Publicado
en el diario oficial El Peruano el
sábado 29.02.20
JOSÉ LUIS VARGAS SIFUENTES
En algún rincón
de los depósitos municipales de Lima, de las autoridades tal vez olvidado, como
el arpa del poeta, debe encontrarse el llamado ‘Mármol de Carvajal’, infame
recordatorio de la rebelión que contra la autoridad del rey de España promovió
el conquistador Francisco de Carvajal, maestro de campo, consejero y brazo
derecho de Gonzalo Pizarro, hermano de Francisco, el fundador de Lima, y que
fuera retirado a fines de agosto de 1821, como secuela de la proclamación de
nuestra independencia, un mes antes.
El famoso
mármol estuvo colocado en el solar que perteneció al llamado ‘Demonio de los
Andes’, en la esquina de la avenida Emancipación y el jirón Camaná, en el lugar
que hoy ocupa el ministerio de Promoción de la Mujer y Poblaciones Vulnerables,
y años antes sede del Banco de la Vivienda.
El 22 de marzo
de 1821, el ‘presidente’ de Lima, don José de La Riva Agüero, solicitó al
ayuntamiento el retiro de dicha lápida, por considerar que esta era un objeto
destinado a recordar la pena que sufriera en su persona, honra y bienes, quien
se rebeló contra la autoridad del rey y concibió la idea de independizar de
España a los pueblos de América.
Habiéndose
proclamado la independencia, en cuyos actos participaron descendientes de
España, no cabía mantener una placa que condenaba un acto de insurrección e
independencia que los opresores consideraron criminal.
La tarea fue
encargada al maestro de obras Jacinto Ortiz, quien cobró 24 pesos por retirar la
lápida y llevarla a los salones consistoriales, según consta en el expediente “Cuenta documentada de gastos efectuados por
el Ayuntamiento de Lima en las celebraciones de la Independencia”, aunque
se desconoce su paradero final.
El mármol fue
colocado inicialmente por orden del pacificador Pedro de La Gasca, el 10 de
abril de 1548, después de la derrota y decapitación de Pizarro y el
ahorcamiento de Carvajal, tras la batalla de Jaquijahuana (o Sacsahuana, según
Rubén Vargas Ugarte) ocurrida dos días antes. Retirado por manos extrañas en
fecha no determinada, fue repuesto por el virrey Pedro de Toledo y Leyva, en
1645. Vuelto a retirar, fue colocado por tercera y última vez en 1617 por el
virrey Francisco de Borja.
Francisco de
Carvajal, quien llegó con Pizarro a Lima, con más de 70 años a cuestas, fue
supuesto hijo del aventurero italiano César Borgia, hijo del papa Alejandro VI;
destacó en los primeros años de la conquista por su temeridad, audacia y un
desprecio solemne de la vida; fue enemigo declarado de los almagristas, y se le
atribuyen la muerte de no menos de 300 hombres por su propia mano.
El cronista
Agustín de Zárate refiere que se ganó el apodo de ‘demonio de los Andes’
durante la campaña contra los realistas por su fama de “mala y cruel condición, que por cualquier sospecha mataba a quien le
parecía que no le estaba muy sujeto”.
Cuando Pizarro
se rebeló contra la corona de España, en la persona del primer virrey Blasco
Núñez de Vela, el Demonio de los Andes, ya octogenario en ese entonces y dueño
de una sabia elocuencia, le aconsejó declararse rey de esta tierra “conquistada por vuestras armas y las de
vuestros hermanos. Harto mejor son vuestros títulos que el de los reyes de
España”, le escribió desde Andahuaylas. “Los gobiernos que creó la fuerza, el tiempo los hace legítimos. Reinad
y seréis honrado”, remataba.
(Carvajal tenía
una deuda de gratitud con los Pizarro, pues Francisco lo había compensado con
una encomienda en el Cusco.)
Vencidos ambos,
La Gasca ordenó enviar sus cabezas a Lima para ser exhibidas en la picota de la
Plaza Mayor. Al mismo tiempo, dispuso confiscar sus bienes, derribar sus
propiedades y sembrar sal sobre ellas, para que no crecieran plantas; y colocar
en cada lugar sendas placas. En la casa de Pizarro en Cusco se colocó una
piedra negra con la inscripción: “Por
haber sido traidor a la corona real de España”. Lo mismo se hizo con su
solar en Lima, en el lugar que hoy ocupa la Municipalidad de Lima. De aquí
desapareció muy pronto.
En cambio, en
el solar de Carvajal, en la calle Mármol de Carvajal (tercera cuadra de Emancipación),
la placa consignaba, entre otras cosas, su condición de “… aleve y traidor a su rey y a su señor natural”. Así se mantuvo,
como hemos dicho, hasta su retiro definitivo a fines de agosto de 1821, como
una especie de reparación póstuma a su memoria.
Su recuperación
y exhibición pública en uno de nuestros museos contribuiría a hacer conocer
algunos aspectos pocos conocidos por las generaciones de hoy. Salvo, mejor
parecer.
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