves escenas de las dos principales batallas por la libertad del Perú: Junín y Ayacucho.
La llegada de la estatua al Perú en 1859, tras una larga travesía desde la Baviera, conllevó enormes problemas de traslado desde el Callao. Sus 23 toneladas de peso y 4 m de altura impuso retos nuevos a los ingenieros peruanos.
La existencia del ferrocarril del puerto a Lima, construido por Castilla, facilitó su traslado hasta la estación de San Juan de Dios (hoy Plaza San Martín). Pero las calles de Lima, empedradas y estrechas, dificultaban conducirlo al pedestal que lo esperaba. El problema fue resuelto por el experto Mariano Felipe Paz-Soldán, encargado de trasladar pesados bloques de piedra destinados a la construcción de la Penitenciaría, que tenía a su cargo. Fueron momentos de angustia para la población limeña, preocupada porque cualquier error podía impedir finalmente verla en su digno puesto.
Al respecto, el escritor anónimo decía: “En medio del silencio profundo se oye la respiración de millares de espectadores, inspirados todos por el temor de que falle un cable, o un movimiento desconcertado eche abajo el querido cuanto poderoso objeto que se va levantando (…); el cable cruje, los maderos cimbran, el corazón tiembla; falta el aliento, mas no el alma que preside la peligrosa subida y que está segura del buen éxito. El carro empieza a moverse horizontalmente. Una pulgada más, y la colosal estatua se asienta sobre el pedestal, apareciendo como si desde largo tiempo hubiera estado allí colocada.”
Treinta años y un día después de colocada la primera piedra, la estatua fue inaugurada el 9 de diciembre de 1859 por el mariscal Ramón Castilla.
Dada la majestuosidad de la obra, el presidente de Venezuela, Antonio Guzmán Blanco, solicitó al gobierno peruano permiso para fundir una gemela que fue erigida en la Plaza Mayor de Caracas e inaugurada el 17 de noviembre de 1874.
Otra réplica se luce en una plaza de San Francisco, en California, Estados Unidos, inaugurada en 1984.


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